Recientemente, la caída de las aplicaciones y redes sociales de una de las empresas de tecnología más grande del mundo paralizó la vida de millones de personas en el planeta de una forma muy peculiar. No se trató de un cisma político o un desastre natural. Ni siquiera vimos la caída global de Internet o la telefonía tradicional, pero sin duda llevó a muchas personas al borde de un colapso nervioso. 

Si mirabas por tu ventana, la vida parecía normal, pero las cabezas de todos estaban hacia abajo, pendientes de las pantallas de sus dispositivos mientras los reiniciaban junto con o de sus ruteadores de internet, todo con la falsa esperanza de que sus servicios de mensajería y redes sociales volvieran a funcionar correctamente. Estoy seguro de que muchas personas vivieron momentos tensos ante la incertidumbre de no poder comunicarse al instante con familiares, colegas, proveedores por un tiempo demasiado prolongado para lo que estamos acostumbrados, etc. ¿Realmente merecía ese nivel de alarma? 

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Aunque la situación se corrigió al cabo de unas horas, y para muchos solo acabó en anécdotas graciosas, para muchas empresas, especialmente las pequeñas y medianas, se convirtió en un momento amargo que imposibilitó la continuidad de sus operaciones que, por supuesto se traduce en productividad perdida, y que adicionalmente costó miles de dólares en ventas y publicidad. De acuerdo con diversos medios de comunicación, el costo para la compañía que sufrió esta complicación fue de casi USD $65 millones. 

Este episodio es un buen un recordatorio de que, si bien la tecnología es y seguirá siendo nuestra principal aliada, es importante que pongamos atención a los planes de contingencia que deberíamos estar tomando para mitigar sus posibles efectivos negativos, especialmente ahora que, debido a la pandemia, buena parte de nuestras actividades son potenciadas por medio de estos servicios. 

Esto cobra aún más relevancia cuando vemos que la tendencia avanza hacia la creación de “metaversos”, impulsados por tecnologías avanzadas de realidad virtual y que cada vez más personas vivirán importantes porciones de su vida en un entorno digital. ¿Hasta qué grado? De acuerdo con una encuesta de Ericsson sobre las expectativas del consumidor, hacia el 2030, la mitad de los encuestados imaginan que la diferencia entre la realidad física y digital habrá desaparecido casi por completo. 

Imaginemos por un momento la vida en ese metaverso. Una caída del sistema no solo va a generar una tensión graciosa, sino una verdadera tragedia. Una alta concentración de usuarios en pocos servicios, a la larga, puede representar un riesgo para la continuidad operativa de la mayor parte de la población. 

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Aunque en muchos países existen marcos legales que buscan prevenir esta concentración de usuarios, es prudente que nos preguntemos las razones por las que existen tan pocos jugadores con la capacidad de desarrollar y ofrecer servicios a esa escala. No se trata de desconfiar de los principales proveedores, sino de pensar en una estrategia de redistribución de las capacidades de innovación para enriquecer el ecosistema actual, que permita que cada vez más personas puedan diseñar y comercializar soluciones tecnológicas que promuevan la transformación positiva de nuestra sociedad. 

En ese sentido, la responsabilidad de los grandes jugadores de la industria, tanto creadores de software como de hardware, está en optimizar la forma en que habilitamos una cultura de creación generalizada, que prevenga estas interrupciones de servicios a través de un adecuado diseño de los sistemas de información para que sean robustos en sus capacidades de software, hardware y seguridad para continuar operando de forma ininterrumpida. Pero más importante, eso se va a lograr mediante la apertura de más rutas digitales para tener más diversidad de opciones para lograr los objetivos con el uso de la tecnología. 

¿Qué acciones en concreto podemos llevar a cabo para fomentar un cambio? A nivel empresarial es fundamental que se promueva con mucha más fuerza la inversión en talento y proyectos locales para atender a la enorme diversidad de necesidades e intereses presentes en cada país. Entre otras cosas, ayudaría a nivelar el ritmo en que empresas de todos los sectores integran estos servicios como parte de su oferta de valor y evitaríamos la ampliación de brechas tecnológicas. 

A nivel consumidor final, de forma muy simple, podemos buscar alternativas para diversificar los servicios que utilizamos y los canales a través de los cuales los obtenemos. Hay cientos de aplicaciones de mensajería, redes sociales y buscadores de internet que dan enfoques interesantes que, sin dudarlo, pueden cumplir con las expectativas de seguridad y usabilidad más exigentes de los usuarios.

Al realizar estos procesos, en conjunto podríamos avanzar hacia una transformación digital más segura y confiable. Los usuarios tendrían a su alcance más alternativas de comunicación y, al mismo tiempo, las compañías tendrían más canales digitales para dar a conocer sus productos y servicios, dejando a un lado la preocupación de que aquella red en donde tienen toda su apuesta deje de funcionar. Finalmente, al habilitar diversas opciones, habrá mayor competitividad, lo que a su vez se verá reflejado en mejores productos y servicios para todo el ecosistema.

En diversos espacios hemos hablado sobre la urgencia de acelerar la transformación digital del mundo para llevar los enormes beneficios de la tecnología a todas las personas del mundo, pero lo cierto es que no existe un único camino para lograrlo. Por esta razón es importante que constantemente pensemos en cómo hacerlo mejor y cómo desarrollar los ecosistemas locales, para seguir brindando productos de excelencia, fácilmente accesibles y permanentemente funcionales. 

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Contacto:

*Santiago Cardona, director general de Intel México

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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