Una nueva filosofía para hacer negocios está en generar un desarrollo justo, incluyente y rentable para México. Algunos ya la están predicando y ejecutando. Pero muchos más no. Habrá que tener paciencia para sentir el cambio.   Por Adriana Rodrigo y Carlos Viesca   Las personas exitosas y rodeadas de riqueza invierten la primera hora de su día en planear lo que harán, con objetivos claros. Si tanto en lo personal como en lo profesional hablamos de no perder tiempo y mucho menos recursos, ¿qué cambia cuando nos proponemos abordar problemáticas socioambientales?, ¿por qué es éste el único ámbito donde se suele dejar de lado el enfoque estratégico para dar prioridad a conceptos como filan­tropía, gasto o fondo perdido? Estas para­dojas son precisamente las que inspiran el movimiento de la inversión de impacto en el mundo. De acuerdo con el Banco Mundial y la ONU, el costo de la epidemia del ébola (impac­to económico en naciones afectadas sumado al costo de combatir la epidemia) rondará los 35,000 millones de dólares (mdd). Así, si los 1,645 billonarios de la lista de Forbes invirtieran solamente 4% de sus ganancias del año pasado, podrían cubrir estos costos sin dificultad. El punto de discusión se centra en quién es realmen­te responsable de solventar semejante problemática de salud pública mundial. Con la riqueza actual en manos de personas de entre 60 y 70 años de edad, que en su mayoría ven la inversión como un mero vehículo económico no conectado con la crisis socioambiental actual, el panorama no es nada alentador. Si tomamos el relevo generacional como posible detonante del cambio, el escenario puede ser más optimista. Según el estudio Insights on Wealth and Worth, realizado en Estados Unidos por la US Trust, los millenials que heredarán fortunas fami­liares o crearán sus propios patrimonios, duplican la probabilidad (34% vs. 67%) de ser individuos que reflejen valores sociales, políticos o ambientales en sus decisiones de inversión; incluso, 92% piensa que los negocios deben valorarse con criterios más allá de la rentabilidad. Y para efectos de este reportaje, que es el resultado de cerca de 20 entrevistas uno a uno con los líderes del sector de las sosteni­bilidad y la inversión de impacto en México, para hablar de inversión social con resultados tangibles, es cuestión de tiempo, pues se utilizan lenguajes distintos entre los que buscan el impacto y los tomadores de decisión; una constante en la opinión de to­dos los que aportaron a este valioso trabajo.   Un camino incipiente Antes de sentar las bases teóricas sobre in­versión de impacto, ahondemos en una de las características del estado de la inversión de impacto en México: la falta de un con­cepto estandarizado. Durante la investiga­ción realizada, los entrevistados coinciden en que ni siquiera hay consenso entre los actores clave (gobierno, OSC, empresas y fondos de inversión), y afirman que existen pocos casos de éxito, pero que en 10 o 15 años podremos vislumbrar casos más reales con un verdadero impacto. Para Martha Herrera, directora de Res­ponsabilidad Social Corporativa de Cemex, en México estamos en pañales. Se ha visto crecer el número de charlas sobre el tema y existe interés. No obstante, los conceptos no están entendidos. Desde su punto de vista, debemos pensar en inversión y no en filantropía y gasto. Otro elemento que suele ligarse a la inversión de impacto es que debe enfocarse en la base de la pirámide (gente que vive con menos de un dólar al día). Federico Llamas, director de la Universidad del Medio Ambiente (UMA), plantea una postura retadora. Para él, enfocarse en la base de la pirámide no es un requisito. Lo que se requiere es un cambio sistémico y el paradigma de la inversión de impacto es transformar el capitalismo. Enfocarse en la pobreza es atender los síntomas de las fa­llas del capitalismo; no sus causas. Así que en su definición de inversión de impacto entra cualquier proyecto que apunte a un cambio sistémico (profundo e integral) de una problemática socioambiental. El común denominador de los proble­mas que la inversión de impacto enfrenta en México es la ignorancia. Comenzando por usos muy laxos del término que derivan en proyectos cuyo impacto es cuestionable. Para Rodrigo Gallegos, director de Cambio Climático y Tecnología del Imco, es muchas veces promovido por los fondos mismos que, al deber alcanzar una meta de proyectos financiados, admiten cualquier cosa con tal de cumplir. Por otro lado, al ser una moda, muchos actores maquillan de social cualquier tipo de proyecto, a pesar de no tener claros sus objetivos, tal como sucedió con los negocios puntocom a final de la década de 1990. Muchas incubadoras se enfrentan a grandes retos porque están desconecta­das de la industria y no basan sus ideas en un análisis de necesidades reales. Por ende, son comercialmente inviables. Lo anterior no impide que accedan a fondos de incubación. Por otra parte, debido a la informalidad en los emprendedores y la dificultad para medir impactos de manera estandarizada, se crea una barrera para acceder a capital. Estos factores presentes en el ámbito emprendedor derivan en la percepción de que no hay un pipeline de proyectos en México. En otro extremo de la realidad nacio­nal, es evidente que, como sociedad, no hemos podido garantizarle a la base de la pirámide acceso a activos