Cuando en agosto de 2018, Andrés Manuel López Obrador recibió la constancia de presidente en Electo en el Tribunal Electoral, todos los astros le favorecían. En realidad, ya tomaba las decisiones de importancia, ante el repliegue de Enrique Peña Nieto, después de la contundente victoria de Morena.

El futuro le sonreía y los datos respaldaban un tránsito tranquilo entre el proyecto económico de las últimas décadas y el que pensaba implantar durante su mandato.

Tenía prisa, mucha prisa y ello lo llevó a cometer errores, el más grave, en momento, la cancelación de la construcción del aeropuerto internacional en Texcoco. Reventó la confianza en los inversionistas y empezó a presionar a la economía.

Decidió ir desmantelando áreas del estado para obtener recursos para financiar programas sociales de carácter clientelar y de utilidad dudosa.

Había dinero, es verdad, producto de ahorros y coberturas de los gobiernos que le antecedieron y ello hizo que se pudieran operar los proyectos, aunque a un costo muy alto.

En la actualidad aquella historia parece la de un pasado lejano, porque es la de un país que ya no existe.

El Covid-19 arrasó con las débiles murallas que aún permanecía y México entró en un panorama sombrío, como nunca en tiempos recientes y ante una devastación que no augura nada bueno.

Ante la inminencia de la llegada del virus, se optó por la negación y se desperdició un tiempo valioso que se puede medir en muertes y contagios.

Se decidió no apoyar a las medianas y grandes empresas durante la crisis y el desempleó aumento y es difícil que se recupere pronto. Ante la perdida de millones de empleos, el gobierno celebra la creación de miles, ni siquiera cientos, en una carrera perdida de antemano. Millones de familias dejaron de percibir ingresos desde hace meses, porque laboraban en actividades profesionales de modo independiente.

Los daños se pueden observar en los restaurantes, hoteles, plazas comerciales y en los centros de espectáculos, donde las ganancias dependen del día a día y de la continuidad de los negocios. 

Los informes deben ser momentos de reflexión y ojalá este lo sea. Vendrán todavía desafíos más grandes que los que se han padecido y no resuelto. Sería terrible que continúe imperado la negación ante un desastre y muy grande.

Ese es al país que tendrá que gobernar López Obrador y en el que los apremios se convertirán en urgencias. Para el Segundo Informe de Gobierno, López Obrador tiene que encarar la crisis económica más grande de la historia y que a ella se suma la de salud, ambas en progreso y sin un horizonte de finalización pronto.

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