Esta frase atribuida a Jesús Reyes Heroles no tiene desperdicio ni pierde vigencia. Ha enmarcado un sinnúmero de pasajes de la vida política en los que los vaivenes de la historia han consagrado a algunos y consignado a otros.

Por supuesto que la arena internacional no está exenta de que esta gran frase se aplique en diferentes planos y la reciente visita del presidente mexicano a su homólogo estadounidense no es la excepción. 

En medio de altibajos, desplantes y disrupciones, AMLO llegó a Washington para la foto. La atención se centró en una agenda hueca que en realidad refleja la escaza importancia que tiene México para los Estados Unidos, pero que también retrata lo relevante que es EE. UU. para México.

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Con una creciente preocupación en torno a temas como migración, comercio y seguridad, poco se espera en la operación de políticas públicas para realmente atender la crisis humanitaria en la que viven los migrantes centroamericanos que cruzan por México esperando alcanzar el anhelado American Dream. 

En realidad, la reunión tuvo un solo objetivo y aparentemente se cumplió: comunicar que no hay confrontación, que hay cercanía y ánimo de fortalecer la cooperación internacional. La forma, impecable. El fondo, inexistente. 

Pese a los desacuerdos recientes, era importante detonar un cambio de percepción. Comunicar solidez en la relación bilateral, compromiso político y ánimo de seguir colaborando para el bien conjunto tanto en el plano bilateral como en el plano regional.

Con la retórica que le caracteriza, López Obrador pasó por alto el protocolo de las reuniones en la Oficina Oval, excedido en tiempo al hablar ignoró el propósito de ese encuentro: la foto, los saludos, los intercambios breves respecto a temas generales.

El presidente de México no fue invitado para hablar del New Deal, ni de cómo cruzan la frontera los estadounidenses para comprar gasolina y mucho menos para dar una cátedra acerca del conservadurismo. Fue invitado para comprometerse a invertir 1.5 mil millones de dólares en infraestructura fronteriza desde 2022 y hasta 2024. 

Nos guste o no, la agenda bilateral no está en su mejor momento y quizás hoy tenga más retos que en épocas anteriores; queda en los liderazgos actuales articular las políticas necesarias para pasar de la retórica a la acción.

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