El federalismo fiscal sin límites de endeudamiento, sin transparencia, sin contrapesos, sin auditorías, ha dejado un saldo de 483,000 millones de pesos en la deuda de estados y municipios, más los cientos de miles de recursos ejercidos de los que no tenemos registro o evaluación.     La próxima semana se votará en comisiones del Senado de la República la legislación sobre disciplina financiera de estados y municipios, disposición que no tiene el glamour de las reformas energética o de telecomunicaciones, pero que refleja el estrepitoso fracaso del federalismo fiscal en México. Hace apenas una década, no había foro de políticas públicas que no contemplara las “perspectivas del federalismo fiscal”. La recién nacida Conago lo impulsaba con ahínco y lo políticamente correcto era abogar por más recursos para estados y municipios. La bandera era irreprochable: en lugar de tener políticas dictadas desde un escritorio en el centro del país, las entidades y ayuntamientos podrán diseñar, planear y ejecutar programas ad hoc a las condiciones locales; “federalismo que no es fiscal, es eufemismo”, era la frase de moda. Una década más tarde, comprobamos que la transferencia de recursos presupuestales a las entidades federativas fue la más importante en la historia. Los estados duplicaron presupuestos y triplicaron nóminas. Los gobiernos federales compraron con los excedentes del oro negro, gobernabilidad e interlocución política a precio de oro, a secas. En la legislación que está por aprobarse, se contemplan nuevos esquemas de control que contradicen aquel discurso federalista por una sencilla razón: el federalismo fiscal sin límites de endeudamiento, sin transparencia, sin contrapesos, sin auditorías, ha dejado un saldo de 483,000 millones de pesos en la deuda de estados y municipios, más los cientos de miles de recursos ejercidos de los que no tenemos registro o evaluación. Entre otras cosas, se contempla reglamentar principios de responsabilidad financiera estableciendo límites y modalidades bajo las cuales las entidades puedan afectar sus participaciones federales. ¿Por qué?, porque los estados se sobregiraron poniendo participaciones en garantía: hoy el 86% de las participaciones federales están prácticamente hipotecadas para solventar obligaciones financieras con la banca comercial.   La borrachera federalista: ¿En qué se nos fue el dinero? En gasto corriente. En programas duplicados. En políticas regresivas. En dispendio electoral. En abultadas nóminas. En elefantes blancos. En eso se nos fue el dinero que estados y municipios gastaron, pero no invirtieron, en los últimos años. Dinero público que llegó a las arcas estatales vía participaciones federales, que resultó insuficiente dado el nuevo ritmo de gasto de las entidades federativas y se complementó con deuda. Un botón de muestra: con datos de la Secretaría de Hacienda, las 10 entidades federativas con mayor deuda -que representan poco más del 70% del total de la deuda estados y municipios- gastaron en promedio 14 pesos por cada 100 de deuda en obra pública. En otras palabras, le perdimos la pista a 86 de cada 100 pesos. En el mejor de los casos, alimentaron el aparato burocrático o programas irreductibles. De ahí la vuelta en U. Re-centralizar potestades financieras no es un objetivo deseable, sino la última medida antes del rescate de las arcas locales, pues si bien es cierto que la deuda subnacional no pesa frente a la deuda del sector público –de más de 6 billones de pesos-, sí amenaza la capacidad operativa de los gobiernos estatales y municipales.   Prometer no empobrece, dar es lo que aniquila La frase popular es también la síntesis del federalismo fiscal mexicano en la última década. Los aparatos electorales vascularizados al torrente financiero local resultaron letales. Cientos de programas y transferencias en efectivo han sido otorgados por los gobiernos estatales, teniendo como fuente los altos precios del petróleo. Beneficio que se da, pero no se quita. El 18 de mayo de 2011 apareció en la prensa una fotografía que lo ilustra a la perfección. Un funcionario de la administración estatal en Tlaxcala, explicaba en la plaza central de aquella entidad que el gobierno no podía seguir brindado el apoyo en efectivo a los adultos mayores; programa estrella de la administración que recién había concluido. Los enardecidos ex beneficiarios lazaron al funcionario. Fue necesaria la intervención de la fuerza pública para evitar que lo ahorcaran. Definición brutal de lo que significa programa irreductible.   foto-anton Foto (OEM)   Muerto el federalismo fiscal impulsado a inicios del Siglo XXI en México, se mantienen los usos y costumbres que construyeron el total fracaso del modelo, en cuanto a la relación entre recursos locales y objetivos electorales. Con incipientes mecanismos para fiscalizar recursos y una centralización de facultades, seguimos siendo la república centrífuga que se sueña federalista, saboteándose una y otra vez. De cara al futuro, la amarga medicina que el legislativo está por consumar debe asumirse como una pausa imperativa, en la larguísima historia de este país remando a contracorriente del centralismo. El próximo ensayo federalista deberá ser apuntalado por esquemas de rendición de cuentas que -al menos- homologuen la información sobre el uso de recursos públicos a nivel federal, local y municipal. ¿De qué no nos enteraríamos con un Compranet – municipal? Desde la responsabilidad del ciudadano, es obligado repensar el juicio que hacemos sobre el ex gobernante y la deuda heredada. No hay sanción social para quien hipoteca el futuro -el caso Coahuila es una excepción, la regla es la desmemoria- de una entidad federativa, ni reconocimiento a quienes mantienen sanas finanzas locales. A la sociedad le importan poco las cuentas mientras los gobiernos “hagan cosas”: obra, subsidios, programas de asistencia. Olvidamos que somos nosotros quienes pagamos la cuenta al final del festejo.     Contacto: Twitter: @joseluis_anton FB: José Luis Antón Correo personal: [email protected]       *Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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