El presidente habría escogido pagar un alto costo público este año, pero tener los siguientes cinco para presumir que con sus reformas el país se fue para arriba.     Por Carlos Mota*   HA CORRIDO LA VERSIÓN de que el presidente Enrique Peña Nieto y su equipo económico —encabezado por el Dr. Luis Videgaray— maquiavélicamente decidieron detener el gasto público para apretar la economía durante 2013 y hacerla crecer magramente, como ha ocurrido. Ello les habría dado una palanca de negociación frente a otros grupos políticos para urgirlos a aprobar las reformas estructurales; argumentando la inminente necesidad de elevar los ingresos fiscales y de permitir el despunte del sector energético.   La explicación oficial sería, como lo fue, que la economía global presentaba retos muy severos y que la recuperación en Estados Unidos no había llegado. Con ello se responsabilizaba a terceros de la desaceleración, al tiempo que se evidenciaba la necesidad de cambiar el rumbo, sobre todo en materia energética, permitiendo la inversión privada en el sector. Algunos de los que diseminaron esta versión, llegaron a decir que había servidores públicos de alto rango que la revelaban con vehemencia, pero que pedían no ser citados. Ellos lo habían escuchado todo. Es verdad que si uno mira varias de las características del devenir macroeconómico nacional durante 2013, cuadra mucho esa versión: crecimiento que difícilmente rebasará 1.3%, desplome en la generación de empleos, acumulación de argumentos sobre la urgencia de la reforma energética, caída en el gasto en infraestructura, poca experiencia del equipo gubernamental, etcétera. La más convincente de las variables —no obstante— sería que el gobierno ha tardado años luz en pagar a sus proveedores. Hay empresarios que prácticamente no hablaban de otra cosa desde octubre: el gobierno no les paga y les debe dinero desde el primer trimestre de este año. A pesar de esas verdades, en mi opinión resulta sumamente difícil probar que el sentón macroeconómico de 2013 fue diseñado en Los Pinos, a fin de aprobar las reformas estructurales y de experimentar un rebote vigoroso y de amplio alcance a partir de 2014; rebote virtuoso por el que Peña sería muy aplaudido a partir del año que va a iniciar. La hipótesis, sin embargo, es poderosa, y no debe desecharse del todo. El presidente habría escogido pagar un alto costo público este año, pero tener los siguientes cinco para presumir que con sus reformas el país se fue para arriba. Pienso que la interpretación de lo ocurrido con este gobierno debe ser una elección de parte de cada agente económico. En mi caso, elijo ver un gobierno que enfrentó una parálisis en el diálogo político, y logró instrumentar el Pacto por México para darle cauce a temas sobre los que no habíamos podido avanzar en más de una década. Prefiero mirar que muchos de los inversionistas extranjeros siguen eligiendo a México como un mercado valiosísimo hacia el futuro y destino de sus inversiones, por encima de Brasil, toda vez que aquí prevalecen instituciones y órganos reguladores independientes que trascienden prioridades partidistas de corto plazo (el Ifetel y la nueva Comisión Federal de Competencia Económica, son dos buenos ejemplos). Tengo la mejor impresión de las intenciones del equipo económico de Peña, o al menos de algunos de sus individuos clave. El 29 de noviembre pasado, por ejemplo, hallé en los pasillos de un hotel a Emilio Lozoya, director de Pemex, quien me presentó a Deng Hanshen, Deputy Director General de Sinopec, la poderosa empresa energética china que podría convertirse en uno de los puntales de inversión en la nueva era energética mexicana. Hanshen y Lozoya participaban en una reunión de alto nivel México-China que se apreciaba de lo más institucional, con delegaciones vastas y de alto conocimiento especializado en ese sector. Estas reuniones son cada día más comunes y reflejan el alto grado de institucionalidad con el que opera la búsqueda de inversión para el país (recuérdese que hace tres o cuatro décadas no hacían falta las reuniones institucionales, pues los presidentes o secretarios de Estado decidían en función de la cercana y personal relación que guardaban con sus empresarios allegados). México ya cambió. Posiblemente más de un mexicano elija quedarse con la versión de que 2013 fue un año en el que ciertos hilos macroeconómicos fueron movidos con astucia desde Los Pinos, para que la administración priísta se bañe de gloria a partir de 2014. Pero pienso que quienes eligen esta versión nunca han de dormir bien. Los compadezco.     *Carlos Mota es periodista, reconocido por el Foro Económico Mundial como Young Global Leader.       *Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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