CONTRADICTORIA GLOBALIZACIÓN

El crítico esloveno Slavoj Žižek publicó en 2016 un interesante libro donde analiza las tendencias actuales del islam fascista (islamofascismo) y las nuevas formas en las que se expresan el racismo y la xenofobia, señalando que esos fenómenos confirman que la globalización no trajo consigo un mundo en el que primen el respeto y la tolerancia supranacional.

Según Žižek, estamos ante una reaparición de la cosmovisión típica del capitalismo que separa el mundo entre ricos y pobres, entre poseedores y desposeídos o entre vencedores y vencidos. Citando al filósofo alemán Peter Sloterdijk nos recuerda que el sistema capitalista cambió la manera de establecer la línea divisoria abandonando el recurso de la guerra territorial para mantener los acuerdos internacionales paran reconocer y respetar las fronteras. Con la expansión del capitalismo el criterio diferenciador entre naciones fue determinado por la dinámica del capital que separaba el mundo de afuera y el de adentro.

TÍPICAMENTE CAPITALISTA

El primer signo de esa nueva forma de determinar “fronteras”, según la visión capitalista, al decir de Sloterdijk, fue el edificio Criystal Palace de Londres, sede de la primera exposición universal del comercio y de la economía de los diversos países participantes en el siglo XIX, construido para ser un gigantesco recinto ferial situado en el emblemático Hyde Park, pero destruido por un incendio en el siglo XX.

La estructura del edificio se formaba de cristales transparentes y de armazones de hierro, lo que le daba una sensación de volatilidad y transparencia absolutas. Sloterdijk lo pone de ejemplo de la cultura que produce la globalización pues se trata de una estructura que por dentro era transparente y sus límites invisibles, pero bajo el influjo de los rayos del sol por fuera no se veía su interior, sino el propio reflejo. Era la expresión de la inevitable exclusividad de la globalización en cuanto que construcción y expansión de un mundo interior cuyos límites son invisibles, pero prácticamente insalvables desde fuera. Habitado por los ganadores de la globalización, mientras que esperando en la puerta para entrar se encuentra una larga fila de personas tres veces mayor en número que los que disfrutan de la atmósfera interior.

El interior del entonces edificio conformado y representado por las grandes transnacionales, mientras que la parte externa, que es el mundo restante, constituye la inmensa mayoría que no se beneficia de ese capitalismo supuestamente sin fronteras, aparentemente universal.

Por ello muchos críticos contemporáneos afirman que “el nacionalismo” no fue superado por la globalización como categoría de separación entre los seres humanos, sino simplemente suplantado. El alcance global del capitalismo, dice Žižek, se fundamenta en la manera en que introduce una división radical de clases en todo el mundo, separando a los que están protegidos por la estructura de los que quedan fuera de su cobertura.

EJEMPLO RURAL AGRÍCOLA

Uno de esos críticos, Joseph Stiglitz premio nobel de economía, señaló algunos de los rasgos que caracterizan a la crisis profunda causada por la globalización económica. Recordó el fenómeno de la concentración de la población rural en las grandes urbes. Lo cual no tiene nada de novedoso como proceso típico de la industrialización y de transformaciones en los modelos económicos. Sin embargo, la imposición de los esquemas regulatorios de la globalización no sólo ha afectado a las economías periféricas, preponderantemente agrícolas, sino que han trastocado valores tradicionales, formas de relación interpersonal en sociedades rurales y modos de vivir ancestrales que no por ser ancestrales son menos válidos que las civilizaciones capitalistas.

Quizá para algunas personas con una mentalidad extraordinariamente global y capitalista, eso no es más que un costo adicional y necesario del progreso material de las sociedades. Pero no es así como parecen verlos las sociedades rurales que se han visto afectadas por las reglas de productividad y competitividad y, sobre todo, por políticas asumidas por organizaciones mundiales en materia de transgénicos.

