Por Máximo Santos Miranda*

Las recientes previsiones económicas del FMI dibujan un panorama muy sombrío para casi todas las economías del planeta. Si hacemos caso a lo que señalan dichas previsiones, prácticamente todas las economías van a ver reducido su producto interior bruto en el presente ejercicio en unos niveles ciertamente elevados. Pocos serán los países que presenten una evolución positiva de su PIB y los que lo hagan lo harán en unos niveles mucho más reducidos que en el ejercicio anterior.

Entre las pocas economías que según las previsiones del FMI tendrán este año un crecimiento económico positivo se encuentra la China. Si bien este crecimiento económico es notablemente inferior al de los años previos, el organismo internacional todavía estima que su crecimiento será positivo en este ejercicio. Considero que esta previsión esta rodeada, a día de hoy, de numerosas interrogantes y entre ellas está la de la posibilidad de que el mundo asista a un abrupto nacionalismo económico.

Desde que en el año 1979 China iniciara su cambio de modelo económico, el gigante asiático ha ido acumulando un astronómico superávit comercial que ha convertido a China en la segunda potencia mundial. China vende muchísimo más de lo que compra al exterior y ni siquiera la guerra comercial que le declaró Trump ha servido para revertir esta realidad. Sin embargo, hay un elemento que puede trastocar esta tendencia y es el de la irrupción en la escena del coronavirus. 

China se ha convertido en el gran proveedor de material sanitario de protección y el mundo entero se pelea por conseguir que sus fábricas le proporcionen ese material tan preciado en este momento. Las producciones nacionales de este tipo de materiales o son inexistentes o simplemente son tan escasas que apenas cubren una pequeña cantidad de las enormes necesidades nacionales. Muchas fábricas de medio planeta se están intentando transformar a marchas forzadas para atender esta demanda exponencial y aunque poco a poco las producciones nacionales comienzan a aumentar, lo cierto es que la transformación no esta siendo sencilla. Muchos de los componentes necesarios para la confección de estos materiales sanitarios también provienen de China y en ellos también existe una brutal guerra mundial de precios. 

Por todo ello, cada vez son más las voces que claman en contra del acaparamiento industrial que ha alcanzado China y exigen la retirada de las empresas extranjeras del país asiático. Entre los primeros países que se han puesto manos a la obra en este proyecto se encuentra Japón y es que el país del sol naciente ha puesto sobre la mesa más de 2.100 millones de dólares para que sus compañías abandonen el suelo chino y regresen a Japón. El estímulo del gobierno japonés no se queda aquí, sino que ofrece, además, incentivos por valor de unos 250 millones de dólares para aquellas empresas japonesas que no quieran volver a instalarse en el archipiélago japonés, pero si que busquen salir de China y establecerse en otro país asiático. Hay que tener en cuenta que China es el principal socio comercial japonés y con este movimiento lo que se pretende por parte del gobierno de Shinzo Abe es diversificar la producción industrial China en otros países.

Lo cierto es que ya hay consultoras que vislumbran un horizonte en el que cierta deslocalización de la producción fuera de China sea una realidad en los próximos trimestres. La pandemia y la ruptura de las cadenas de suministro en las que se ha basado la producción mundial en estos últimos años han subrayado una debilidad del modelo productivo actual que hasta este momento había permanecido inadvertido. Muchas empresas comenzarán a hacer números y optarán por deslocalizarse fuera de China y así evitar los riesgos que supone la excesiva acumulación productiva en una única localización. A todo ello hay que añadir que las propias empresas chinas han venido deslocalizando en estos últimos años parte de sus procesos productivos en otras economías asiáticas con unos costes laborales inferiores a los suyos. El objetivo de esta deslocalización no era otro que el hacer aún más competitivos los precios de su oferta productiva. 

La profunda crisis económica que se avecina en economías como las europeas fomentará, previsiblemente, un mayor nacionalismo económico como vía para crear empleo y con el objeto de evitar fenómenos de desabastecimiento de material como ha puesto de manifiesto esta pandemia. Muchas empresas europeas optarán por volver a sus países de origen o a otros limítrofes con menores costes salariales como Turquía o el norte de África con los que abastecer de forma geográficamente más cercana sus mercados. 

Todo esto se verá aún más reforzado por el hecho de que la automatización y la robotización de procesos hacen cada vez menos relevante el coste de la mano de obra. La impresión 3d permite la construcción de muchos objetos industriales desde cualquier lugar y ello acercará la producción a los puntos de venta. Por todo ello, los países más desarrollados se verán tentados en los próximos trimestres a reindustrializarse y así poder emplear de alguna forma a los millones de trabajadores que verán perder su empleo con esta crisis. La cuarta revolución industrial que venía imponiéndose poco a poco en la cadena productiva mundial habrá encontrado en la pandemia el impulso definitivo para su desarrollo final. 

Contacto:

*Doctor en Economía y experto en temas de banca, finanzas y hacienda.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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