El pensamiento económico actual pasa por una severa crisis, como lo demuestran las últimas propuestas hechas por el Departamento del Tesoro de EU y el Fondo Monetario Internacional.   Por Steve Forbes   La contundente victoria del gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, ha provocado especulación sobre la carrera presidencial de 2016 en Estados Unidos, especialmente en el lado republicano, ya que para encuestadores y expertos la nominación de Hillary Clinton por parte de los demócratas es un hecho (no lo es, pero ésa es otra discusión). La debacle del ObamaCare y la crisis de política exterior que resultan de debilitamiento del poder del presidente estadounidense estarán en la vanguardia de la batalla. Lo mismo ocurrirá con la economía. Y es en esta área que los candidatos deben demostrar una comprensión que han eludido peligrosamente muchos políticos y economistas: la mayoría del pensamiento económico de hoy está en bancarrota. Este agotamiento intelectual y esterilidad se han expuesto recientemente de forma gráfica a través de múltiples noticias, un informe del Departamento del Tesoro de EU y una propuesta fiscal del FMI. The New York Times y el Wall Street Journal publicaron artículos de primera plana y The Economist un artículo de portada sobre un tema que es realmente extraño: La economía mundial está sufriendo porque no tenemos suficiente inflación. El texto del Journal se enfoca en Europa: “Muy poca inflación amenaza la frágil recuperación de Europa… Las últimas cifras indican que la peligrosamente baja inflación —con la cual Japón luchó durante dos décadas y el banco central de EU ha intentado evitar durante los últimos años— está tocando la puerta de Europa” La historia del Times era igualmente extraña: “Hay una creciente preocupación al interior y fuera de la Fed poque la inflación no está aumentando lo suficientemente rápido. Los economistas, entre ellos Janet Yellen, nominada por el presidente Obama para dirigir a la FED a partir del próximo año, han argumentado desde hace tiempo que un aumento moderado de la inflación es especialmente valioso cuando la economía está débil.” La insana noción de que más inflación es buena para el crecimiento se resume en la Curva de Phillips, denominada así en honor a un economista de Nueva Zelanda, que postula que si quieres un bajo desempleo debes generar algo de inflación y, por el contrario, si se quiere reducir la inflación se deben buscar niveles superiores de desempleo. Sin embargo, la curva de Phillips ha sido refutada en numerosos estudios en los últimos años, incluyendo varios realizados por economistas ganadores del Nobel. No importa, es el dogma de hoy. El dinero es una medida de valor, al igual que los centímetros y minutos son medidas de longitud y tiempo. El dinero facilita las transacciones de compra y venta entre partes interesadas. Cambiar el valor intrínseco de una moneda no conduce más a un crecimiento sostenible que el cambio el número de minutos en una hora o de centímetros en un metro. John Maynard Keynes calificó atinadamente a la inflación como una forma de impuesto, una particularmente odiosa. Arbitrariamente produce ganadores y perdedores, sin preocuparse por el esfuerzo y recompensa o por satisfacer las necesidades y deseos de los clientes. Premia la especulación en vez de a las formas tradicionales de salir adelante como el trabajo duro, el ahorro y la innovación, lo que socava la confianza social y desmoralizar a la sociedad. Sin embargo, los banqueros centrales como Ben Bernanke y su sucesora, Janet Yellen, dicen que necesitamos más inflación, preferiblemente una tasa anual del 2% al 2.5%. Ese nivel costaría una familia que gana 40,000 dólares al año un extra de 800 a 1,000 dólares anuales. Si alguna vez te encuentras con un banquero central o un economista que comparta este punto de vista extraño, pregúntele a esa persona qué organismo electo le dio a la Fed o a cualquier otro banco central la autoridad para imponer dicho impuesto. En la primera parte de la última década, la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro de EU instituyeron una política de dólar débil, lo que llevó a la burbuja