Siempre me ha parecido desafortunado que novelistas, poetas, cineastas, escultores, actores y otras personalidades del llamado “mundo de la cultura” quieran interferir en la argumentación de las políticas públicas.     Qué ingenuas me parecieron algunas personas que dieron por bien intencionadas las preguntas que planteó Alfonso Cuarón al presidente Enrique Peña, para comprender la reforma energética. La insidia era clara. Cada pregunta lo denotó. El gobierno hizo bien en responderle el Día del Niño, de manera puntual y exhaustiva; pero cayó en el juego de Cuarón, quien triunfó al ser tratado de manera diferenciada que el resto de los mexicanos, mereciendo una respuesta larga que seguramente requirió abogados dedicando toda su jornada laboral en responder las inquietudes del cineasta. Siempre me ha parecido desafortunado que novelistas, poetas, cineastas, escultores, actores y otras personalidades del llamado “mundo de la cultura” quieran interferir en la argumentación de las políticas públicas. Lo hemos visto en México consistentemente y es un ejercicio sumamente patético. Cuando un escultor o un escritor de novelas, por ejemplo, quiere opinar sobre la efectividad de una política pública, el resultado es desastroso. Su opinión es emitida desde la víscera y proviene generalmente del prejuicio, y no desde la comprensión analítica de la política pública a evaluar. Es lamentable que algún famoso que se dedica, por ejemplo, a esculpir un mármol o a trazar líneas con óleo sobre un lienzo, sienta que tiene la solidez suficiente para descalificar temas fiscales, energéticos, de política social o económica. A Cuarón se le fueron las cabras al monte al ponerse a cuestionar la reforma energética dejando ver su sesgo, que claramente reveló al hablar de las “trasnacionales petroleras”; de los “contratos multimillonarios”; de la “expansión de la burocracia”; de las “reformas discrecionales y opacas… buenas para las manos privadas”. Siempre he defendido el derecho de la gente a opinar. Quienes hacemos periodismo enarbolamos la bandera de la libertad de expresión. Eso lo defiendo en todos los casos, incluido en el del cineasta en cuestión. Lo que me pareció lamentable fue que, haciendo uso de la megafonía que le daría la prensa por su relevancia como ganador de un Oscar, Cuarón hubiese caído en la tentación de sesgar su argumento sobre una reforma que ha sido aplaudida internacionalmente. Eso sí, lo disfrazó de preguntas. El caso de la sonoridad que tuvieron sus palabras fue grave si se ve a la luz de los sinsentidos que en la prensa nacional suelen tener eco. La prensa lo agravó todo. Muchos periodistas tienen una bola de prejuicios en su cabeza. Nunca he visto a un ex secretario de Estado o ex director general de alguna institución opinando, por ejemplo, de las limitaciones estéticas de una pintura o acerca del carácter mediocre de alguna pieza musical orquestal, y que merezca el mismo eco en la prensa que Cuarón obtuvo. La gente del mundo de la cultura se ha vuelto una especie de gremio intocable en el país. Bajo las premisas actuales, ellos pueden opinar sobre petróleo, energía o el régimen fiscal, y se les aplaude, aunque lo que sepan sea escribir poemas. Pero al revés no suele ser permitido: un ex funcionario federal desaprobando una película independiente sería crucificado y tachado de ignorante y supino. Cuando un escritor de novelas y textos de ficción usa sus cualidades argumentales para destrozar a un político o a una política pública, miles le aplauden. Caen extasiados y rendidos a sus pies, quizá por su propia incapacidad de evaluar la materia bajo criterios objetivos. El novelista o artista seduce al ignorante con las palabras y le hace creer que los criterios que usa para evaluar lo público son los válidos. Así, el pueblo siente que el artista los representa. Pero del otro lado de la balanza están las opiniones estructuradas; rigurosa y metodológicamente sustentadas. Es posible leer opiniones y cuestionamientos adversos al gobierno de parte de think tanks como el Centro de Estudios Espinosa Yglesias, el Instituto Mexicano para la Competitividad o el Centro de Investigación para el Desarrollo. Estas opiniones y cuestionamientos son serios, y están cuidadosamente estructurados… pero no logran el eco de Cuarón. Repito, el señor Cuarón tiene derecho a opinar, pero insisto en que la prensa y la sociedad no deberían haberle dado mayor peso a sus preguntas que las emitidas por el chavo que te vende las estampitas del álbum Panini en el 7-Eleven. Si todos los mexicanos somos iguales, seámoslo. ¿Admirable Cuarón en cine? Sí, mucho. Pero que no se le quiera ver como el vengador de la sociedad frente al gobierno, porque, como bien dijo Roy Campos, no nos representa. A Enrique Peña, en cambio, lo elegimos libremente con los votos de la mayoría. Lo pusimos en la presidencia para trabajar a nuestro favor, cosa que está haciendo.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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