Uno de los principales avances tecnológicos en la actualidad lo constituye el denominado aprendizaje automático de los sistemas inteligentes: vehículos autónomos, drones no tripulados, robots que desempeñan ciertas actividades; en definitiva, todas ellas máquinas que emulan a las personas imitando la inteligencia humana. Sin embargo, hasta hace pocos años esta ecuación tecnológica ha afrontado uno de los aspectos más esenciales de la inteligencia humana: la inteligencia emocional.

Los seres humanos interactuamos constantemente y sin darnos cuenta con sistemas de inteligencia artificial en nuestra rutina diaria. Muchas personas ya empiezan a sentirse emocionalmente vinculadas a ellas, pero ¿tiene sentido que este sentimiento sea recíproco?, ¿es posible que las máquinas puedan llegar a sentirse emocionalmente involucradas con nosotros?

Es sorprendente el avance tecnológico que se ha hecho hasta el momento, el cual permite a la máquina no solo reconocer a través del vídeo si alguien está sonriendo, si está triste, enojado o contento, sino que le permite diferenciar si esta sonrisa es una de nerviosismo o de felicidad. Sus usos y áreas de oportunidad son tremendos, y dentro del campo de la medicina un gran ejemplo es su uso en el diagnóstico de la depresión.

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APRENDIZAJE AUTOMÁTICO BAJO TUTELA HUMANA

A priori, para alguien ajeno al mundo de la inteligencia artificial, atribuir una emoción a una máquina puede parecer algo estrambótico e incluso descabellado. Podemos aceptar, quizá, que la máquina reconozca, a través de la interpretación de los gestos y actitudes humanas, qué emoción sentimos en cada momento o cuál es nuestro estado de ánimo. Pero en ningún caso nos resulta lógico ni imaginable que estas puedan sentir y, aún menos, adoptar una decisión conforme a este sentimiento, aprendiendo y evolucionando a causa de sus decisiones.

La inteligencia artificial emocional es una herramienta que permite una interacción mucho más natural entre humanos y máquinas. Si bien los humanos tienen ventaja en la lectura de emociones, las máquinas están ganando terreno utilizando sus propias fortalezas, como, por ejemplo, su gran capacidad para analizar grandes cantidades de datos en muy poco tiempo.

IEA es un campo fascinante en el cual se están explorando actualmente tres frentes:

La inteligencia emocional de las máquinas o robots.

La inteligencia emocional entre la máquina y las personas.

La inteligencia emocional entre persona y persona, usando a la tecnología como herramienta.

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INTELIGENCIA ARTIFICIAL EMOCIONAL Y ÉTICA

La inteligencia artificial emocional promete una mejor experiencia de servicios, dispositivos y tecnologías. Sin embargo, como ocurre con muchos otros aspectos de la vida digital, existen consideraciones más amplias que dan motivo para cuestionar el despliegue de estas tecnologías.

Existen planteamientos éticos que ciudadanos, investigadores, responsables políticos e industria deben considerar:

Prejuicios raciales, sexuales o de género.

La capacidad del sector privado para almacenar datos sensibles de los ciudadanos.

Los distintos contextos sociales y culturales de cada país.

Tipos de uso de esta tecnología.

Limitación de movilidad de los ciudadanos.

Educación.

Estos son solo algunos de los dilemas éticos que se pueden plantear por el uso de este tipo de tecnologías, probablemente, con el uso y evolución surjan muchos más.

TÉCNICAS PARA EL RECONOCIMIENTO DE EMOCIONES EN LA IA

Análisis de sentimientos del lenguaje online: emojis, imágenes y videos para evidenciar los estados de ánimo, sentimientos y emociones.

Codificación facial de expresiones: la afectividad de este método está bastante discutida, pero, básicamente, analiza los rostros de una cámara, un archivo de video grabado o una foto para intentar determinar una emoción.

Analítica de voz: incluye elementos como velocidad del habla, aumento y disminución de pausas y el tono que emplea la persona.

Seguimiento ocular: mide la mirada, la posición y el movimiento de los ojos.

Dispositivos vestibles (wereables): detectan las respuestas de la piel, la actividad muscular, la actividad cardíaca, la temperatura de la piel, la respiración y la actividad cerebral.

Gesto y comportamiento: las cámaras rastrean manos, rostros y otras partes del cuerpo.

La realidad Virtual (VR): permite a los espectadores comprender y sentir lo que está experimentando el usuario.

Realidad Aumentada (AR): los espectadores pueden rastrear la atención, las reacciones y la interacción de los objetos digitales.

En definitiva, el desarrollo y el aprendizaje por parte de las distintas IAs tiene que darse a partir del análisis de una gran cantidad de datos. Gracias a esto, la inteligencia artificial emocional es capaz de aprender y mejorar poco a poco en el reconocimiento de las distintas emociones humanas. 

A nadie se le escapa que la emulación de actitudes o expresiones de carácter emotivo no significará nunca que una máquina robótica, por muy similar a un ser humano que logremos diseñarla, pueda llegar a poseer sentimientos. 

Lo que sí se está intentando hacer es que estos sistemas robóticos dispongan de una “biblioteca” de recursos que les permita adaptarse a un contexto afectivo. Lo que nos permitiría optimizar sus procesos de interacción, de una manera similar a lo que ya se hace con robots humanoides diseñados para trabajar con autistas. 

Se trata de un camino largo al que le queda mucho por recorrer, pero que tiene mucho potencial de aplicación en distintos sectores.

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Contacto: 

@LopezCasarinJ

Javier López Casarín es Experto en Innovación

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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