Las promesas vacías de los líderes políticos (sean presidentes, gobernadores o alcaldes) conllevan graves riesgos y una fuerte reacción por parte del electorado.     Es fácil llegar a la conclusión de que la importante caída en la popularidad de Enrique Peña Nieto se debe al débil comportamiento de la economía. Lo que podría estar agravando la molestia con el presidente, no es necesariamente que el salario mínimo no alcanza, sino que, tal vez, se piensa que el liderazgo en este país pudiera ser diferente. Y en muchos aspectos el liderazgo de este sexenio continúa siendo “jurásico”. El culpable de esta situación no necesariamente tiene que ver con el presidente, sino con décadas y décadas de malos líderes; es decir, líderes “jurásicos” –el liderazgo “jurásico” se aplica a todos los líderes antidemocráticos y anticuados, sin importar el color de la camiseta que portan–. Dar esperanzas a la gente es un arma políticamente poderosa. A diferencia del líder “jurásico”, un líder moderno debe tener cuidado de cuánto promete, porque hay consecuencias. Una forma fácil de dar esperanzas a la gente es prometer –con absoluta conciencia– que no existe la posibilidad de cumplir con la mayoría de las promesas. El problema es que los pueblos se sienten golpeados y maltratados por años de negligencia de parte de sus gobernantes, y así buscarán a quienes les den esperanzas de una mejor vida. Y aunque prometer lo imposible ayuda a cualquier político a llegar al puesto anhelado, también se corre el riesgo de fracasar, aunque se haya hecho todo lo posible por servir bien. A un líder “jurásico” no le preocupa una mala evaluación de su administración, porque siempre puede esconder sus actuaciones desinformando o alterando la historia. Pero hoy día tapar el sol con un dedo se ha vuelto más difícil, ya que la historia se escribe todos los días. Si bien es cierto que quienes aspiran a ser elegidos en cualquier cargo son evaluados por sus promesas, también es cierto que serán la historia y la sociedad las que los juzgue por lo que hicieron y por lo que dejaron de hacer. Creo que sería injusto evaluar el éxito o fracaso de Peña Nieto como presidente. Esta administración no lleva ni dos años en el poder, y, sí, hay que esperar el impacto de las reformas, pues se prometió que éstas cambiarían el país. Eso está por verse. Las promesas vacías de los líderes políticos (sean presidentes, gobernadores o alcaldes) conllevan graves riesgos y una fuerte reacción por parte del electorado. Después de tantos años de malos gobernantes es fácil asumir que el pueblo puede aguantar otro sexenio más de promesas incumplidas. Pero las nuevas tendencias, como la fortaleza de los medios de comunicación y de los partidos de la oposición, ayudarán a azuzar al pueblo, que no sólo está desesperado sino altamente decepcionado. Un buen líder político deberá poseer la habilidad de oscilar entre la esperanza y la verdad. Cuando busco literatura o documentos que me den la pauta para tratar de descifrar cómo debería ser el liderazgo político en el México del siglo XXI, tengo pocas opciones. El estudio de la vida de los líderes políticos del pasado es otro método factible para entender y aprender cómo se ejerce el liderazgo, especialmente en los momentos más difíciles de la historia de una nación. Con leer dichas biografías deberíamos descifrar los rasgos de estos líderes, y así conocer las prácticas aplicables por aquellos políticos o ciudadanos que quisieran ejercer un liderazgo efectivo. El problema es que cuando se le pide a un mexicano que identifique a un líder nacional que admire, la mayoría no puede darnos un nombre. Y, si fuera el caso, probablemente se cite a un líder de los siglos XVIII o XIX. Son muy pocos los que citan a un líder del siglo XX y muchos menos a alguien de la historia reciente. Entre estos líderes podrían estar los nombres de Benito Juárez y Lázaro Cárdenas. Pero el problema de leer su biografía es que, de nuevo, aunque se podrían descifrar algunas de sus características como modelos de liderazgo, resulta difícil que éstas sirvan como pautas o ayuden a quien quiere ser un líder político moderno. Las pocas o nulas experiencias históricas, y la necesidad de replantear un nuevo estilo de ejercer el liderazgo, dan un carácter de urgente al hecho de abrir espacios para discutir este tema. Adicionalmente necesitamos comprender cuáles son los factores que han permitido que en el México democrático del siglo XXI continuemos sufriendo un liderazgo anacrónico e ineficiente propio del siglo XIX. Cada país tiene su historia, sus antecedentes y sus tradiciones políticas, que provocan un impacto efectivo en los líderes del presente, que también tendrán los del futuro. Las preguntas son: ¿Qué tipo de liderazgo busca ejercer el presidente y su equipo? ¿Cómo lo recordará la historia?     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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