El tema que ha dominado la escena financiera desde el fin de semana es el del rescate de Chipre, una pequeña isla mediterránea que representa alrededor del 0.2% del PIB comunitario, pero cuya caíra representaría, según Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, un “riesgo sistémico”.   Pero, ¿cómo es que una economía tan ‘insignificante’ puede implicar un peligro tan grande? La respuesta es sencilla. No tiene que ver con su tamaño, sino con lo que representaría en sí misma: la admisión de que el sistema no es sustentable, como no lo es, por estar basado en algo que por definición no puede crecer al infinito: la deuda. Algunos le llaman contagio, pero lo cierto es que no se puede contagiar una enfermedad que las naciones europeas ya se han autoprovocado desde antes, y que lo quieran o no, es sólo cuestión de tiempo para que las tenga de nuevo en terapia intensiva. Desde luego, este juego ha sido posible gracias a que poderosos intereses bancarios jugaron a las apuestas prestando a diestra y siniestra, incluso a quien en condiciones normales de libre mercado no lo hubiese merecido. Lo que orilló a estas irresponsabilidades no fue otra cosa que la abundancia de crédito auspiciada por tasas de interés artificialmente bajas, que alentaron un falso boom durante la primera década de este siglo. Con dinero barato todo lució mejor. Las consecuentes burbujas que se inflaron en mercados inmobiliarios y de bonos de países periféricos, que han venido estallando, fueron sus inevitables efectos. El derroche fue evidente. Hoy los síntomas de que esa fiesta crediticia terminó son abundantes, pero las autoridades europeas se empeñan en negarlo. Grecia, Portugal, España e Italia han sido hasta ahora los casos más sonados, pero que nadie piense que un país central como Francia está fuera de peligro. Se podrían llevar pronto una gran sorpresa. En este contexto, debemos decir las cosas como son: la banca en Chipre está en quiebra, y como tal, se le debería permitir quebrar. Esto que debería ser lo normal, se ha transformado en algo impensable. Las consecuencias serían muy duras, pero sólo así se estaría en la senda de la recuperación real, que pasa de forma obligada por la extinción masiva de deudas impagables. Posponer la solución, por tanto, sólo agrava el problema que, más tarde, el mercado tendrá que corregir por la fuerza y con alcances mayores. No obstante, el pecado está en siquiera mencionar que los grandes tenedores de bonos pudieran perder su dinero.  Grecia, nos dijeron, sería un caso excepcional, como resulta que ahora también lo es Chipre, cuya banca sufrió los estragos de aquellas quitas griegas, equivalentes a 10,000 millones de euros que ahora necesita. La filosofía de los funcionarios europeos se puede sintetizar así en el imborrable dicho del primer ministro de Luxemburgo:
Cuando las cosas se ponen serias, tienes que mentir.
Lo están haciendo de nuevo. La novedad aquí es que, para su rescate, los ministros de finanzas de la zona han condicionado a que los depositantes de Chipre participen de este salvamento, con un impuesto que les quitará 10% de sus recursos que sobrepasen los 100,000 euros, y el 6.75% de lo que tengan por debajo de esa cifra. Un robo. Al momento las negociaciones siguen para atenuar el golpe para los pequeños ahorradores, pero lo cierto es que la vieja promesa europea de que esos capitales estarían garantizados, será rota. El justificante de que la isla es usada como lavadora de dinero ruso, es un mero pretexto. De ahí que esto debería ser tomado como un serio mensaje de advertencia para ciudadanos de otras naciones, como España, a quienes más valdría retirar sus euros a tiempo. El antiguo refrán de que más vale pájaro en mano que un ciento volando, es más que aplicable. Por desgracia, estos actos son un atentado más en contra de lo que más necesita el mundo para gozar de una verdadera recuperación: ahorro y capital. ¿Cuál puede ser el destino si el mundo sigue el camino equivocado del dispendio y el endeudamiento? En este sentido, no es casualidad que en medio de la marea roja que este lunes invadió a los mercados bursátiles de todo el orbe, los refugios financieros tuvieran resultados positivos. El caso más emblemático es el del oro, que rebasó de nuevo los 1,600 dólares la onza, al que desde hace varios meses el ruido de sus detractores no ha dejado de atacar, con la vieja cantaleta de que su mercado alcista llegó a su fin. ¿Puede ser éste el caso, cuando el oro físico es la única divisa que no es al mismo tiempo el pasivo de alguien más? El metal en mano es así un seguro contra promesas quebrantables, que invaden el sistema entero, no solo a Europa. Los chipriotas son las próximas víctimas, pero no serán las últimas. De este modo, la voz discreta del oro seguirá hablando para quien lo quiera escuchar, pues el tiempo y la historia nos volverán a enseñar por qué es y seguirá siendo, el dinero por excelencia.

 

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