Nadie niega que la globalización ha contribuido a elevar en varios terrenos la capacidad de producción mundial. Como señala Fernando Paz, en el momento culminante del neoliberalismo y de la globalización se habló de una nueva economía. Se insistió en el impulso que brindaban los modernos sistemas tecnológicos y de comunicación. Pero lo cierto es que el neoliberalismo y la globalización resultaron ineficaces para acabar con los ciclos de la actividad económica golpeada por unas finanzas internacionales absolutamente desbocadas.

INJUSTO DESBALANCE

Surgió un notorio desbalance. Mientras la economía real presentó un cambio lento, la financiera se elevó de manera sorprendente. Ello, porque la llamada “financiarización de la economía” (inversión financiera en instrumentos financieros que, aun cuando genera una ganancia al inversionista no aporta un valor agregado al sistema económico), repercutiría en una mejora en el bolsillo de las personas. Al invertir en las empresas en crisis o con un crecimiento lento se haría crecer la economía real de los países.

Al respecto Stiglitz pone “el dedo en la llaga” cuando señala que, aun habiendo logrado algunas mejoras en la economía de algunos países, la globalización o sus gestores internacionales no han tenido la sensibilidad (desde finales de los noventa del siglo pasado) de respetar los límites de las identidades ni respetar los modos de operar que por siglos han empleado muchas sociedades. Varios países han manifestado la necesidad de que las políticas agrícolas adoptadas por esos gestores se obliguen a preservar algunas tradiciones rurales, incluyendo las redes de distribución y las formas de intercambio, sean cooperativas o tiendas locales.

La globalización tuvo efectos negativos no sólo en la liberalización comercial, sino en todos sus aspectos, incluso en los aspectos más o menos bienintencionados. Cuando los proyectos agrícolas o de infraestructuras recomendados por Occidente, diseñados en el asesoramiento de consejeros occidentales, y financiados por el Banco Mundial fracasan, los pueblos pobres del mundo subdesarrollado igualmente deben amortizar los préstamos, salvo que se aplique alguna forma de condonación de deuda.

Por ello Stiglitz señaló la necesidad de que la integración global se hiciese “gradualmente”, para que poco a poco se fueran encontrando fórmulas de convivencia entre las nuevas reglas y las antiguas costumbres o entre las reglas del mercado capitalista global y las necesidades nacionales de protección y asistencia a los más desfavorecidos. Pero el ambicioso inversionista no espera, especialmente cuando cree tener una oportunidad de rendimiento económico.

La globalización, según el premio nobel de economía, ha afectado gravemente en muchos terrenos pero ha sido especialmente impactante en el ámbito rural y agrícola, o al menos de manera más perceptible, lo cual tiene una relación directa con los nacionalismos, pues si en alguna parte de los países se guardan, custodian y enriquecen los valores nacionales de un país, no es en las grandes urbes, sino en los sectores campesinos y entre las personas más apegadas al campo, donde las condiciones favorecen la conservación de las lenguas y costumbres más antiguas que con el tiempo se han ido incorporando a los sistemas legales o al menos se ha permitido que perdurasen como prácticas subsidiarias, usos y costumbres.

EL ESTADO Y LA BIODIVERSIDAD

Por ello los nacionalismos del siglo XXI en su mayor parte emergen de posturas ecologistas defensoras de la biodiversidad. Los países del tercer mundo han reclamado a los representantes de las grandes organizaciones del mercado, reunidas en el foro de Dabos Suiza, la defensa del campo, de la biodiversidad y de los pueblos poseedores de costumbres y sistemas sociales derivados de esas condiciones naturales. Pero la biodiversidad no agota su significación en la ecología natural o biológica, incluye a la diferenciación, composición y consecuente respeto a la diversidad nacional, cultural y regional. Es evidente que frente a las grandes transnacionales o a las organizaciones mundiales que establecen las reglas del mercado sin mirar a la biodiversidad, poco o nada puede hacer una comunidad rural o un grupo étnico. Estos esperan la protección del Estado y de sus gobiernos centrales, quiénes debieran fungir como mediadores entre los intereses del mercado supranacional y los requerimientos de las comunidades locales que lo integran. Pero ¿el Estado quiere o está en condiciones de protegerlos?

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