En las últimas semanas hemos sido testigos de cómo la mayor amenaza que acechaba a la economía mundial, así como a la sociedad, ya ha comenzado a disiparse. Tras analizar los resultados obtenidos en los distintos países, así como bloques económicos, en los que el virus se mostraba aún activo, se ha podido observar como los datos que se muestran, reflejan que la tormenta vírica, que obligó a los países a cerrar por completo sus economías, así como distanciar al conjunto de sociedad para evitar los contagios, ya está amainando notablemente.

En este sentido, suele decirse que tras la tormenta llega la calma; sin embargo, este no es el mejor ejemplo para utilizar el conocido dicho, pues, como bien reflejan los indicadores macroeconómicos, tras la tormenta sanitaria que comienza a disiparse, llega la económica.

Para el caso de México, precisamente, la situación es bastante convulsa. Si atendemos a los pronósticos emitidos desde distintos organismos internacionales, entre los que destaca el Fondo Monetario Internacional (FMI), la economía mexicana podría cerrar el año con severas contracciones que podrían alzarse por encima del -6%. En este sentido, hablamos de drásticas caídas en el PIB que, en adición a los crecimientos nulos que, ya de partida, presentaba la economía mexicana al cierre del ejercicio pasado -con un crecimiento que en su variación reflejaba un nulo crecimiento del 0,02%-, así como el propio deterioro que sufre, como producto del virus, las actividades comerciales y la actividad empresarial en el país, dejan un escenario que, a la luz de los datos, se presenta muy deteriorado.

La gran caída que han vivido las exportaciones y la actividad comercial en el mundo, tras el duro shock de oferta negativo al que ha tenido que enfrentarse el país, producto de un cierre forzoso tan dañino para la economía como necesario para contener el virus, han acabado lastrando uno de los principales motores de crecimiento económico del país, el cual supedita cerca del 80% del PIB en el país azteca.  Así, el lastre que han vivido los precios de las materias primas, tras un recorte que no compensó la gran caída que experimentó la demanda de petróleo en el planeta, en adición a esa caída de las exportaciones, entre otros factores, han ido dejando un escenario que, lejos de lo previsto, ha ido acentuando su deterioro progresivamente.

Por tanto, con el paso de los meses, se han ido aglutinando una serie de ingredientes que, mientras que la crisis sanitaria no sembraba el pánico, iban gestando una crisis económica encubierta que han acabado generando situaciones tan desfavorecedoras como la gran caída que ha vivido el país azteca en el ranking de países con mayor confianza para la Inversión Extranjera Directa (IED); un ranking en el que se encontraba México, pero que tras su actualización, se ha visto suprimido por otros países que, a la luz de los datos, para la consultora Kearny -encargada de elaborar anualmente el informe- ofrecen un mejor escenario para atraer estos continuos flujos de capitales que circulan por el mundo.

Una situación que no beneficia para nada a México. Pues, si la violencia o la debilidad institucional, sumado a la corrupción, ya suponían un gran factor detractor para la atracción de capitales, la salida de México del citado ranking, teniendo en cuenta la propia contribución de estos capitales al PIB, así como el hecho de que la situación se haya dado en un escenario en el que la contracción se prevé cada vez más dañina, sitúan al país en una situación bastante compleja. Y es que, tal y como muestran los estudios, la inversión extranjera directa, desde el enfoque macroeconómico ha jugado un rol crecientemente relevante, al menos desde finales de la década de los ochenta.

En este sentido, dichos estudios establecen modelos en los que se trata de medir la variabilidad que presenta el PIB en determinados estados mexicanos, así como qué porcentaje de dicha variabilidad está justificada por la inversión extranjera directa. En este sentido, teniendo en cuenta aquellos estados que presentan sectores que, como el comercio, atraen una mayor inversión extranjera directa, presentan una variabilidad significativa en las tasas de crecimiento reales del PIB. En este sentido, justificando un mayor crecimiento en aquellos estados en los que los flujos de IED son constantes, así como más voluminosos.

Pero, además, teniendo en cuenta otra serie de elementos como pueden ser la formación bruta del capital fijo, así como el empleo en el país, los flujos de IED también muestran una mejora en dichas variables. En este sentido, se observa una gran significatividad en la formación bruta del capital fijo. Pues, de acuerdo con los estudios realizados en el país, se puede observar cómo los flujos de IED no solo promueven el crecimiento, sino que impulsan la formación bruta del capital fijo en aquellos lugares en los que los flujos de capitales son más abultados. Pues, como refleja la estadística, hablamos de que, observando los crecimientos desde la década de 1990, se observa un crecimiento proporcional en ambas variables.

Así, es importante resaltar todo esto, pues, como vemos, la IED se ha convertido en la gasolina de determinados motores de crecimiento económico en el país. En este sentido, motores que podrían verse gravemente deteriorados, deteriorando la economía mexicana en un impacto que, aunque limitado, podría ser notablemente dañino. Ante esto, México debería impulsar nuevos planes que traten de seguir atrayendo capitales, compensando la posible disminución que podría generar esa pérdida de posiciones que se han ido registrando en los últimos años. Pues, en definitiva, la IED es una herramienta muy necesaria para el crecimiento económico en el país, así como para el desarrollo del tejido productivo.

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