Por Norbert Monfort* En la mitología griega, precursora de la cultura occidental (a la que pertenecemos), destaca la figura del titán Prometeo, considerado el amigo de los mortales, honrado por todos debido a su espíritu rebelde y a su insubordinación al mayor de los dioses: Zeus. La historia de Prometeo tiene varias versiones. Platón, en un pequeño texto llamado “Protágoras”, así lo relata: “Prometeo, apurado por la carencia de recursos, tratando de encontrar una protección para el hombre, robó a Hefesto y a Atenea su sabiduría profesional junto con el fuego, ya que era imposible que sin el fuego aquélla pudiera adquirirse o ser de utilidad a alguien. Así lo ofreció como regalo al hombre”. Prometeo no escapó de la ira de Zeus ni de su castigo. Pero proveyó al hombre del elemento a partir del cual éste pudo desarrollar diversas técnicas para su evolución: el fuego. A partir del fuego, padre y maestro de todas las técnicas, se desarrollaron, de una forma integrada, todas las capacidades técnicas que caracterizan la cultura humana, haciéndola despegar así del estadio de las formas de vida propias de los animales. Lo interesante del relato es que se reconoce que el don del fuego no es suficiente por sí mismo. Hace falta sabiduría. Pero, hoy en día, en el siglo XXI, Prometeo más bien ha robado de los dioses una nueva técnica que se ha expandido a una velocidad vertiginosa desde su aparición a finales del siglo XX: Internet. ¿Nos ha regalado este ladrón también la sabiduría para discernir qué hacer con él y cómo? Muchas veces se confunde modernización o innovación con acumulación indiscriminada de productos tecnológicos. Las nuevas generaciones (no los millennials, sino la generación Z o centennials, es decir, los nacidos entre 1995 y la década de 2010) son nativas digitales. Ellas han nacido en el medio, han crecido adquiriendo múltiples plataformas de comunicación y de conexión (que no son lo mismo), para lo cual han desarrollado ciertas habilidades y competencias que los que pertenecemos a otras generaciones no manejamos. Su capacidad e inteligencia siguen otros parámetros y su intuición se ha vuelto un arma poderosa a la hora de aprender. La brecha entre jefe-colaborador parece, entonces, ser cada vez mayor. El primer cambio de paradigma, para cohesionar equipos y para gestionar conflictos eficientemente, es asumir que la organización en la que trabajamos no está entre cuatro paredes, sino que está constituida por un ecosistema, por una red. El aprendizaje ubicuo nos lleva a poder convertir muchas situaciones de la vida diaria en oportunidades de aprendizaje. Y a esto nos ayuda la tecnología. El hecho de que la mayoría de la gente de las nuevas generaciones se incline por una hiperconectividad, en donde se amasa una gran cantidad y variedad de información, no significa que tenga la capacidad de discriminarla y ponerla al servicio de un aprendizaje real. El rol del directivo, el rol del líder requiere de una visión que permita una guía con criterio en el océano de las redes. Difícilmente Google o Wikipedia pueden ayudar por sí solos, pues estas competencias del siglo XXI no se adquieren hincando los codos, ni repitiendo en voz alta, ni saliendo a la pizarra, ni leyendo en internet. A veces parece que películas como Wall-E o series como Black Mirror quieren demonizar la tecnología. Pero no es su verdadero mensaje. Sólo intentan inculcarnos la coherencia en el uso de la tecnología. Tecnología sin sabiduría no enriquece; fuego sin sabiduría tal vez nos hace pirómanos. Al interactuar con nuevas generaciones, no podemos dejar pasar los cuatro ejes de los que ha hablado Simon Sinek: Crianza, Tecnología, Impaciencia, Ambiente.
¿De qué nos sirve tener a nuestro alcance todo este vasto conocimiento? Por sí solo, ¿nos hace mejores personas, mejores ciudadanos? Es necesario que tengamos muy claro que podemos caer en el riesgo de que el árbol de la tecnología no nos deje ver el bosque de la innovación. *Norbert Monfort es CEO de Monfort Ambient Management y profesor del ESADE.   Contacto: Twitter: @monfortnorbert Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.  

 

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