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Por María Gálvez del Castillo Luna*

Si hacemos un breve viaje por la historia, recordamos que este año se conmemora el 80 aniversario del exilio republicano español, tras el fin de la guerra civil, hacia Francia, el norte de África y el continente americano. Se estima que más de 480.000 españoles, de todos los estratos sociales, se vieron obligados a migrar. Los negativos de las fotografías realizadas por Gerda Taro, Robert Capa y David Seymour, encontrados en la Maleta Mexicana, nos dan una idea de los motivos por los que ese amplio grupo de españoles decidió emprender el viaje, dejando atrás su hogar. Pero parece que no fue un hecho aislado en la historia del continente americano. El historiador norteamericano Oscar Handlin dijo en alguna ocasión que pensó escribir una historia de los inmigrantes en América y afirmó: “Entonces, descubrí que la historia de los inmigrantes era la Historia de América”.

Y así es, la historia de las personas que migran, por distintos motivos, es la historia de la Humanidad. Si hay perjudicados en esta historia, nuestra historia, son las personas forzadas a desplazarse como consecuencia de conflictos bélicos, desastres naturales, represión y persecuciones, entre otras causas. A pesar de ello, una vez establecidas realizan una contribución positiva al desarrollo de sus países, tanto los de origen como los de destino. No obstante, en muchos casos su contribución es limitada; en parte, porque a menudo las autoridades no son conscientes ni de los efectos de la migración en las áreas de su competencia ni, a la inversa, de los efectos de sus políticas en la migración (OCDE).

Hoy, aún sobrecogidos por la imagen de los cuerpos sin vida de la pequeña Valeria y de su padre, ahogados a orillas del río Bravo, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) nos alerta de que, entre 2014 y 2018, han perdido la vida o desaparecido 32.000 personas migrantes -17.900 cruzando el Mediterráneo-, de los cuales 1.600 eran menores de edad. Esto se traduce en que un promedio de casi 1 niño al día ha perdido la vida al intentar cruzar una frontera.

La OIM asegura, además, que en las últimas décadas se han multiplicado los desplazamientos forzados relacionados con el cambio climático, siendo ya superiores a los provocados por los conflictos bélicos. Sólo en el año 2018 se han producido 17,2 millones de migraciones internas como consecuencia de desastres naturales, 6,4 millones de personas desplazadas más que por motivos bélicos, según datos del Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC, por sus siglas en inglés).

Los impactos del cambio climático sobre las condiciones de vida -sequías, desastres naturales, inundaciones, subidas del nivel del mar, desertización, etc.- se han convertido en un factor determinante para los desplazamientos forzados de personas en todo el mundo. El Banco Mundial alerta de que los migrantes por motivos climáticos se están convirtiendo rápidamente en el rostro humano del cambio climático. Estima, a su vez, que, a menos que se tomen medidas urgentes de acción climática, para el año 2050 más de 140 millones de personas en África -al sur del Sahara-, Asia meridional y América Latina se verán obligadas a migrar. Asimismo, el investigador británico Norman Myers, calcula que alcanzaremos la cifra de 200 millones de migrantes climáticos en el mundo en 2050. Te puede interesar: El cannabis viene para quedarse: un mercado de 340,000 mdd Las cifras son dramáticas y la mayoría de los estudios coinciden en que la tendencia migratoria global se enmarca en un escenario de crecimiento. Pero la complejidad y carencia de datos y estudios sobre migraciones, unido a que en la mayoría de los casos se centran en causas políticas y/o económicas, obviando el componente ambiental, dificulta la consideración de migrante climático o migrante ambiental. Los desplazamientos forzados de personas por motivos ambientales están excluidos del Estatuto de los Refugiados -Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951- y, por tanto, el término refugiado ambiental y/o climático no existe en el derecho internacional, dejándolos en estado de indefensión. Por otra parte, no considerar a las personas forzadas a migrar en las políticas públicas repercute en el crecimiento económico y en la generación de conflictos sociales.

Los retos actuales, sin embargo, van más allá de otorgar una protección jurídica a quienes ya los necesitan y garantizar derechos básicos como la dignidad humana a las personas que se ven forzadas a desplazarse. La cuestión ahora es si los diferentes gobiernos -desde la escala local a la global, en cooperación con todos los sectores de la sociedad-, tendrán capacidad de establecer el escenario para lograr gestionar, entre todos, de manera efectiva la lucha contra el cambio climático y los impactos sociales, ambientales y económicos que provoca.

El cambio climático, de alguna forma, nos recuerda que todos estamos expuestos a sus impactos, todos hemos sido los causantes del problema -en mayor o menor medida- y entre todos tenemos que alcanzar la solución, con corresponsabilidad y solidaridad. Conocemos el precio que produce la inacción. Ninguna generación tendrá tanto tiempo para actuar como la nuestra. Actuemos.

*Oceanógrafa y ambientóloga, Doctoranda en Gobernaza del Cambio Climático en Áreas Litorales por la Escuela Internacional de Doctorado en Estudios del Mar- Universidad de Cádiz.  

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Centroamérica.

 

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