Los más viejos recordaban climas más benignos, pero cada año desde hacía más de 50, parecía que el verano terminaba antes, y que los otoños se parecían a los antiguos inviernos y los inviernos… a nada conocido hasta entonces. El 4 de septiembre de 1616, en el taller del Guercino, hacía un frío empecinado cuando Benaducio Luoco, teniente de policía de la ciudad de Ferrara, entregó los 40 ducados y una mano meticulosa comenzó a escribir en el libro de cuentas de la casa: “realiza un último pago de 40 ducados a cambio de “un cuadro de San Juan Evangelista el Viejo”. Al terminar, lo giró y el teniente, de ojos vivos y cara enmarcada por un bigote corto y una pequeña barbilla afilada, lo firmo. A continuación, dejó Bolonia y regresó a Ferrara. Así pasaron las cosas. Y lo sabemos con certeza. Sabemos qué hacía un frío de mucho cuidado, porque en 1550 había comenzado ya la que se llamaría “Pequeña Glaciación” y las temperaturas no dejarían de bajar hasta alcanzar cifras mínimas en 1650. Sabemos que Benaducio Luoco era Teniente de Policía –“teniente criminale”- en Ferrara porque así lo atestigua el libro de cuentas del taller del Guercino, y por él sabemos lo que pagó y que firmó. Sabemos, finalmente, el aspecto que tenía Luoco, porque hace algunos años se encontró una pintura original con su retrato con nombre y fecha. Así indagamos el pasado para que ensanche nuestro presente. El cuadro con figura por el que el teniente de policía acababa de pagar el precio acostumbrado por un óleo sobre lienzo de ese tamaño –97 x 78 cm- era, sin embargo, una obra muy especial. A pesar de que la representación del último de los evangelistas era relativamente frecuente en Oriente, no lo era en absoluto en Occidente y, mucho menos, lo era su representación como anciano.

Jose de Ribera, San Onofre, c. 1630, óleo sobre lienzo, 99.5 x 74.8 cm

En el título de la obra encontramos la otra gran rareza de esta pintura, porque The Aged St. John the Evangelist Reading -San Juan Evangelista Leyendo- no muestra al Evangelista escribiendo o con una pluma como se representaría más tarde y parece lo más lógico, sino “leyendo”. Fue sin duda una aproximación brillante que no deja de poner de manifiesto la genialidad de Il Guercino. Todo, de hecho, es un poco especial en este cuadro. Empezando por su autor. Giovanni Francesco Barbieri, “Il Guercino” es uno de los gigantes de la historia de la pintura. Pintor barroco, nació en Centro, muy cerca de Bolonia, el 8 de febrero de 1616… Tan sólo nueve días antes de que Ribera lo hiciera en Játiva, Valencia. Las carreras de ambos crecerían en paralelo. Hijo de padres muy humildes, Guercino fue precoz y estudió ya en Centro con Benedetto Genari para, pronto, mudarse la vecina Bolonia, donde trabajaba y creaba escuela, Ludovico Carracci, el maestro que le marcaría su carrera con una obra en especial “La Virgen y el Niño con San Francisco de Asís, de 1951. La obra hoy se conoce como la Carraccina, precisamente por los estudios y lienzos que Guercino realizó inspirado en ella. Ahí está la estructura piramidal heredera de Miguel Ángel. Esto no son especulaciones, sino que el propio Guercino reconoció avanzada su carrera que esta obra había inspirado y marcado su trabajo. Pronto en Bolonia sólo habría un pintor que pudiera vender más que Guercino, Guido Reni. Pero Reni era más clasicista y cuando en 1626 Guercino pinta “Et in Arcadia Ego” -Yo también en Arcadia- ya demuestra su forma única de mirar las cosas: El lema escrito en el pedestal en el que se apoya una carabela que es observada por dos pastores, es usado por primera vez por un artista para referirse a lo pasajero de este mundo. Guercino demuestra su creatividad y su necesidad permanente de innovación y muestra ya la madurez de un maestro del tenebrismo caravaggista que creo sus propias obras en uno de los estilos dominantes de la época, se piensa que sin haber visto directamente las obras que el maestro creaba en Roma, a la que se desplazaría pronto, para acabar finalmente volviendo a Bolonia. En su madurez, una vez muerto Reni, Guercino produciría obras más clasicistas, incluso terminaría una obra inacabada de Reni, para demostrar así su inmensidad como pintor con una carrera que transcurrió en todo momento paralela a la de Ribera. ¿Se conocieron? Lo que sí nos consta, es que Velazquez, durante su viaje a Italia, visitó a los dos genios.
Evagelista

Il Guercino, San Pedro liberado por un ángel, c. 1622, óleo sobre lienzo, 105 x 136 cm
© Museo Nacional del Prado, Madrid

El Prado, La National Gallery de Londres, la de Washington, el Thyssen, La Casa de Alba, los Museos Vaticanos, los Museos Capitolinos… acumulan obras, literalmente, de este “bizco” -de ahí su apodo- de quien conocemos el número exacto de obras que pintó por ser uno de los pocos maestros de la época de quien se conserva su libro de cuentas. El estrabismo amplió la visión a costa de una menor percepción de la profundidad. Rembrandt, Durero, Degas, o Picasso, fueron algunos de los “bizcos” que, con Guercino, nos ampliaron la forma en la que vemos el arte, negándose, al mismo tiempo, a renunciar a lo profundo. No deja de ser una maravilla más relacionada con esta obra en la que todo es puro asombro.

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