Por: Eduardo Navarrete*

Cualquiera que bebe de más está pidiendo a gritos una realidad suplente. Y, dado que el oficio de escribir no es más que el de quitarse la máscara ante una hoja en blanco, se puede decir que el vaso y el lápiz tienen cosas en común.

Puede usarse para informar o narrar, para crear o debatir, el puente que se tiende con la palabra transporta en cada idea, el núcleo mismo de la intención.

¿Pero qué es una idea?

Un patrón de información que te ayuda a navegar y comprender el mundo.
Si se comunican con propiedad estas ideas, pueden transformar la manera en la que alguien ve la realidad.

Las ideas son la fuerza más importante en la formación de la cultura.

¿Para qué escribiría alguien que no tiene audiencia?
Dar a conocer lo que está pasando y lo que se piensa de ello, es en primera instancia, el motor de la escritura, oficio que antes de emplearse en cualquiera de sus formas, requiere una pausa, no solo para confirmar que se trata de un acto pensado, sino de uno contextualizado.

La nueva moneda es el tiempo. No obstante, parar antes de escribir, hace ver la motivación del escrito y del tiempo empleado en él. Saber lo que quieres decir es tan importante que con eso aclararás todo lo que deba ser omitido.

Pero luego de conocer la motivación, y antes de preguntarte por la audiencia, el tono, la voz, el territorio en el que se dice, el ángulo, la estructura de los párrafos, la coherencia de los argumentos y el mensaje a emitir, cabe algo que no encontrarás en un manual de redacción, por elaborado que se ostente: podrías escribir borracho.

Así fue como lo propuso Ernest Hemingway, a manera de construcción para lograr un impacto memorable: “escribe borracho, edita sobrio”.

Por encima del sentido literal -que es tentador-, Hemingway apela a volcar las ideas recién te sientas y observas la motivación de tu futuro escrito. No habrá saboteo ni censura: las palabras fluirán conforme salgan con la certeza de que más tarde tendrá turno un ojo más estructurado para meter orden ahí.

Con la cuchara grande
Fluir es el destello elemental de una narrativa. De ahí que el valor de esta propuesta descansa en extraer las ideas, no importa de si están desordenadas, sucias o incompletas. El propio Hemingway fue claro al decir que “el primer borrador de lo que sea, será una porquería”.

Para aprender a sacar provecho de las palabras, es indispensable conocerlas y saber emplearlas. Como en una construcción, inicias con la infraestructura y vas añadiendo capas de imágenes, analogías, metáforas o asociaciones. Así vas entretejiendo el impacto cognitivo y el emocional en torno de la idea central del mensaje.

Y Hemingway tuvo el valor y la crudeza de acercar la idea emocional desde un inicio para que no se pierda bajo ninguna instancia y acaso se pula. Cualquier proceso de narrativa inicia con saber qué se siente estar con vida. De ahí, se perfila el contexto de un personaje y las múltiples posibilidades en las que se van creando líneas de tensión.

Escribir con la afirmación de estar dispuesto a transmitir una experiencia, no para Google ni con la idea de ganar afectos espontáneos, confirma la propia condición humana de capturar valor y transmitir uno sus más profundos valores: la confianza.

Ésta se gana por afinidad y en el oficio de escribir, la calidez y espontaneidad hacen la diferencia para que un documento obligue a tomar una acción y hasta un trago. Así sea bajo la excusa de que hay algo próximo a escribir.

Contacto:

Eduardo Navarrete, se especializa en dirección editorial, Innovación y User Experience. Es cabeza de contenido en UX Marketing y cofundador de Mind+, arena de entrenamiento para la atención plena empresarial.*

Twitter: @elnavarrete

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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