Las comparecencias de los jefes de la DEA en el Congreso de Estados Unidos suelen ser problemáticas y más si el asunto a tratar es México.  Una frase suelta y sin el debido contexto, genera más de una confusión. Más de un escándalo se ha provocado por funcionarios dicharacheros que tratan de esquivar las criticas sobre su propio desempeño. 

Por ejemplo, cuando Anne Milgram señaló que la fuerza operativa de los cárteles de Sinaloa y de Jalisco Nueva Generación es de unos 40 mil individuos, no se estaba refiriendo a matones en las calles, sino a una amplia red de relaciones en la que existen facilitadores de diverso tipo y que actúan en distintas etapas en los mercados ilegales.

Pero como no hizo precisiones y no matizó, pareciera que los narcos mexicanos tienen una capacidad de fuego inaudita y similar a la de algunos ejércitos. 

La realidad es otra y tiene que ver con el arraigo y potencia de los mercados ilegales. Es lo que se llama densidad criminal. En algunos casos es notoria, como en las actividades y negocios directamente vinculados con los criminales y en otras no tanto, porque se inscriben en la esfera del lavado de dinero y sus inversiones. Sí, las castas más bajas son las que vigilan en pueblos y rancherías, enfrentan a las policías y soldados y asesinan a adversarios, pero las más altas pueden estar almorzando en un restaurante de Miami. 

Georges Papandopoulos, director adjunto de la DEA, ha señalado que las empresas criminales son modernas y sofisticadas, pero al mismo tiempo violentas. Es una cuestión de escala y necesidades. No se actúa del mismo modo en las zonas de producción y trasiego, en las sierras mexicanas, que en puntos de venta en las calles de Phoenix o Los Ángeles.

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En México, el presidente López Obrador se quejó no conoce informe alguno por los dichos de Milgram y muy probablemente no lo conocerá, porque difícilmente existe un documento que pueda ir más allá de cálculos imprecisos y aventurados.

Es más, la cifra seguramente es tentativa y habrá que esperar para saber qué tanto se relaciona con investigaciones puntuales y sobre todo con detenciones.

Lo que sí debiera de preocupar es el alcance de las indagatorias que está haciendo la DEA, las que colocan a los criminales de Sinaloa y Jalisco como las peores amenazas a la seguridad de Estados Unidos y por ello los combaten de modo global, ya que sostienen que los bandidos mexicanos desempañan sus actividades ilícitas en 100 países.

Es justo la alarma de las autoridades en Washington la que debería ponderarse, más allá de declaraciones que no suelen aportar elementos sustanciales a una discusión más seria, pero sí crean distorsiones y abonan a la percepción, por demás lamentable, que se tiene sobre lo que está ocurriendo en México y los efectos que ello tiene en el mundo. 

Porque, más allá de las cantidades de colaboradores con que cuenten las organizaciones criminales, lo evidente es que en la DEA quieren que el saldo mayor sea pagado por México, aunque se aboque a profundizar las abolladuras en el prestigio y lo que ello implique.

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