Todo lo que hacemos en la red deja una huella digital: qué sitios visitamos, con quién hablamos, qué música escuchamos, qué información compartimos y así un largo etcétera, todo ello almacenado en los diferentes dispositivos que usamos en el día a día. Nuestra vida digital es todo, menos discreta. Esa gran cantidad de datos que se generan diariamente y que son recopilados a través de diferentes applets o cookies, conservan todo nuestro historial y saben más de nosotros que cualquier otra persona en este mundo. Ahora, juntemos toda nuestra información, de nuestra ciudad o país, de los usuarios de las redes sociales o de cualquier motor de búsqueda y entonces obtendremos una cantidad tan grande de información que manejarla requerirá de una serie de habilidades matemáticas, estadísticas y de interpretación que no son fáciles de desarrollar y, por tanto, ahuyentan a los que deberían acercarse a las fuentes de datos. Aunado a ello, la posibilidad de saber, guardar y compartir lo que sea ha creado una serie de teorías de la conspiración sobre lo que hace el Big Data y cómo se aplica. Muchas de estas teorías rayan en la ciencia ficción o de plano en una absurda paranoia de vigilancia extrema del Estado y las corporaciones. Hasta el momento, el uso del Big Data ha encontrado en la mercadotecnia una veta que no ha parado de explotar, impulsando la creación de nuevas y diversificadas estrategias de análisis, segmentación y captura de mercados, tratando de ofrecer una manera mucho más eficiente de acercar a los usuarios con las marcas o con los contenidos disponibles en la web. A la par, la mercadotecnia política pone en práctica diferentes herramientas que parecen ser mucho más precisas que cualquier encuesta. Al menos eso quedó demostrado en las pasadas elecciones en Estados Unidos, cuando contra todo pronóstico, Trump ganó las elecciones. Pero los usos del Big Data no acaban ahí: la ciencia puede y debería explotar las grandes masas de información con el loable fin de crear y agrandar el conocimiento. En este sentido, las grandes masas de datos e información pueden dar un vuelco muy interesante a la actividad científica y académica y ayudar a concebir la inteligencia colectiva, que es uno de los grandes aportes de la sociedad en que vivimos. En este sentido, Data Pop Alliance es una organización que promueve el uso del Big Data en ambientes académicos, con tres objetivos principales: en primer lugar, cerrar el sesgo académico que existe en torno al fenómeno, fomentando una discusión sobre sus alcances éticos y de derechos humanos; salvar la pobre interconectividad que existe entre los académicos, desarrolladores y científicos de todo el mundo para facilitar la distribución y construcción del conocimiento; y la creación de una plataforma que posibilite la interacción y capacitación de los diversos actores que intervienen en la formación del conocimiento y el Big Data. Data Pop Alliance es una organización en la que intervienen Harvard Humanitarian Initiative, el Media Lab del M.I.T., Overseas Development Institute y Flowminder Foundation, todas estas instituciones que no buscan fines de lucro, sino integrar a la sociedad y a la ciencia en el desarrollo del Big Data y la investigación colaborativa.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @sincreatividad Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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