Casi una década ha pasado desde que el mundo observó las protestas ciudadanas tomando las calles de distintas ciudades de España. Bajo distintas proclamas, una de ellas resumía bien las causas de las movilizaciones: “no nos representan”. 

Metodológicamente simplón puede ser tratar de comparar el movimiento de los indignados en España con las protestas sociales que hoy vive Chile. Sin embargo, entre ambas irrupciones es difícil no encontrar coincidencias, así como otras movilizaciones recientes que vemos en países de todo el mundo, como Hong Kong, Líbano o Haití, y que han encontrado en las redes sociales a sus perfectos aliados. Y esto vas más allá que comparar a los manifestantes plantados en la Puerta de Sol de Madrid con el más de un millón de personas concentradas en la Plaza Italia de la capital chilena.

Bajo la amenaza de la recesión que atraviesa la economía global, América Latina ha sido escenario de estos aires de indignación que soplan hacia un mismo sentido: la decepción de la gente a las promesas de la democracia y al sistema económico. Llama la atención que los indignados que salen a tomar las calles no son precisamente los que menos tienen, los históricamente excluidos, sino sectores de ingresos medios y medios bajos cada vez más precarizados. 

Han sido más o menos reiteradas las explicaciones que se han dado a las protestas sociales en Chile en los últimos días. Las imágenes y videos que han circulado masivamente se tratan de explicar por la creciente desigualdad social, el sistema de pensiones heredado desde la dictadura de Pinochet y basado en un esquema privatizado, la reacción del gobierno de Sebastián Piñera desde las primeras manifestaciones, incluso, el ejemplo impuesto por las movilizaciones estudiantiles de 2006 a favor del derecho a la educación. Y si bien lo que ocurre en Chile no puede explicarse por una causa única, el hilo conductor de los diversos factores alude a un sistema económico en el que las nuevas generaciones parecen condenadas al lastre de la precarización y la falta de oportunidades. 

Las movilizaciones chilenas que ya se señalan como la crisis más profunda desde el régimen de Pinochet, se ponen como ejemplo y digno caso de estudio para advertir las secuelas de un crecimiento económico asimétrico. Chile no es de los países más desiguales de América Latina, al menos no por encima de países como Brasil o Paraguay, y el Banco Mundial lo destaca por poseer una de las economías latinoamericanas con mayor crecimiento en las últimas décadas, además de haber reducido la pobreza del 31% al 6.4%, entre 2000 y 2017. Esta realidad contrasta con otros datos. De acuerdo con la CEPAL mientras que en 2017 la mitad de los hogares chilenos menos favorecidos tenían solo un 2.1% de la riqueza neta del país, el 10% más rico concentraba dos terceras partes, mientras que el 1% más rico acaparaba el 26.5%.

Este artículo comenzó señalando las remembranzas que guardan las protestas chilenas con el movimiento de los indignados en 2011. Desde ese entonces, España ha visto el tambaleo del bipartidismo y el nacimiento de nuevos actores como Podemos que pasó del éxito electoral a la debacle y a estar inmerso en los mismos dilemas por los que atraviesan las instituciones partidistas tradicionales. La gran pregunta es qué traerá el vendaval chileno, si las movilizaciones lograrán impactar las estructuras del estado o si le estamos exigiendo demasiado a estas expresiones. En vilo está si las masivas protestas sociales lograrán ser canalizadas a través de las instituciones, en Chile y en el mundo.

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Twitter: @palmiratapia

 

La autora es Maestra en Políticas Públicas por la Universidad de Oxford y Licenciada en Ciencia Políticas y Relaciones Internacionales, por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

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