Hoy, ante el inminente tambaleo del sistema político, económico y social de los Estados Unidos la comunidad internacional se encuentra ante el posible surgimiento de un nuevo bipolarismo, con nuevos actores, viejos patrones y organismos añejos que no logran centrar   la atención en los verdaderos desafíos regionales, sino que pareciera que este nuevo esquema de relacionamiento sigue buscando perpetuar la subsistencia de los intereses de los países en los que se concentran los mayores intereses.

Por un lado, vemos a China avanzar en su conquista por América Latina aprovechando  el aletargamiento económico  Europeo y el espiral de inestabilidad económica de los EEUU (que ya hoy le ponen frente a una latente recesión que parece ya inevitable). Mientras tanto, el gobierno ruso parece continuar obsesionado con su re-posicionamiento militar y la estrategia de generar escasez y caos en varios frentes comerciales globales le ha llevado a una prolongada e innecesaria guerra contra Ucrania que hoy ya tiene consecuencias mundiales. El reciente espaldarazo que ha dado China a Rusia, obliga a Europa Occidental a fortalecer el bloque regional para rescatar su subsistencia económica y comercial.

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Ante el sinnúmero de asuntos en la agenda global que surgen a raíz de los nuevos escenarios que ha dejado la pandemia, la crisis en la cadena de suministros, la falta de insumos para la producción de alimentos y la inflación galopante, el re equilibrio de las fuerzas es urgente para enfrentar los retos globales posteriores al eventual fin de la guerra entre Rusia y Ucrania, al fin de la pandemia y al incremento en la velocidad del deterioro ambiental.

Ante estos complejos escenarios, es clara la urgencia de definiciones y rumbos en la agenda internacional contemporánea acerca de los recursos energéticos y la nueva dinámica de la economía mundial. Y también es claro que deberían ser las superpotencias quienes dictarán tendencia respecto a los temas centrales y coyunturales sin embargo, vemos como la respuesta ante estos desafíos es el esbozo de un nuevo bipolarismo que podría minar el desarrollo de una verdadera cooperación internacional.

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Mientras Estados Unidos siga buscando su estabilidad interna, Europa siga sumergida en un pausado desarrollo económico, China siga arrasando con micromercados nacionales,  Rusia se mantenga en una aparente especulación por el resultado final de su embestida contra Ucrania y se siga asomando en el panorama global la amenaza climática, serán los bloques con control sobre los energéticos, alimentos y recursos hídricos  quienes dirijan la veleta de la agenda internacional. Situación que sin lugar a dudas, en los tiempos de la Guerra Fría, hubiera sido impensable. 

La Guerra Fría no sólo otorgó una relativa certeza a la sociedad internacional, heredamos de ella también patrones de análisis en los que, a la luz de un orden internacional, el rol de los Estados Unidos le confería un paternalismo natural. Pero hoy de cara al 2023, al mundo le urge una definición estratégica de temas prioritarios, sin pugnas ideológicas, ni añejas rivalidades y mucho menos patrones de exceso de poder que limitan el desarrollo de una verdadera comunidad internacional.

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