Negociar con Estados Unidos nunca fue fácil y ahora no es la excepción. El asunto de los inspectores (agregados diplomáticos) laborales que supervisarán la buena marcha de la reforma laboral es un ejemplo de ello. 

Es una medida que tiene por objeto presionar a las empresas para que elevan los salarios y para contar con organizaciones de trabajadores cuyos dirigentes no puedan ser cooptados con la facilidad con la que ahora ocurre. 

Esto es así, porque al norte del Río Bravo ven una competencia desleal en las condiciones laborales que imperan en nuestro país y que abaratan la mano de obra.

Será difícil que La Casa Blanca dé marcha atrás en el tema, porque es clave para los poderosos sindicatos y para los representantes demócratas. En los hechos, o México se somete o no habrá acuerdo que valga. Triste, sí, pero es la ruta en la que el gobierno se metió por errores estratégicos. 

Lo inquietante, además, es que se pondrá en manos de otra nación lo que debiera ser una atribución mexicana: la política pública respecto al trabajo.

Es injusto, de paso, porque la supervisión solo es para México y no para Estados Unidos y Canadá. Se asume que aquí no somos capaces de llevar a buen puerto el T-MEC sin la supervisión adecuada. 

Buscar medidas recíprocas es absurdo, porque nadie haría caso a inspectores mexicanos en Washington o en Ottawa. ¿Nuestros diplomáticos irán a supervisar la industria del acero o la aeroespacial? 

Mientras, todo se puede complicar en nuestro país. ¿Qué ocurrirá si las elecciones de dirigencias sindicales no son todo lo democráticas que se esperan? ¿Qué pasará en la industria automotriz y en las maquiladoras? 

Las posibilidades de conflicto son altas, porque el cambio respecto a los sindicatos es profundo y es de preverse que muchos de los relevos en sindicatos importantes sean conflictivos. 

 La agitación de las negociaciones de los contratos colectivos siempre son arduas y ahora tendrá sumarse la eventual visita de un diplomático extranjero para analizar si todo se apega a las normas y, por supuesto, a sus intereses. 

Es así como decisiones que son buenas, como apuntalar la democracia en los sindicatos, obligando a la elección de sus dirigencias por el voto secreto, pueden terminar en un desastre e inclusive afectar los negocios y eventualmente hasta la economía. 

Esto se pudo anticipar, pero era tal la urgencia de lograr el apoyo demócrata al T-MEC que se colaron los duendes por todos lados. 

Falló la política y la información, indispensables en tareas internacionales y donde los jugadores son de alto perfil y tienen muy presente lo que defienden. 

La novatez, sumada a la candidez, resultó perjudicial, porque se vive en la irrealidad de pensar que lo que está en la balanza es la amistad, cuando lo que se sopesa es el futuro y de paso la viabilidad de los gobiernos.  

Queda claro que se celebró con anticipación y que aún quedan sorpresas en la valijas de los negociadores de Donald Trump y, acaso, del propio Justin Trudeau.

 

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