La Cumbre de las Américas es un mecanismo de cooperación internacional vinculado a la OEA que, desde 1994, reúne a jefes de Estado y de Gobierno con la intención de elevar el diálogo diplomático y comercial en la región. Sobre todo, al término del orden bipolar, este mecanismo de cooperación buscaba estrechar lazos y fortalecer las relaciones de los 35 estados participantes y, por supuesto la influencia de los Estados Unidos. 

En la antesala de la Cumbre, la gran especulación acerca de un boicot a su novena emisión pone de manifiesto dos temas importantes. Por un lado, el amago iniciado por el presidente López Obrador hace evidente las consecuencias de la política exterior del expresidente Trump, quien durante cuatro años no hizo más que desdeñar a los países de la región; si el actual presidente Biden no logra retomar el liderazgo, este podría ser un gran parteaguas en la historia continental (no necesariamente favorable). Por otro lado, la postura del gobierno de México es anticipada (pues la Casa Blanca ha comentado que aún no se envían las invitaciones formales) y deja ver la agenda política del presidente López Obrador que bajo la retórica de “fraternidad universal”, busca fortalecer a la CELAC, que sin la participación de los Estados Unidos busca desde 2010 atender los temas comunes de los Estados latinoamericanos y del Caribe.

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Dentro de toda la especulación en torno a la 9º Cumbre de las Américas, surge el principal cuestionamiento: ¿cómo ayudará la Cumbre a abordar y atender los actuales desafíos continentales? La falta de certeza es evidente, ante los problemas que enfrentan los países del continente en materia ambiental, migratoria, de seguridad, económica y política, un espacio de diálogo como el programado para celebrarse en Los Ángeles, California durante la primera semana de junio, debe ser mucho más que un escaparate político. 

Tanto para el gobierno mexicano como para el estadounidense, el tema ha servido de pivote político para hablarle a sus respectivos electores, a la base de los votos duros correspondientes, pues en ambos casos las condiciones político-electorales no pintan buenos augurios, y por lo que toca a la gobernabilidad tampoco.

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El presidente Biden tiene sobre la mesa la posibilidad de fortalecer la cooperación internacional para propiciar desde la diplomacia al más alto nivel iniciativas vinculatorias que encaminen soluciones a temas coyunturales para el desarrollo continental. Son muchos los temas apremiantes y que comprometen el bienestar de la población. El fortalecimiento de la retórica populista puede ser una importante amenaza para superar la inflación galopante y para detener el deterioro de las instituciones democráticas, así como para detener los efectos del cambio climático que agudizarán las migraciones masivas. 

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