inmobiliaria, un repunte en las materias primas, inflación de los precios de las tierras agrícolas, un acelerado crecimiento en el sector financiero y una burbuja en los bonos y, tal vez, las acciones. Pero al igual que muchos médicos de mitades del siglo XIX resistieron fieramente teoría de los gérmenes de Lister al negarse a lavarse las manos antes de las cirugías, esos políticos se mantienen aferrados a sus teorías. La idea de que la inflación puede ser controlada como un termostato o el acelerador de un automóvil es absurda. Un banco central puede crear reservas, pero la forma en que éstas son empleadas en términos de creación de crédito está fuera de sus manos. En la década de 1970 la velocidad del dinero, es decir, cuántas veces se gasta un dólar en el transcurso de un año, resultó estar más allá del control del banco central, la cual fue una de las razones por las que la inflación llegó a niveles tan peligrosos. La Reserva Federal ha intentado un nuevo truco con sus llamados programas de flexibilización cuantitativa (los QE) comprando compulsivamente bonos a largo plazo para suprimir las tasas de interés a largo plazo como una manera de estimular la economía, que, además, ha fracasado. En lugar de una expansión vigorosa, la medida perjudicará a la economía distorsionando los mercados de crédito. El control de la renta daña a los mercados de la vivienda, la Fed hizo lo mismo con los mercados de capitales. Otro ejemplo de analfabetismo económico es el informe del Departamento del Tesoro de EU que criticó duramente las supuestamente destructivas políticas económicas de Alemania. Cada seis meses, el Tesoro emite un análisis sobre si los países están utilizando sus monedas para obtener una ventaja competitiva sobre las exportaciones estadounidenses. Este informe sugirió que Alemania era culpable de depender de las exportaciones para conseguir la mayor parte de su crecimiento y que este estaba haciendo daño a sus vecinos y, de hecho, a todo el mundo. “El anémico ritmo de crecimiento de la demanda interna en Alemania y su dependencia de las exportaciones han obstaculizado el reequilibrio en un momento en que muchos otros países de la zona euro han estado bajo una fuerte presión para reducir la demanda y reducir las importaciones con el fin de promover el ajuste.” Adam Smith tenía razón hace más de dos siglos con La riqueza de las naciones, en el que señaló que con el comercio ambas partes reciben algo, de lo contrario, no realizarían la transacción. El comercio aumenta la riqueza. Miren las complejas cadenas de suministro globales que hacen posible ese tipo de productos como el iPad. La gente en el Departamento del Tesoro no conoce este hecho fundamental: los países no comercian entre sí, las empresas y las personas lo hacen. El Tesoro asume que un superávit en el comercio de una mercancía equivale a que una empresa hace dinero y que un déficit es equivalente a una pérdida. Si eso fuera cierto, ¿cómo es que Estados Unidos se ha convertido en la economía más poderosa de la historia del mundo mientras ha registrado déficits comerciales durante 350 de los últimos 400 años? El último ejemplo de la enfermedad intelectual de la economía de hoy es una propuesta hecha por el FMI, que sugiere que los países deben implementar un impuesto del 10% a la riqueza de una sola vez Dejando de lado la fantasía de “una sola vez”. ¿De dónde se sacaron las mentes supuestamente brillantes del FMI la idea de que una destrucción de capital a esa escala ayudaría al crecimiento económico? Lo sentimos, FMI, sin la creación de capital y la inversión, nadie crece. La receta para la prosperidad sostenida es simple: dinero estable, bajas tasas de impuestos y reglas y regulaciones razonables, también conocido como el Estado de Derecho. Jugar con el dinero es como jugar con pesos y medidas. Perjudica el comercio y mucho más. Muchas veces los candidatos se permiten ser intimidados por economistas altamente acreditados. No deberían hacerlo, al igual que los presidentes efectivos como Lincoln no permitió a generales y almirantes de aspecto impresionante intimidarlos en el plano militar.

 

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