Por: Luis Javier Álvarez Alfeirán*

El tiempo es algo que históricamente el hombre ha querido conquistar, atesorar y controlar; conocidos son los relatos del santo grial como fuente de la eterna juventud; Oscar Wilde lo plasma en una de las obras más conocidas de la literatura universal: El retrato de Dorian Gray y Goethe los hace con El Fausto. El progreso y la tecnología han logrado extender la vida de las personas, así como su calidad de vida, pero no su finitud, eso es lo que lo hace inconquistable y su vez deseable.  En el ámbito de la hospitalidad, las experiencias satisfactorias de las vacaciones se aprecian y atesoran porque tienen un tiempo definido. Lo que el tiempo no perdona es su paciente, pero constante avance, y con ello, los cambios que produce en las personas y en la sociedad. 

Tal el tiempo, tal el tiento” decía Cervantes en el Quijote (Vol.II, Cap.L §56), de eso se trata precisamente el transcurrir de la vida humana y más ahora en esta llamada “nueva normalidad”. Las complejidades que arroja la pandemia ocasionada por el Covid-19 en lo social, en lo psicológico, en lo económico, en la salud, así como en muchos otros aspectos de nuestra vida, requieren de la sociedad un proceso de adaptación que ha sido inesperado y exige ser inmediato. La enseñanza a todos los niveles ha migrado con increíble adaptabilidad al mundo digital y con ello el crecimiento exponencial de las distintas plataformas, sin embargo, aún tiene mucho camino por recorrer; otros ramos de nuestra economía lo tienen más difícil, pero no por ello les exige menos, las industrias primarias, pero sobre todo las secundarias y terciarias deben transformarse para una nueva realidad que va más allá de estos meses de aislamiento. 

La sociedad, que había caído –en referencia a la obra de Goethe– “en los engaños de Mefistófeles”, había encontrado en su normalidad una forma de vida que la mantuviera siempre joven y dinámica, pero quizás un tanto alejada de los principios más básicos de su humanidad; la fórmula 24/7 en lo laboral como forma de vida, apreciada y valorada como virtuosa, se ha encontrado de golpe en estos tiempos con la convivencia familiar y la añoranza de los buenos momentos de encuentro con los amigos.

La ‘nueva normalidad’, de la que tanto se habla en estos días, será la de una realidad con nuevas formas de trabajo y convivencia social. Exigirá protocolos y comportamientos en todos los ámbitos; distanciamiento social, pero con lazos más hermanados; mejores condiciones y posibilidades de trabajar desde casa, pero con mayor productividad y responsabilidades autoimpuestas.

El mundo del turismo, golpeado gravemente por la pandemia no regresará a su pleno potencial después de la misma, –no lo hará al menos hasta la existencia de una vacuna–, pero se adaptará y encontrará nuevas formas de atraer a sus clientes; el turismo interno se fortalecerá en cada país y en cada localidad. En este sentido, deberíamos salir a demostrar lo que hemos aprendido en casa, a conocer de manera más profunda los rincones más cercanos de nuestro México, a apreciar y valorar a nuestros artesanos, a redescubrir el valor de nuestras raíces gastronómicas, a comprendernos como una sociedad diversa que en su conjunto forma un mosaico capaz de sorprender al mundo.

La realidad actual nos permite valorar y apreciar lo que el ajetreo de la posmodernidad nos había arrebatado; “la celeridad de los medios de tránsito hace olvidar que lo propio del viaje no es la movilización y el correr de tierras, sino la demora que en cada una se hace” decía Ortega y Gasset en El Espectador. Hemos reaprendido a compartir espacios y el valor del contacto social; hemos detenido nuestro andar en búsqueda de lo más básico de todo ser humano: la supervivencia; nos hemos acercado aún a pesar del distanciamiento impuesto; las personas han tocado su esencia y se han maravillado ante la misma. El viaje apenas comienza…

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