“Se te olvida que me quieres a pesar de lo que dices…” resuenan las primeras estrofas en voz de Lila Dows, quien aparece con un vestido blanco sobre el escenario del Auditorio Nacional, durante el concierto Olé México GNP.

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La noche presagia un emotivo encuentro con tres imponentes voces: Buika, Pitingo y Lila Dows, junto con la dirección magistral de Alondra de la Parra y la Orquesta Sinfónica de Minería.

El sonido de los instrumentos de cuerdas, vientos, metales y percusiones parecen despertar de su letargo al coloso en la Ciudad de México, para enamorar los oídos de cerca de 400 personas.

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Concierto Olé México Alondra de la Parra
Foto: Manuel Grajales.

Ellos se dan cita para ser testigos de una coincidencia creativa que irrumpe con fuerza entre tonos de música mexicana y española y una mezcla de jazz, soul, ópera y flamenco, para mostrar al unísono que la música no conoce fronteras.

Entre el virtuosismo de músicos y cantantes transcurren las primeras canciones que han sido reinterpretadas de forma premeditada. “Les pedí que no escucharan las versiones originales y solamente se dejaran llevar por la letra y lo que ésta les transmitía”, comenta Alondra de la Parra al tomar el micrófono.

Alondra de la Parra, la orquesta imposible
Foto: Cortesía

La voz de Pintingo –quien consigue hermanar el soul, el góspel y el flamenco a través del sonido de su canto– conmueve al interpretar ‘Cucurru cucú’, con un tono aterciopelado que eriza la piel y estremece el alma al escucharlo.

Pero es Buika, cantante también española, quien le pone el toque emotivo a Olé México. “Estoy viviendo un sueño robado”, matiza mientras hace una reflexión de la época por la cual está atravesando la humanidad: “Ha sido difícil llegar hasta aquí”.

El histrionismo de su voz llena con su sonido y sus tonos altos hasta el último rincón del Auditorio Nacional al cantar ‘Amor Eterno’, que arriba del escenario culmina en un abrazo intenso entre Alondra de la Parra y la cantante española.

Pero abajo algo distinto ocurre. Algo en ambiente palpita de forma extraña. Más allá de los protocolos de comportamiento que impone la música sinfónica, pareciera que debajo de los cubrebocas, que ha impuesto la pandemia de salud, se escondieran las emociones. Como si estás también se hubieran confinado y ahora ya no saben cómo manifestarse.

De vuelta arriba, el desgarramiento en la voz de la intérprete se funde con el vibrante e intenso sonido de la orquesta y consiguen crear un momento casi sublime. Escala aún más al resonar con fuerza entre los muros del Auditorio Nacional: “No. Porque tus errores me tienen cansado…No. Porque ya no extraño como antes tu ausencia…”

Y la espiral de emociones entre los asistentes va de la tristeza, al enojo, al recuerdo, la frustración, la alegría, el miedo, la melancolía… Todo al mismo tiempo, al recordar a ese amor que todavía lastima.

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La noche adquiere su punto culminante cuando a través de una nota sostenida Lila Dows hace gala su instrucción como cantante de ópera y le ruega a la ‘Paloma negra’ que ya no le llore.

Es también el instante de empezar a despedirnos de Olé México. Un momento de profunda abstracción –a una pandemia interminable que afuera contabiliza miles de personas contagiadas y fallecidas– como sólo el arte y la música tienen el poder de lograrlo.

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