- Entender que no porque ames algo no te va a lastimar (levemente, por cierto, en comparación con lo que se recibe).
- Recordar que lo que se ama no se posee.
La Estrategia del Principito / Parte II
Un hombre común encuentra en la lectura de El Principito una estrategia general de éxito. Aquí la continuación de La Estrategia del Principito / Parte I
El hombre seguía tomando café de manera un poco excesiva y revisando su Estrategia del Principito. Pero no pudo avanzar más porque, por extraño que parezca, el platicar con su niño interior fue un acto atrevido que lo dejó exhausto. Muchos años habían pasado desde que por primera vez leyó ese pequeño y extraño libro. Recordó que, en secundaria, una maestra de inglés llamada Noemí le encargó escribir un ensayo. Él era un niño casi hombre, pero niño al fin. Aún tenía la inocencia suficiente para atreverse a hacer cosas raras y diferentes. Tomó un libro pesado de su papá: Las obras completas de Sigmund Freud y el deshojado libro de El Principito, y en un acto que ni él comprendía, decidió juntarlos y escribir un ensayo llamado (más o menos): “El Principito desde el punto de vista de Sigmund Freud”. Se apasionó con el tema y tardó aproximadamente 20 horas en escribirlo en español y luego traducirlo. Se reía y extrañaba de todos los términos y cosas que exponía Freud. Descubrió lo que era el “yo”, el “ello” y el “super yo”, y todos esos conceptos raros (y seguramente malinterpretados) que aplicaba en los personajes que aparecían en El Principito. Al final estaba muy orgulloso de su extraña obra; se dio cuenta que era un poco escritor a su escasos 13 años y estaba seguro que le pondrían un 10. Entregó el ensayo el lunes a miss Noemí. Cuando se lo regresó, observó que tenía 7 de calificación.
–¿Siete?, pero Miss… ¡me tardé horas en hacerlo!
La maestra, como buen espécimen adulto, le contestó: “Te debí reprobar. Agradece que te puse 7, porque tú no escribiste eso, es muy avanzado para que un niño lo haya escrito. ¿Quién te lo hizo?”
El hombrecito se quedó sin habla; no pudo responder por coraje e impotencia. No volvió a escribir así en 25 años; desconectó su niño interior y fue su bienvenida al mundo incrédulo de los adultos.
El hombre despertó de este recuerdo con una llamada de su amada y joven novia:
–Oye, ya vi lo que escribiste del Principito, ¡dijiste mentiras! Acuérdate que en el restaurante italiano te dije que era mi libro favorito y dijiste que escribirías un artículo de ese libro. Aparte, ya vi que…
Mientras escuchaba el reclamo, el hombre se quedó con cara neutra y mirada al infinito pensando: ambas cosas son perfecta inspiración para la siguiente parte de la estrategia:
Las espinas de tu flor son necesarias
El Principito preguntó al piloto, varado en el desierto, la función de las espinas en una flor. Se preguntaba de qué servían si con todo y ellas el cordero se las podía comer. El hombre fue brusco y le contestó que no servían de nada, que eran pura maldad. El Principito se enojó mucho y le contestó lo que Antoine de Saint-Exupéry llamó “El secreto de la vida del Principito”.
Las espinas tienen dos funciones: