Por Alejandro Sordo ¿Qué es lo que más te apasiona del quehacer artístico? Descubrir que el arte es un lenguaje y un universo que no encuentran fronteras y poseer una sintaxis con la cual acceder a un mundo de ideas e imágenes con repercusiones materiales y simbólicas en la trascendencia de la obra personal. ¿Qué significa la exploración pictórica de las entrañas? Mi obsesión por diseccionar visual y conceptualmente los símbolos con los que trabajo viene de la herencia del postmodernismo. Uno de sus pilares es la deconstrucción de los significados y de las Imágenes; indagar qué hay detrás y en el interior de los conceptos y las imágenes y, por otro lado, una intención de desnudar y escudriñar las verdades aparentes y mostrar el interior, por ejemplo: ¿qué hay detrás de la tecnología impecable, siempre eficaz y atractiva? ¿Acaso no se trata de un nuevo tipo de esclavitud y de procuración de la idiotez? ¿Esa facilitación del mundo que se nos propone no tiene otro fin que hacernos perezosos, dependientes, consumistas e inútiles? ¿Qué valor le das a tu paleta de color? El color es un arma de guerra. Al usar colores cálidos con fríos balanceadamente busco que la imagen propuesta logre hacer que el espectador se olvide que ella es una imagen creada a través de un dibujo y betún de pigmentos untados sobre una tela o madera y se transporte a una “Ventana o ensoñación”; que puede contener una información concentrada e interrelacionada a la manera de una especie de Internet de las cosas hecho a mano. El reto que propone el color es regresar al público su capacidad de embelesamiento con la mirada ante el fenómeno visual que finalmente es una de las capacidades humanas más importantes con las que cuenta, es regresar a la función retiniana del cerebro y activar sus sensores que en el mundo de las artes visuales es constantemente reprimido y condenado.
Cisco Jiménez

Doble arqueología, de Cisco Jiménez, obra ganadora de la Bienal Rufino Tamayo 2018. Acrílico sobre madera y marco tallado (190 x 130 cms); Coleccion Museo de Arte Contemporaneo de Oaxaca.

¿Cuáles son las figuras que se repiten en tu representación artística? Siempre he trabajado con temas y símbolos muy específicos a los que voy desgranando y sacando el mayor jugo posible hasta que los debilito, a finales del siglo XX las trompas de Falopio, las estufas y los lavabos eran el tema recurrente en mi obra, después vinieron los cortes fisiológicos de tejidos animales y vegetales, las tripas, calderas y plantas nucleares, los cuernos de chivo o AK47 a la par de la violencia e inseguridad que se fue apoderando del país y actualmente retomé la tecnología obsoleta reciente como son los tornamesas, las radiograbadoras y las consolas de sonido, tal vez como una manera de reconciliación con el pasado reciente trágico y caótico que hemos vivido, como una reconciliación con una serie de objetos que nos hicieron la vida más cómoda y divertida y una melancolía por una época y un modo de vida que tal vez perdimos para siempre. ¿Qué propones al yuxtaponer, por ejemplo, un tocadiscos formado de piel diseccionada? La imagen de la tornamesa con un corte fisiológico que muestra un interior vivo y orgánico justo vino como una metáfora acerca del verdadero interior de las cosas, el mundo de los objetos se presenta ante nosotros como una proyección de un anhelo, un deseo muy íntimo y también,  un miedo escondido que no encuentra como expresarse, al rebanar un tocadiscos uno se encuentra que es un ser vivo como nosotros, proviene de la convivencia diaria e íntima que tenemos con los objetos, esto para las grandes corporaciones ha sido una ventaja muy rentable y el clímax actual son los teléfonos celulares. Me puedes compartir sobre la obra que presentaste en la Bienal Rufino Tamayo 2018. La obra ganadora de la bienal se titula “Doble arqueología”. Se trata de una pintura de acrílico sobre madera y un marco tallado por mí sobre polín de madera de albañilería, básicamente es un recuento y una especie de muestrario de los símbolos e ideas que he estado trabajando en los últimos años. Se trata de una obra que cierra un ciclo pictórico con sus respectivas conclusiones. Hay una mezcla de intenciones y todo gira alrededor de una gran nostalgia sobre los tiempos ya acontecidos: el tiempo ancestral de las grandes civilizaciones mesoamericanas como las maya, olmeca, tolteca, azteca, entre otras, y nuestro propio pasado reciente, tecnológico obsoleto representado por las tornamesas y las radiograbadoras. Lo táctil y objetual desplazado por lo virtual; así como lo hecho a mano, como es el caso del marco de la pintura que, en sí mismo, es parte fundamental de la obra. Fue tallado a hachazos y cinceles. El color de fondo de la obra es un color verde aguamarina muy pálido; sirve de espacio mental donde flotan todas las referencias venidas del pasado remoto y del pasado reciente como una serie de fantasmas que nos acosan y nos colocan en un estado contemplativo y abierto a la reflexión. Te puede interesar: Sebastián Errázuriz muestra la faceta más artística de Audemars Piguet Síguenos en: Twitter Facebook Instagram Suscríbete a nuestro newsletter semanal aquí  

 

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