El 2020 está marcado por varios factores: la crisis económica, los reacomodos geopolíticos y naturalmente, la pandemia que representa el parteaguas a partir de la cual se han fortalecido o debilitado las instituciones que en el marco de la globalización habíamos conocido.

La crisis originada por la expansión del COVID-19 ha generado las condiciones para una tormenta perfecta en la mayoría de los sectores económicos, y hoy en día se acrecientan las tendencias que buscan predecir escenarios de corto y mediano plazo a modo de explicación lógica a los cambios vertiginosos que vivimos. 

No obstante, todas las líneas de opinión contemporáneas convergen en algo, la pandemia ha puesto a prueba no sólo los sistemas sanitarios mundiales, sino que ha puesto a prueba a los liderazgos más consolidados, a las economías más sólidas, y a las aspiraciones políticas de más de uno.

No hay un solo gobierno que no haya enviado mensajes contradictorios desde que empezó la crisis del COVID-19. Es cierto, lo que vemos en México lo vimos también en Francia, en Reino Unido y en los Estados Unidos.

De ahí que debamos recordar que la naturaleza de los mandatarios populistas contemporáneos se centra en estilos de liderazgo autoritario y, durante estos meses de la emergencia sanitaria, algunos ya han desafiado públicamente el principio de legalidad, gobernabilidad y gobernanza, mientras que otros han dejado que sus acciones se refuercen por discursos amenazadores que denotan desesperación. 

En el caso mexicano, la centralización en la toma de decisiones ha ido en aumento y fluctuando en graves contradicciones, haciendo que los retos que implica de por sí la pandemia en un mediano y largo plazo golpeen más los aspectos sociales y humanitarios, enfatizando las secuelas económicas que ya alientan los discursos antineoliberales, antiglobalización y buscando perpetuar en el poder esquemas redentores de gobiernos clientelares.

Paralelamente, la pandemia ha demostrado hasta qué grado una parte importante de la sociedad civil mexicana está dispuesta a asumir el costo del cuestionamiento y la exigencia de congruencia con tal de salvaguardar su seguridad.

Lo preocupante es que el discurso populista arremete contra la población que vive bajo el flagelo de la ignorancia y el rezago educativo. Esa población que observa e imita, que escucha y reacciona, pero no reflexiona. 

La misma población que hoy, en pleno semáforo rojo, en el pico de los contagios, sale a la calle sin cubre bocas, porque desde el púlpito presidencial se anuncia el inicio de giras por el territorio nacional, y desde el reflector del subsecretario de salud se enfatiza que el presidente goza de fortaleza moral que lo hacen inmune a cualquier contagio.

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