“Las personas que nos dicen que duermen como un bebé no suelen tener ningún hijo”. Leo J Burke

Un hombre tenía dos hijos. El mayor era muy trabajador, ayudaba a su padre en el campo, pero el menor no era tan responsable. Un día, el hijo menor le pidió al padre que les repartiera en vida la herencia que le correspondía a cada uno. Pocos días después el hijo menor se marchó con su herencia a un país lejano y la malgastó en fiestas y vicios. A la vuelta de los meses cayó en la pobreza y terminó trabajando como un mozo, cuidando puercos. El hijo menor, hambriento, arrepentido, decidió volver con su padre. Cuando venía de regreso, su padre lo vio a lo lejos y, conmovido, corrió hacia él y le besó efusivamente. El padre mandó matar un novillo y se celebró una gran fiesta por el regreso de su hijo menor. El hijo mayor por otro lado se enfadó con su padre y le reclamó: “Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, has matado para él el novillo cebado!”. El padre le respondió: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.”

Esta es una de las parábolas más famosas de Jesús. Pocos saben que “hijo pródigo” no quiere decir el hijo ausente o el que se ha ido lejos. En realidad “pródigo” significa aquel que “desperdicia y consume su hacienda en gastos inútiles, sin medida ni razón”. El padre recibe a su hijo de vuelta como cualquier padre amoroso lo haría, y la parábola de Jesús cumple su función de educar acerca de la misericordia. Sin embargo, si esta parábola tuviera una continuación, creo que veríamos al padre sentarse con el hijo y ayudarle un poco con sus finanzas. El primogénito parecía más que listo para heredar el negocio familiar (que en el contexto de la parábola parece ser una hacienda); el segundo de a bordo, en cambio, hubiera creado un caos si no hubiera aprendido su lección. En las empresas familiares actuales también tenemos hijos pródigos en potencia. Y, como el joven de la parábola, a veces no es por malicia, sino por ignorancia o falta de madurez. ¿Cómo saber si tenemos un hijo pródigo en potencia en nuestra empresa familiar? Hagamos una lista de síntomas que nos pueden ayudar a identificarlo: 

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No conoce el negocio. Su padre nunca se preocupó por involucrarlo al negocio, o quizá el hijo incluso resiente a la empresa porque su padre nunca tuvo tiempo para la familia por darle prioridad a esta. Por lo tanto, el hijo no sabe bien cómo funciona la empresa, ni el trabajo que ha costado construirla, y por ende no la valora.

No sabe separar las finanzas de empresa y familia. Otro factor puede ser que los hijos vean a la empresa como su “cochinito” personal. Es decir, dependen de una tarjeta de crédito para todos sus gastos, y estos gastos los cubre la empresa. Mezclan las finanzas personales con el negocio, creando malos manejos que irán empeorando poco a poco.

Ve la empresa como un privilegio, no como una responsabilidad. El hijo ve a la empresa como una oportunidad para acceder a más privilegios, para ganar popularidad o para conservar una vida de lujos, pero no la ve como lo que es: una organización humana de la que dependen cientos de familias que pueden ser impactadas por una mala decisión de negocios. Con esta perspectiva el riesgo de caer en una “empresa pobre con empresario rico que después se convierte en pobre” es muy alto.

No se le ha entrenado para confiar en sí mismo. Aunque el hijo sea trabajador, participe en la empresa y sea responsable, si su padre nunca lo entrenó para confiar en sí mismo y tomar sus propias decisiones, entonces no podrá ser un buen líder. Existen padres que llegan a ser muy paternalistas, les cuesta mucho ceder el control, incluso a veces se ven forzados a salir del retiro para rescatar a la empresa de los malos manejos de los hijos, porque estos crecieron siempre dependiendo del padre.

No desea ser el sucesor. Puede sonar atípico, pero no lo es. Aunque haya personas más preparadas, o con la vocación adecuada, el padre desea que un hijo en específico sea su reemplazo. Como es de esperarse, el hijo no es capaz de cumplir con las expectativas y por lo tanto lleva a la empresa al fracaso.

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Todos cometemos errores, aunque no todos somos capaces de perdonarlos. El problema no es que nos equivoquemos una o más veces, sino que no reconozcamos nuestros errores, o que la vergüenza o el orgullo personal no nos dejen reconocer la metedura de pata y nos alejen de las personas que nos quieren.

En suma, un hijo pródigo no es necesariamente una mala persona; puede ser todo aquel que, por no tener la madurez para tomar las decisiones correctas, administre mal los recursos a su disposición y termine llevando al negocio familiar a la ruina. Como bien sabemos, son pocas las empresas familiares que sobreviven a la segunda generación, menos de la tercera parte. Por lo tanto, padres e hijos deben trabajar en equipo para cambiar las estadísticas y contar su propia historia de éxito familiar.

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