Por Alfredo Kramarz* Contraponer Estambul con Ankara anticipa los relatos que describen el alma euroasiática turca. Una mentalidad esquiva ante lo transfronterizo que hace del contraste el método para situar ciudades en el lado claro u oscuro de la historia. Turquía, en cercana-lejanía con Asia y Europa, favorece con sus vaivenes geopolíticos la percepción occidental que reduce los matices de un vecino con una incómoda agenda internacional. Cada acontecimiento recrudece la dialéctica -no siempre real- de un Estambul cosmopolita y resistente frente a un gobierno central que a pesar de estar bajo el paraguas de la OTAN fomenta una comunicación fluida con países como Rusia, Irán o Venezuela. Por eso la reciente victoria de Ekrem Imamoğlu (que le aupó a la alcaldía de Estambul) fue analizada a través de una categoría que hizo celebre el teórico Karl Wittfogel: una derrota del “despotismo oriental”. La descripción de su talante democrático, su discurso interclasista y la confianza hacia el futuro (“todo irá bien”) cautivó a los votantes y a los editorialistas de la prensa internacional. Significó un regreso de los halagos después de unos meses en los que la desaparición de Jamal Khashoggi perturbó a las cancillerías del mundo. La verdad subyugada por los intereses de unos y otros devolvió a Estambul ese aroma que deja la imposibilidad de desvelar el secreto de las naciones. Personajes de ficción como James Bond y figuras reales con perfiles casi literarios como Kim Philby (uno de los cinco espías de Cambridge) alimentaron durante décadas el background de los lectores y fomentaron la impresión de que la vieja Constantinopla seguía siendo un escenario familiar para los servicios de inteligencia. Admitir sin más la desaparición de un columnista del The Washington Post no era digerible incluso para los estómagos agradecidos. Apaciguar a la opinión pública sin esclarecer los hechos u ofreciendo una versión parcial resultó una odisea comunicativa. Para dar cuenta de las batallas mediáticas libradas el pasado mes de octubre basta con comparar los artículos aparecidos en dos periódicos regionales que tienen vocación global: Arab News (Arabia Saudí) y Daily Sabah (Turquía). Aquellos días releí una novela de Eric Ambler titulada La máscara de Dimitrios. El texto comienza con una reflexión sobre la relación entre fortuna y providencia en la que resplandece la preocupación sobre la desmañada coherencia del azar. Eric Ambler reconstruye, a través de las peripecias de Charles Latimer, la historia de un cadáver aparecido en las aguas del Bósforo y redacta algunas frases que bien podrían inspirar los trabajos aciagos de la justicia: “en el caso de un asesinato político no es importante saber quién ha disparado la bala, sino quién ha pagado por ella”. La transición entre las dos últimas cumbres del G20 (celebradas -respectivamente- en Argentina y Japón) significó para la dinastía saudí el paso del coyuntural aislamiento hacia la renovada cordialidad. El precio pagado por el cambio en el estado de ánimo de los mandatarios internacionales fue alto, pero infinitamente más bajo que el que supondría un Arabia Saudí con inestabilidad política. Gajes del oficio suavizados por agoreras, y tal vez certeras, predicciones geoeconómicas. Un pasar página evitado por periódicos como The Guardian que señalaban en el caso Khashoggi las huellas de una ejecución extrajudicial (pienso en podcast como “Has Saudi Arabia got away with the murder of Jamal Khashoggi?”). Exilio y disidencia eran las causas primordiales que daban sentido a su ausencia. Una forma de acotar la desmesura de la realidad haciendo de la sospecha un ejercicio de libertad. Después de un año convulso el retorno al equilibrio en Turquía pasará por su papel de anfitrión en las reuniones diseñadas para la pacificación de Siria que seguro profundizaran sus vínculos con Rusia e Irán. También es probable que el presidente Erdoğan refuerce alianzas parcialmente exploradas (uno de los elegidos será India) y que module su posición crítica hacia gobiernos que un día fueron afines (no obstante, la sombra del golpe de estado de 2016 es alargada y ciertas noticias, como la muerte de expresidente Mohamed Morsi en Egipto, inquietan al establishment turco). Dosis altas de realpolitik en un sistema marcado por la excesiva concentración del poder. *Doctor en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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