Un famoso slogan no oficial de la campaña de Bill Clinton para ejemplificar la obviedad de lo relevante, de lo esencial que está frente a nuestros ojos y por increíble que parezca no logramos ver, fue: “¡es la economía, estúpido!”, aludiendo al hecho de que sin considerar la economía, sobre todo la familiar, no podría ganarse al elector, por más discursos que se utilizaran sobre otros temas.

Fue un llamado rudo y duro a no descuidar lo básico, lo elemental, el punto de partida. Utilizando esta analogía, para comprender la diferencia tan opuesta de visiones que existe hoy en nuestro país, debemos reconocer que el 50% de la población se ha quedado atrás de los claros beneficios de la democracia, la globalización y el desarrollo.

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Y en este contexto, aunque trillado tanto por unos como por otros, el dicho de “no entienden que no entienden” es tan cierto como profundo. No se logra entender que haya ciudadanos desencantados con la democracia y el estado liberal, cuando éste ha sido garante de derechos; asegurado contrapesos al poder absoluto y discrecional; y creado instituciones que procuran elecciones libres, competencia económica, transparencia en el ejercicio de gobierno y conocimiento técnico.

Para la mitad de la población en México que se ha beneficiado claramente de este entorno, se trata del camino lógico para lograr el progreso social. Inacabado y muy mejorable como todos los procesos humanos, este sistema que ha costado a generaciones construir, plantea reglas del juego claras que dan certidumbre en el presente y esperanza de un futuro mejor.

Pero no es así de nítido y lineal para todos. Lo que una mitad no logra comprender, es que hay otra mitad de la población que, en lenguaje de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODS) “se ha quedado atrás”.

Ese 50% para quienes el acceso a la alimentación, salud, educación, empleo, seguridad social, vivienda y servicios básicos a la vivienda son privilegios y no derechos, realidades intermitentes y fragmentadas que dependen de la voluntad de un patrón o de dádivas gubernamentales remanentes de la corrupción, no puede compartir la visión sobre los logros de la democracia mexicana o de la apertura económica.

A quienes acudían a uno de los comedores comunitarios (desaparecidos desde el 2019), o hacían una fila interminable para ser atendido en una clínica austera del también extinto seguro popular, o caminan aún tres horas para llegar a una escuela derruida, o llegan a una vivienda con falta de techo y muros firmes donde encima hay 5 familiares hacinados haciendo convivencia que dista mucho de ser sana ¿qué le pueden resonar 40 trimestres consecutivos de crecimiento económico, un nuevo aeropuerto en la Ciudad de México o una transición progresiva hacia a las energías limpias? Por ello, se puede no tener el más mínimo crecimiento económico, cancelar el aeropuerto, construir una nueva refinería y tener electricidad a partir de fuentes contaminantes, sin consecuencias de importancia para la mitad de los mexicanos.

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Aquí nos encontramos entrampados como país. No entendemos por qué no entiende ese otro 50% si todo es tan claro y evidente. Por estas experiencias paralelas tan disímbolas es que no logramos generar una visión única de país donde quepamos todos.

Se trata de un problema clásico de teoría de juegos de quién da el primer paso. Y después de ello, seguirá el juego del “gallo-gallina” motivado por la justificada decepción y desconfianza que existe de quienes han sido dejados atrás por unos, los otros y los que les siguieron.

Toca a las élites políticas y económicas, a los partidos, a los intelectuales y a las clases medias asumir que algo lleva mucho tiempo roto en México, con la diferencia de que hoy existe una nueva conciencia de este quiebre y una falsa esperanza fundada en la narrativa populista y ni de cerca en la solución eficaz de los problemas.

Tenemos que replantear nuestro contrato social y reconstruir nuestro tejido nacional con genuino entendimiento y sensibilidad, apartados de la prepotencia y la condescendencia que conlleva el sentirse conocedor de la verdad y de lo que es bueno para el otro. Tenemos que ser capaces de comenzar a imaginar un país distinto, uno donde haya futuro común, donde quepamos todas y todos como dueños de nuestro propio destino.

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