Aunque el término se utiliza desde 2004, su incorporación al DLE (Diccionario de la Lengua Española) en diciembre de 2017 nos arroja apenas luz sobre un tema por demás controversial y preocupante: las fake news (noticias falsas).

La definición del término es el inicio de un debate sobre la mayor confusión en la historia de las instituciones alrededor del mundo. 

Todos hemos sido testigos (y víctimas) de numerosas estrategias que hoy en día se utilizan para desinformar, engañar, crear corrientes de opinión y hasta tráfico hacia portales específicos, todo ello con el único propósito de servir a intereses particulares y “superiores”. Especialmente, ante la crisis sanitaria se han construido, incluso a propósito, relatos, cifras y narrativas para generar capital político a favor de gobiernos o de actores políticos. Ahora mismo, el presidente López Obrador se dice víctima de la “infodemia” que inunda los medios mexicanos y “arremete” contra su gobierno y su estrategia sanitaria.

En numerosas ocasiones escuchamos el término fake news e inmediatamente nos remitimos a los Estados Unidos y lo que parece ser una interminable controversia entre Trump y los medios de comunicación. Pero en realidad, perdemos de vista que la vertiginosa democratización de las TIC’s (Tecnologías de la Información y la Comunicación) no sólo rompieron los esquemas de emisión de noticias y acceso a la información, sino que han permitido que se multipliquen el número y tipo de emisores de información, por lo que hoy en día las noticias que circulan no provienen exclusivamente de las grandes agencias de comunicación.

Las noticias falsas no son aquellas que como error son publicadas, sino que aluden a aquellas que son emitidas con intención y propósito específico, y que han aumentado en los últimos años gracias a la velocidad con la que se propaga la información a través del uso de redes sociales. El problema no son las redes sociales, ni las noticias ahí publicadas sino la falta de análisis y verificación de la información. 

A la audiencia de la era de la posverdad y de la inmediatez le resulta más atractivo leer algo que no está rectificado pero que es mayormente difundido. Las fake news obedecena fines comerciales o políticos muy específicos, por lo que tienden a distorsionar la realidad aprovechando la delgada línea que sostiene el debate en temas como libertad de expresión y acceso a la información.

Alrededor del mundo, crece la preocupación no solo por la influencia que tienen medios como Facebook y Twitter en procesos electorales (como el de los Estados Unidos de 2016) sino porque a nivel global, los esfuerzos para contrarrestar los efectos de las noticias falsas no presentan un consenso entre los países ni entre las diferentes regiones.

Es cierto que las noticias falsas siempre han existido, pero al contexto social, económico y político que se atraviesa hoy en día requiere abordar el fenómeno desde una óptica transversal en la que se analice cada una de las etapas de la cadena de generación de información: el emisor, el mensaje, el lector y su psicología, los medios de difusión, y la mercadotecnia entorno al mensaje.

Aunque en este momento se ve poco probable que el problema de la desinformación desaparezca, es evidente que se requiere emitir normatividad para elevar la calidad de información que circula, no solo por el encono y los discursos de odio alentados desde la emisión de fake news; sino porque la difusión masiva de este tipo de noticias altera el libre ejercicio en la toma de decisiones de los ciudadanos y promueve una cultura de la desinformación que sólo merma el tejido social.

La lectura objetiva y analítica puede llevar a evitar en el futuro las noticias falsas en redes sociales, pero también puede ayudar a la eliminación de mensajes de odio, difamación, discriminación, amenazas e incitación a la violencia en todas sus formas y dimensiones; incluso en casos en las que el gobierno atente contra la libertad de expresión y se ensañe con los medios.

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