La voluntad del consumo de lujo

El ejecutivo posmoderno ha encontrado su alimento espiritual en la rutina del consumo lujoso. Seguimos queriendo disfrutar, cual dioses, de la magia inherente a la belleza.
Por Victoria Mass
Según el filósofo francés Gilles Lipovetsky, en los últimos años del siglo XX tuvo lugar algo que él denomina “proceso de personalización”, que supone un cambio de hábitos y organización social en que los valores individuales se inclinan más hacia la introspección y preocupación por uno mismo, y la obtención de placer.
Elegir a voluntad, obviar la austeridad y primar el deseo, el florecimiento de valores hedonistas, el culto desmedido y consciente hacia la liberación personal y la expresión libre del ser son, entre otros, factores constantes de la ecuación moderna que describe al ser humano. Y es entonces cuando surgen individuos que rompen con el rumbo establecido por la masa. Buscan su propia identidad. Evidentemente, el primer paso es expresarlo a través de la moda. No cabe un atisbo de duda, en este ámbito los italianos presumen conscientes de su ventaja respecto al resto del mundo.
Ermenegildo Zegna, Panerai, Max Mara o Prada son dignos ejemplos de un ADN que es emblema de belleza. Es una apuesta por la memoria y el deseo de eternidad. Lipovetsky afirma: “No es cierto que estemos sometidos a una carencia de sentido. En la era posmoderna perdura un valor cardinal, intangible: el individuo y su cada vez más proclamado derecho a realizarse…”
