Como si de una buena película se tratara, en Hollywood salió a la luz una más de sus misteriosas historias: la rivalidad entre el director Quentin Tarantino y Disney.   Por Andrés Arell-Báez Es Hollywood un lugar mágico. Aquellos que han visitado la ciudad de Los Ángeles no dejan de sorprenderse por la omnipresencia de la industria del entretenimiento en cada espacio de la urbe. Y como si de una buena película se tratara, la meca del cine es un lugar donde el misterio rodea a aquellos que manejan los hilos de lo que puede ser el más grande imperio americano. Sus relaciones con la mafia, con las más altas esferas políticas y, sobre todo, su capacidad para ocultar los resultados de su negocio son hechos que superan la más increíble ficción. Sólo en Hollywood un estudio como Paramount puede declarar que una película como Forrest Gump, con un costo de 55,000,000 de dólares y una taquilla de 677,000,000, no les generó alguna ganancia. Y sólo allí, otro estudio, Warner Bros, puede repetir tal fraude fiscal anunciando varios años después que con “Harry Potter and the Order of the Phoenix” sufrieron pérdidas por 167,000,000 de dólares, a pesar de que la taquilla llegó a los 940,000,000 de dólares y el costo fue de 150,000,000. El año pasado salió a la luz una de las rivalidades más fuertes y escondidas del séptimo arte, consecuencia del enfrentamiento directo entre Quentin Tarantino y Disney, por el deseo que cada uno tenía de estrenar, en una sala de cine en particular, sus respectivas producciones: The Hateful Eight y Star Wars: The Force Awakens. La historia es densa, compleja y fascinante. A principios de los años noventa, un nuevo estudio de cine, Miramax, fundado por los hermanos Harvey y Bob Weinstein, se había venido consolidando como “el hermano menor” de las siete majors de Hollywood (Sony, Warner, Paramount, Universal, Disney, 20th Century Fox, MGM). Su original enfoque, de buscar talento y proyectos comerciales en el cine independiente, rindió frutos ingentes para la empresa. Gracias a esa visión encontraron a artistas tan indispensables para el cine como Steven Soderbergh, Neil Jordan, Robert Rodriguez y, claro, el mismo Quentin Tarantino. Pero difícilmente se podría considerar a Miramax como una compañía independiente. El 30 de junio de 1993, Disney la adquirió por 60 millones de dólares, y en esa transacción se da comienzo a nuestro relato. Uno de los grandes talentos descubiertos por los hermanos Weinstein, durante sus años en Miramax, fue Michael Moore. Para 2004, el afamado documentalista había concluido, para ellos, su reconocido trabajo Farenheit 9/11. El filme se estrenó en el Festival de Cine de Cannes, donde un jurado presidido por Tarantino le otorgó el máximo honor, la Palma de Oro; la primera vez en la historia que lo recibía un trabajo de no ficción. Harvey y Bob tenían razones para celebrar. Pero, para su desgracia, el CEO de Disney en aquellas fechas, Michael Eisner, buscando no lidiar con el alto contenido político y controversial del largometraje, forzó a los Weinstein a abandonar la película. ¿El problema? No tenía facultad para hacerlo, porque a pesar de que para esas fechas Miramax era ya propiedad de Disney, en el contrato de adquisición se estipulaba que todas las películas que incurrieran en inversiones menores a 100 millones de dólares serían manejadas con total libertad por los hermanos. Según varios rumores, la verdad oculta era que había una inmensa cercanía entre Eisner y George W. Bush, este último retratado de una manera muy crítica en el documental, por lo que el directivo de Disney presionó agresivamente para que la película fuera eliminara del catálogo, acción que eventualmente logró concretar. El resto es historia: Lions Gate distribuyó el filme de Moore, y éste se convirtió en el documental más exitoso de la historia, recaudando 222,000,000 de dólares a nivel mundial. Producto de la frustración que le provocó haber perdido tan increíble éxito, los Weinstein abandonan Disney y Miramax. Siendo típico de la personalidad de Harvey (se dice que el personaje de Lee Grossman, el horroroso productor de cine de la película Tropic Thunder, está basado en él), la partida se hizo por todo lo grande y con mucho ruido. Ya establecidos como independientes, los hermanos fundaron The Weinstein Company, organización con la que no han podido repetir el éxito de Miramax, y que cuenta con los derechos de los filmes de Tarantino. Y así llegamos al 2015. En su afán por recuperar al cine como una forma de arte de la mayor importancia y de profundizar en su cruzada contra la tecnología digital, Tarantino filmó su más reciente película, The Hateful Eight, en cinta de celuloide de 70 mm, buscando hacer una proyección a la antigua: grandilocuente y espectacular. Lamentablemente para él, ese tipo de exhibición se tiene que hacer en salas de cine específicas, diseñadas para presentar largometrajes filmados en ese formato tan particular. Una de ellas es el Cinerama Dome de Los Ángeles, el favorito de Quentin por razones personales ligadas a su infancia y donde quería estrenar su producción en la Navidad de 2015. Disney, hoy un conglomerado multimillonario que compró Lucas Film y, por ende, la saga Star Wars, le exigió a ArcLight, los propietarios del Cinerama Dome, que en ese teatro durante todo diciembre se proyectara exclusivamente Star Wars, forzando a la empresa a incumplir su contrato con The Weinstein Company. ArchLight se rehusó a la petición, y Disney respondió llevando la situación a un extremo inconcebible. La multinacional le informó a ArchLight que si no accedían a sus deseos ninguna de sus salas en todo el país iba a poder pasar Star Wars: The Force Awakens. Por supuesto, tratándose de la producción más importante de los últimos años, los dueños de los teatros se vieron forzados a ceder, y Quentin vio frustrado su sueño. Tarantino, bastante conmovido, airó una parte de esta controversia en la entrevista que dio a Howard Stern. En el programa, el director afirmó varias veces que Disney estaba siendo “vengativo” con él. A Quentin, brillante escritor y magnífico narrador de historias, difícilmente se le encuentra un uso errado de una palabra, por lo que al utilizar ese término se puede especular que se refería a que Disney estaba tomando una acción en contra suya por lo sucedido en los días de Miramax y la dolorosa partida de los hermanos Weinstein. Kill Bill, de Quentin Tarantino, comienza con una cita de un proverbio chino que dice: “La venganza es un plato que se sirve mejor frío.” Esa producción es propiedad de Miramax y, por ende, de Disney al día hoy. Lo ironía de toda esta situación es que, al parecer, los ejecutivos del estudio dueño del Ratón Mickey aplicaron la sabiduría de la sentencia oriental, para concretar una revancha contra el propio Tarantino. Cosas de película que pasan en Hollywood.
Andrés Arell-Báez es escritor, productor y director de cine. CEO de GOW Filmes.   Contacto: Twitter: @andresarellanob   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

Siguientes artículos

ICA puede salir de NYSE por mínima cotización
Por

La firma mexicana está en riesgo de salir del NYSE, debido a que sus acciones están por debajo de un dólar, ante esta si...