mínimos, como la educación de calidad. En el campo, fal­tan habilidades básicas en administración y comercialización, lo cual contribuye a afianzar malas prácticas que afectan el ingreso de los productores. Se puede ver cómo las microfinancieras llegan a perju­dicar a las comunidades más vulnerables que, sin buena educación financiera, toman préstamos con estratosféricas tasas de interés, que en México promedian 86%. Otro aspecto criticado es la inversión de impacto en México como una moda promovida principalmente por una ge­neración muy joven que busca, desde un contexto urbano y privilegiado, cambiar la situación de la base de la pirámide. De ahí, empresarios, bancos y fondos pocas veces establecen un diálogo con aquellas comu­nidades que buscan transformar y poco hacen por entender la realidad que viven. Las empresas y los bancos requieren una profunda educación para entender cómo generar un impacto real. Gustavo Pérez, de Toks, comenta que solamente ganarse la confianza de las comunidades puede tomar más de un año. Incrementar la productividad de ciertos cultivos puede tomar más de cuatro. La inversión de impacto es una carrera de resistencia, no de velocidad, comenta. Y en términos financieros, los fondos de inversión en México tienen un mal entendimiento de lo que es la incertidum­bre. No dialogan con especialistas como antropólogos o biólogos, a fin de entender todos los aspectos de un sistema y traducir sus variables en certidumbre financiera. Este atraso genera un capital impaciente incapaz de entender que los tiempos de los proyectos de inversión de impacto son necesarios para obtener resultados tanto económicos como socioambientales. El miedo existente se ejemplifica en el tan triste y arraigando dicho que dice: “Más vale malo por conocido que bueno por conocer”.   Reto: medir el impacto En Estados Unidos hay cientos de fondos, pertenecientes ya sea a grandes corpo­raciones como Nike, Boeing o ge, o a las fortunas de familias millonarias (family offices). Estos fondos realmente hacen inversión de riesgo, participando en la in­versión de impacto desde etapas tempra­nas del desarrollo de una idea. En México, se estima que hay más de 2,000 millonarios, con una riqueza acu­mulada de más de 300,000 mdd, y apenas tenemos algunas decenas de fondos de inversión de impacto. La mayoría, con el gobierno como socio de responsabilidad limitada. Luis Aguirre, de Green Momentum, afirma que esta participación desmedida del gobierno genera vicios: “El gobierno subsidia un proyecto de impacto desarrollado por la iniciativa privada, el cual suplanta las obli­gaciones del mismo gobierno en materia de desarrollo social”. Esta baja diversidad de capitales y excesi­va participación del gobierno, produce fondos cuyos requisitos de acceso son casi imposibles de cumplir. Además, se genera una brecha, desatendida por la mayoría de los capitales, entre la gestación de una idea y el momento que alcanza una etapa de viabilidad. Y más allá de las críticas, también hemos identificado casos relevantes y con mayor avance en el sector de inversión de impacto en México. Entre ellos destacan, por ejemplo, proyectos de innovación tecnológica (www.islaurbana.mx), en edu­cación (www.enova.mex), en salud (clini­casdelazucar.com), en inclusión financiera (www.barared.mx) y en vivienda (www.echale.com.mx y cemexmexico.com). En la misma medida, se detectaron otros modelos que, si bien no están enfocados a la base de la pirámide, tiene un claro en­foque social (www.aventones.com y www.revitalizaconsultores.com) o son fondos especializados en inversión de impacto (wayra.co/mx y spectron.com.mx). Sin embargo, estos casos de éxito en­frentan retos similares, relacionados con la medición y el cálculo de su retorno de inversión. Es evidente que existe un es­fuerzo en este sentido, algunos desarrollan sus indicadores de impacto de la mano de instituciones expertas o bien buscando metodologías probadas en otros países. Con base en un análisis de estos casos, parecería que los modelos utilizados para afrontar los retos muchas veces no son repli­cables, pues se desarrollan a la medida y con base en las necesidades de cada proyecto. Como respuesta a esta situación, se requiere mayor participación de inversionistas, pues la falta de capacitación y conocimiento im­pone barreras socioculturales, que dificultan la medición en el largo plazo. Realizar esta investigación nos permi­tió confirmar que la inversión de impacto puede ser la principal herramienta de desarrollo justo, incluyente y rentable para México. Al estar aún en una fase muy temprana, entendemos que hay muchas áreas de mejora. Pero, como todo modelo de desarrollo real, hay que proyectarlo en el largo plazo. Sí, debemos ser pacientes. Sin embargo, no es una apuesta a ciegas. Las áreas de mejora son concre­tas y los pasos a seguir están claros. Pero sobre todo, vemos que es posible generar resultados en el corto plazo, con montos de inversión relativamente bajos, que ten­gan un impacto significativo en la vida de muchas personas y un retorno inminente para quienes apuestan al modelo. El retor­no financiero de la inversión de impacto puede ser discreto, pero si se suma al valor de una sociedad funcional y un medio ambiente productivo, su rentabilidad es incalculable. negocios_reuters1

 

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