Por Máximo Santos*

En estos últimos decenios el sector bancario siempre se ha dedicado a cubrir las necesidades financieras que tenían los sectores productivos. De esta forma, los bancos canalizaban los ahorros de los inversores hacia aquellos sectores que demandaban crédito y este se concedía si dichos proyectos a financiar presentaban un nivel de riesgo y de retorno del préstamo adecuado. Otros aspectos, como el respeto de la inversión al medio ambiente o si dicha inversión era o no socialmente responsable, eran elementos que los departamentos de riesgo de las entidades bancarias simplemente no consideraban. 

Sin embargo, la sociedad está cambiando y son cada vez más los individuos que demandan un desarrollo más sostenible, tanto en lo que tiene que ver con el medio ambiente como en el alcanzar un desarrollo humano más equilibrado. Junto a esto, hay dos acuerdos internacionales que tienen un peso muy importante para impulsar el desarrollo sostenible: la Agenda 2030 y el Acuerdo de París. Ambos hitos internacionales, que se pusieron en marcha en el 2015 y son fruto de negociaciones separadas, coinciden en identificar otro modelo de crecimiento y de desarrollo para el planeta. 

El paradigma en el desarrollo está cambiando y en este cambio de modelo el sector financiero tiene que ser un claro catalizador en el impulso del desarrollo sostenible. Los bancos tienen que involucrarse en potenciar la reducción de la huella de carbono de la industria, en disminuir la contaminación en las ciudades y en combatir las cada vez mayores desigualdades sociales. Los poderes públicos no pueden quedar como única palanca para propiciar el desarrollo sostenible del que estamos hablando. Se necesita indefectiblemente la palanca activa del sector privado y en particular del sector financiero. Los bancos deben saber cuál es su papel en todo este proceso y colaborar activamente en construir este modelo de sociedad más justa y medioambientalmente más sostenible que reclaman tanto los Acuerdos de París como la Agenda 2030. Unos acuerdos internacionales que precisarán de la movilización de gigantescas cantidades de recursos económicos para lograr su cumplimiento y es aquí donde las entidades financieras tienen un papel muy destacado. 

Pero las entidades financieras no son la única parte que tiene su rol en las finanzas sostenibles. Los ciudadanos y por tanto los ahorradores e inversores también tienen un papel que desempeñar. Los ahorradores tienen que exigir a las entidades financieras que sean mucho más trasparentes de lo que lo son ahora mismo a la hora de informarles en que se invierten sus ahorros. Cuando los ciudadanos cuenten con esta información entonces tendrán un gran poder, ya que podrán dirigir el destino de sus inversiones en función de sus convicciones personales, religiosas o morales. 

Como la concienciación ciudadana en el desarrollo sostenible no para de crecer en el mundo, cada vez serán más las inversiones que se dirijan hacia aquellos sectores que sean más respetuosos con el entorno natural. En este nuevo cambio de paradigma financiero, los activos más contaminantes serán los perdedores y si bien esto es importante, hay que propiciar una transición ordenada. Hay regiones en el mundo que cuentan únicamente con industrias muy contaminantes y lo que tampoco se puede es dejar de financiarlas radicalmente sin ofrecer un plan de transición hacia este nuevo modelo productivo más sostenible. De no hacerlo así, no se conseguirán frenar los desequilibrios sociales que se están intentando mejorar con el desarrollo sostenible. 

Los que no terminan de ver con buenos ojos a las finanzas sostenibles señalan que estas se caracterizan por ser menos rentables que las finanzas tradicionales. Sin embargo, los estudios demuestran que esto no sucede en el largo plazo. Si bien a corto plazo, es posible que las rentabilidades sí que sean algo inferiores, si consideramos el medio y largo plazo esto no tiene por qué ser así. Las finanzas sostenibles deben perseguir la obtención de una rentabilidad adecuada, pero siempre teniendo en cuenta otros dos vectores muy importantes como son el entorno natural y el desarrollo humano. 

Por otra parte, también hay que tener en cuenta que la fortísima crisis financiera que se vivió en el mundo a partir del año 2008 ha dañado, en gran medida, la reputación del sector financiero internacional. Se hace, por tanto, necesario reconstruir su reputación y el impulso decidido de las finanzas sostenibles es una forma perfecta para poder llevarla a cabo. Para ello es absolutamente necesario que el sistema bancario esté convencido en desempeñar un papel muy activo en ser muy trasparente en la gestión de sus activos y en ser un firme impulsor de las finanzas sostenibles. Dicho impulso tendrá tres grandes beneficiarios, la sociedad en su conjunto que vivirá en un planeta más habitable y justo, el planeta y aquellas capas sociales más desfavorecidas que verán como su exclusión es eliminada o mitigada.

En definitiva, las finanzas sostenibles suponen una gran oportunidad para cambiar las cosas y para ello es necesario un gran cambio cultural en el sector financiero. Los ahorradores, gestores e inversores también tienen un papel estelar en todo este cambio de paradigma financiero. Todos ellos tienen que impulsar el desarrollo de las finanzas sostenibles, ya que con ello se financiará la actividad económica, satisfaciendo las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para saciar sus propias necesidades y todo ello favoreciendo al mismo tiempo un bienestar económico, ambiental y social global. 

 

Contacto:

LinkedIn: Máximo Santos Miranda Ph.D.

 

*El autor es Doctor en Economía y experto en temas de banca, finanzas y hacienda.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

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