Por Andrés Arell-Báez A inicios de 2016, el país donde paso mis días, Colombia, sufrió el terrible fenómeno de El Niño, que causó una profunda sequía en todo el territorio, la cual afecta la vida de todos los ciudadanos y que llegó a amenazarnos con un terrible racionamiento de energía, pues la base de nuestra infraestructura energética son las hidroeléctricas. El presidente Juan Manuel Santos inició una campaña televisiva enfocada en incentivar a sus mandantes a ahorrar energía. Sin importar mis apreciaciones por el actual habitante de nuestro palacio presidencial, decidí ser parte del experimento. Para sorpresa de todos, la iniciativa tuvo éxito: se logró un importante ahorro de energía y el racionamiento se evitó. Pero la experiencia vivida, forzada por las circunstancias, llevó a algo más a nivel personal. Hace tres meses me comprometí a no usar un solo vatio de energía que no necesitara. En ese sentido, desconectaba todos los electrodomésticos de mi hogar cuando no los fuera a usar, durante el día nunca encendí un bombillo forzándome a usar la luminosidad del sol, y cambié todos mis bombillos por unos eficientes. Sin limitar mis necesidades del uso de energía eléctrica en ningún momento y sin siquiera incomodar mi estilo de vida, logré ahorrar en mi factura la cantidad de 50,000 COP (17 USD). En ese momento llegó a mi mente una frase dicha por un gran amigo, ingeniero representante de la compañía alemana Schneider Electric: “El verdadero problema de la energía no está en la producción sino en la eficiencia y el consumo. Gastamos muchísimo más de lo que realmente necesitamos.” Tiene toda la razón. Según un artículo publicado en Think Progress, durante los últimos 15 años en Estados Unidos las ventas de energía se han mantenido estables; de hecho, en 2015 fueron inferiores a las de 2007. La noticia es realmente buena porque, como dice el mismo texto, el PIB del país ha crecido en un 15% acumulado durante esos años. ¿El secreto? Las inversiones realizadas en ese país con tal de hacer un uso eficiente de la energía. Encontramos una buena definición de eficiencia energética en Wikipedia, en que se entiende ésta como “la manera de optimizar los procesos productivos y el empleo de la energía utilizando la misma cantidad, o menos, para producir más bienes y servicios. Dicho de otra manera, producir más con menos energía”. Alcanzar altos grados de eficiencia energética se logra con inversiones en productos de bajo consumo o con ahorros inteligentes en que sólo se use lo que realmente necesitamos, algo que se puede y debe hacer a nivel macro y micro. Desde el área gubernamental, vale recordar que el próximo viernes (22 de abril de 2016) se reúnen en Nueva York, en las oficinas de las Naciones Unidas, delegados de más de 130 países, con el fin de celebrar una majestuosa ceremonia para dar inicio oficial a los acuerdos de París sobre el cambio climático. (Estarán allí representados los dos países que más contaminantes generan del planeta, Estados Unidos y China.) A partir de ese día, todo lo prometido en Francia comenzará su camino para convertirse en ley en cada uno de los países que acudan a la cita. Sin importar lo que suceda en esa reunión y el proceso interno que tome cada país para llegar a su obligatoriedad, según la ley, los cambios ya se están dando en el mundo: China ha declarado una guerra frontal al uso del carbón como fuente de energía, India trabaja en su objetivo de producir 100 gigavatios de energía solar para 2022 (eso es más que la capacidad actual en conjunto de los 5 mayores países productores de energía solar del mundo), y en Europa nueve naciones ya lograron que 20% de su energía provenga de fuentes renovables. No obstante las buenas noticias, la verdad es que una matriz energética completamente ecológica está a décadas de distancia. Lo triste es que no es por falta de inversiones en la producción –pues en muchos lugares del mundo los costes de la energía solar y eólica son ya inferiores que los del carbón, por ejemplo–, sino por el consumo innecesario de energía. Pocas cosas más ineficientes, y hasta estúpidas, decir que hoy requerimos de recursos contaminantes como el carbón y el petróleo para producir mucha más energía de la que realmente necesitamos. El cambio a realizar a futuro, entonces, es claro. Inspirado por mi primer gran logró en el ahorro de energía eléctrica, decidí aplicar medidas adicionales frente al consumo de agua y en mi forma de transportarme. Con medidas sencillas, que afectan en nada mi cotidianidad, he logrado disminuir mis gastos hasta en unos increíbles 300,000 COP (100 USD), principalmente porque cada mes que pasa me vuelvo mejor en lo que hoy considero “el negocio del ahorro”. Al fin y al cabo, todo ese esfuerzo tiene el mismo efecto en mis finanzas que tendría un incremento de 10% en mi salario. Bien sea forzando a nuestros gobernantes a hacer las transformaciones necesarias, o con simples cambios en nuestro consumo, la realidad es que las posibilidades de tener mejores fuentes energéticas está en nuestras manos.
Andrés Arell-Báez es escritor, productor y director de cine. CEO de GOW Filmes.   Contacto: Twitter: @andresarellanob   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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