Satélites del tamaño de una caja de pañuelos. Ése es el futuro de las telecomunicaciones. ¿Por qué? Una constelación de estos dispositivos tiene el potencial de llevar internet a todo el mundo y, en el camino, dejar sin trabajo a gigantes como AT&T o Telmex. Y un ingeniero mexicano recrea los aspectos más hostiles del espacio para que sobrevivan allá arriba. Fernando Mier-Hicks, originario de Aguascalientes, diseñó una máquina que simula tres condiciones fuera de este mundo: ambientes de cero fricciones, el vacío (ausencia de aire) y plasma espacial. Vayamos por partes. El ambiente de cero fricciones hace que cualquier movimiento, por más minúsculo que sea, dure largos periodos, como sucede constantemente en la película 2001: Odisea del espacio. También significa que pequeñas fuerzas producidas por el ambiente exterior pueden modificar su orientación, por ejemplo, la interacción de la luz solar con el satélite, explica el candidato a doctorado en el laboratorio de propulsión aeroespacial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en entrevista con Forbes México. Su cámara de vacío genera levitación nanomagnética. En otras palabras, hace que los satélites floten como lo harían en el espacio. La temperatura espacial va de -10 grados Celsius (C°) en la sombra hasta 80 C° al sol, además de los cambios bruscos entre un estado y otro. “Los satélites tienen que estar diseñados para soportar y mitigar estos cambios”, explica Mier-Hicks. Eso no es todo. Su máquina simula plasma espacial, es decir, partículas con cargas eléctricas que pueden ser nocivas para los circuitos del satélite.   Amor aeroespacial Durante una estancia académica en Estados Unidos, Fernando descubrió que la tecnología aeroespacial era su pasión, aunque desde niño se enamoró del espacio sin imaginarse jamás que llegaría tan lejos. Su ingreso a la institución estadounidense en parte la debe al jefe del laboratorio, que también es mexicano, Paulo Lozano, quien fungió como su contacto en el MIT y que lo ayudó a entrar tras ver su pasión y forma de trabajo. Para las estancias en universidades norteamericanas, el requisito es experiencia en investigación. En su currículum está un empleo en Willow Garage, startup de Syllicon Valley que hace robots humanoides. Al ingeniero mexicano egresado del Tecnológico de Monterrey le tomó cinco años crear la cámara, cuyo nombre oficial es “caracterización de propulsores eléctricos para nanosatelites”, y hace dos que la ‘echaron a volar’. El MIT, donde también cursó su maestría en ingeniería aeroespacial, puso el dinero para el laboratorio, la colegiatura y el salario de Fernando, pero la investigación está financiada con recursos de la NASA y el departamento de defensa de Estados Unidos, “ellos están pagando para desarrollar estas tecnologías”. Diseñar esta tecnología no es cualquier cosa. Tan solo de materiales para armar la cámara, recuerda el ingeniero, se han gastado 30,000 dólares. Pero la diferencia económica y física entre los satélites tradicionales y los nano es abismal. Mier-Hicks da un ejemplo contundente: el satélite Morelos III, del tamaño de un camión de carga industrial, que México envió al espacio en x 2016, costó 300 mdd de dólares, además de 100 mdd del cohete. “Con el mismo dinero que tienes mandas 1,000 nanosatélites”, dice el ingeniero. Ahí radica la importancia de probar la siguiente generación satelital. Los nanosatélites son bastante poderosos y su ventaja es que pueden lanzar redes de sensores para tomar fotografías instantáneas o proveer de internet a todo el planeta, aplicaciones que un satélite tradicional no puede hacer. Algunas empresas están más que conscientes del potencial. La startup estadounidense, Planet Labs, diseñó un satélite del tamaño del pan de caja —como los que produce Bimbo— y lanzó una docena de ellos al espacio. Hasta julio de 2015, puso en órbita más de 100 nanosatélites y levantó 118 millones de dólares en series C durante abril del año pasado. Fernando recuerda otro caso: One Web, fondeada por el empresario inglés Richard Branson, que dotar a internet al mundo entero, pero estos satélites son más grandes del tamaño de un minibar.   México, a años luz de esta tecnología Mier-Hicks no espera ver pronto este tipo de desarrollos en nuestro país. En primer lugar, se requieren montos de millones de dólares. “Imagínate que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) le dé millones de dólares para investigación. Tal vez te da 500,000 pesos.” Al preguntarle qué recomendaciones tiene para los jóvenes mexicanos interesados en la ingeniería aeroespacial, dice que el panorama en nuestro país es muy difícil, pues estamos acostumbrados a comprar esta tecnología y recuerda el caso del satélite Morelos III que México compró a la empresa Boeing. “Para comprar una cámara de vacío se requieren tres millones de pesos”. Aunque reconoce que la industria aeronáutica ha madurado en México, hace falta mucho dinero. Y México necesita resolver otras prioridades como la corrupción, que cuesta al país 347,000 millones de pesos (mdp) anuales, según Transparencia Internacional. Y nuestra nación tampoco parecer destinar los recursos suficientes. El gobierno de Enrique Peña Nieto gastó en ciencia y tecnología menos de 0.50% del Producto Interno Bruto equivalente a 325,000 mdp en los primeros tres años de su gestión, de acuerdo con su cuarto informe de gobierno. “Necesita haber un cambio drástico en el gobierno para fondear estos proyectos. Hay países que tienen menos recursos, por ejemplo, India, que fondea con menos dinero a los investigadores y ellos han mandado cosas al espacio. El problema de México es que está el dinero, pero no llega a las manos que realmente tiene que llegar”, lamenta el científico mexicano.   ¿Vida académica o empresarial? Fernando tiene 27 años y se graduará en enero de 2017. Aún no decide si se dedicará a la investigación o entrará al negocio aeroespacial. Antes de entrar al doctorado, cofundó la startup Action Systems, que diseña sus propios propulsores eléctricos y que probará los primeros el próximo año. “Tengo que buscar trabajo. Las opciones disponibles son trabajar en la empresa que creé o en centros de la NASA”. Al preguntarle que en dónde le gustaría más trabajar, Fernando responde que depende de muchas cosas, sobre todo de la familia, razones personales y el tipo de proyectos. “Mi esposa es americana, entonces me quedo allá un buen rato”.

 

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