En el actual contexto de incertidumbre generalizada, es recomendable hacer un poco de memoria para comprender los orígenes de las naciones y patrias. El resurgimiento de los nacionalismos emergentes en el mundo de hoy está definiendo nuevas formas de convivencia, oposición y conflicto entre las naciones, lo que podría desembocar en conflagraciones violentas de naturaleza y efectos inciertos.

Origen de naciones y patrias

Sin pretender narrar una historia del nacionalismo, recordemos cuáles han sido los grandes momentos de éste en la historia occidental. La “nación” y el “nacionalismo” no han evolucionado ni involucionado, han salido al escenario mundial representando papeles muy variados y por momentos paradójicos, pues mientras ciertas corrientes ideológicas entienden por nación un pasado que nos reclama y nos mueve a la compasión, otras hacen caso omiso de ese pasado y se centran únicamente en disruptivos proyectos comunes.

Recordemos la definición de nación aprendida en las aulas: “Una nación, siguiendo a Giussepe Mazzini, es la asociación de todos los hombres que, agrupados por la lengua, por ciertas condiciones geográficas o por el papel desempeñado en la historia, reconocen un mismo principio y marchan, bajo el impulso de un derecho unificado, a la conquista de un mismo objetivo definido”.

Etimológicamente nación proviene del latín ‘natio’, que los romanos empleaban para referirse a pueblos o tribus que no contaban con una organización formal. Su opuesto era la ‘civitas o ciudad’ que representaba la racionalidad plasmada en un orden político estructurado por un conjunto de normas. Así, la palabra nación nació con una carga peyorativa.

En la primera parte de la Edad Media (siglos V a XIII) nación es una idea que se confunde con ‘patria’, sin embargo, algunos historiadores observan un matiz diferencial entre ambas. Mientras que nación se empleó en los documentos oficiales y en la literatura de esa época para referirse a los grupos de personas que comparten una lengua o una raza; patria se utilizó para referirse al terruño, con independencia de la identidad étnica o el territorio de procedencia. En la segunda parte de la Edad Media (siglos XIII a XV) la palabra nación desaparece para ser sustituida por “reino, república, tierra, señorío” y otras.

No es sino hasta el encuentro universal de la jerarquía católica convocado por el entonces Papa en el siglo XV, concilio ecuménico de Basilea, cuando reaparece el término por las separaciones protocolarias “por naciones” que se hacían especialmente cuando se determinaba quién iba antes y quien después en procesiones, gradas o en las sillerías; ejemplo, los romanos y luego los españoles o italianos. A partir de este concilio el protocolo separa y ordena a los asistentes por sus lenguas y los ubica dentro de grupos lingüísticos.

Evidentemente, en aquella época no se habla de nación con un sentido político de vinculación legal sino con un sentido cultural. Las primeras manifestaciones que se conocen en la historia del fenómeno nacional son lingüísticas, culturales y posteriormente étnicas.

Surge el Estado moderno

Con el surgimiento del Estado moderno en el siglo XVII, consecuencia de la capacidad de negociar uniones, pactos y alianzas (Westfalia el más importante), empezó la unión de varios reinos, por ejemplo, la unión de reinos ibéricos conformó España, y de la organización de antiguos señoríos de habla francesa surgió el Estado francés. Esto fue resultado de organizaciones artificiales por parte de los monarcas, que logran la unidad igualmente artificial, pues era necesario crear “elementos de unidad” que facilitaran la adhesión voluntaria de los habitantes de los antiguos reinos y señoríos en favor del nuevo Estado moderno.

Algunos de esos nuevos Estados exaltaron la lengua común ya sea elaborando gramáticas que contribuyeran a la unidad lingüística o dando gran difusión a la lengua pulcra y bien escrita: el francés de Montaigne, el castellano de Cervantes y el inglés de Shakespeare.

La religión católica también jugó un papel importante en ese entonces en el proceso de cohesión nacional, así como la simbología desplegada en un sinfín de ceremonias públicas. Con todo ello se creó una “imagen de nación” y se exaltó el valor de la historia común, la fe común, la lengua común y se inventó el proyecto común. Posteriormente, en el siglo XIX esa imagen se fortalece elevándola a la categoría de las expresiones sublimes de la voluntad general. Se le ensalza y se le da el nombre más romántico y mítico de “patria”.

Patria y patriotismo

Los patriotismos europeos generan una reacción en otras áreas culturales a tal grado que el discurso patriótico, junto a la producción de “banderas, insignias e himnos nacionales”, llega a constituir una panoplia del nacionalismo moderno que en buena medida pervive hasta nuestros días.

Pero de nacionalismo propiamente no se puede hablar en esa época, pues no hay rasgo que nos permita afirmar tal cosa. El nacionalismo, como defensa y celo por la nación a la que se pertenece hunde sus raíces en el Renacimiento, cuando los habitantes de los diversos reinos y monarquías europeas empiezan a distinguirse por una lengua más o menos localizada en un espacio territorial. Es entonces cuando de manera ambigua se habla de “los franceses”, “los germanos” o “los españoles”, sin embargo, la noción no es clara por el simple hecho de que se trata de agrupaciones no del todo diferenciadas.

Por ejemplo, los españoles en esa época no constituían un grupo homogéneo, eran un conjunto de grupos asentados en la península ibérica de diversa procedencia, con lengua y raza diferente (vascos, catalanes y castellanos). Lo mismo “los franceses” que se distinguen por ese entonces por las variaciones de la lengua francesa (de origen franco, galo y latino) en las diversas regiones de su territorio.

En realidad, el término nación se usaba de manera genérica en ese periodo de la historia para referirse a grandes grupos de personas que eran súbditos de una monarquía, cuando había identidad de pertenencia. Ejemplo, los franceses eran entonces los que dependían del rey de Francia y los españoles del monarca español. No se trata de una identidad biológica ni racial sino de una “identidad artificial” inventada e impuesta por los monarcas. De tal manera que las personas tuvieron que asumir que constituían una unidad cultural llamada “nación” que exigía de cada uno lealtad. Eran nacionalismos incipientes y ambivalentes

Los primeros nacionalismos

Es en la Revolución francesa cuando surgen los primeros nacionalismos modernos, cuando políticos e ideólogos emplean la palabra “nación” para referirse a lo propio por oposición de lo ajeno. Sin embargo, más que de un movimiento homogéneo o una ideología perfectamente estructurada en textos, el nacionalismo francés de la época es una idea latente en los discursos, en las leyes revolucionarias, en los símbolos desplegados en actos públicos. Cuando años más tarde asciende al poder Napoleón Bonaparte se invoca la ‘grandeza de Francia’ (que dará lugar al concepto contemporáneo de la grandeur de la France) pero con un sentido esencialmente estratégico que motiva a los ejércitos a luchar por un ideal imperialista, expansionista, universal y no estrictamente nacional, entendido como exaltación de lo propio y protección del cierre de fronteras.

En este sentido, el primer nacionalismo moderno fue una ideología de “combate militar”, lo más parecido quizá a una marcha de campo como la Marsellesa.

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