Si los músicos están viviendo en la precariedad, al resto de la sociedad no le puede ir mucho mejor. Ahí hay un reto para la economía de la Ciudad de México.     Ver la ciudad como una colección de edificios es muy limitado. La gama de fenómenos urbanos va desde el tamaño de los ladrillos y pendientes hidrológicas hasta culturas de trabajo y música. Por lo mismo, una discusión urbana que pretenda ser completa también debe abarcar estos aspectos más antropológicos de la ciudad. Y en el caso de la Ciudad de México la música y el baile son intrínsecos a su identidad. Tampoco seríamos los primeros en resaltar la importancia económica de la música. Más allá del turismo y el entretenimiento, el estadista francés Jacques Attalí, asesor del primer ministro François Mitterrand, escribió en 1977 su libro Ruidos: La economía política de la música. En este tratado argumenta que la estructura de la economía de la música y las relaciones económicas se verá reflejada en el futuro. Por ejemplo, las grandes orquestas clásicas fueron pagadas y mantenidas en los palacios de los aristócratas, como un reflejo de la bonanza concertada de este periodo del feudalismo. Y en términos contemporáneos parece que fenómenos como el filesharing o el papel curatorial de los dj se ha anticipado a la economía en general. Más allá de las ideas del teórico marxista, basta la observación que si alguien de la talla de Attalí piensa que la música es importante como identificadora de tendencias sociales más amplias, valdría la pena considerar la economía política de la misma en la Zona Conurbada del Valle de México y sus periferias. Gran parte de la identidad cultural de la Ciudad de México, per se, se forjó en la época de oro. Desde los inicios del siglo XX, los migrantes llegaron del campo a la Ciudad de México en grandes cantidades. Dejaron atrás sus comunidades rurales donde el baile había sido una práctica común. Retomaron el concepto del salón de baile del extranjero; de ahí los nombres de antros famosos como el Smyrna Dancing Club en lo que hoy en día es el Claustro de Sor Juana, y el California Dancing Club, que todavía existe por Tlalpan. Los migrantes campesinos necesitaban construir una nueva identidad urbana y la encontraron de las orquestas de Dámaso Pérez Prado y Luis Arcaraz. Los músicos trabajaban para las empresas o en orquestas tocando en eventos masivos con amplificación; era un pequeño paso hacia la radio. Músicos y modas del extranjero rápidamente fueron asimiladas en la efervescencia cultural de la época de oro. En este proceso nació Televisa. Y esta época es parte integral de la identidad cultural moderna de la capital. Hoy en día, casi todos los músicos que tocan en la ciudad viven de tocar en vivo, ya que la piratería hace muy difícil cobrar para hacer grabaciones. A su vez, el mercado de música se ve abastecido de la compra al mayoreo en Tepito, donde un disco cuesta 3.50 pesos o menos, para después ser revendido en 10 pesos o más. Cabe mencionar que con la venta ilegal de discos la música sostiene a un gran segmento de la población. Al otro lado está la economía del espectáculo musical dominado por empresas como OCESA y foros masivos. Entonces de la economía de la música en la Ciudad de México gran parte del dinero que genera va a la economía informal o a grandes corporativos de entretenimiento. Los músicos que tocan en vivo en la ciudad son un fenómeno económico marginal comparado con todo el flujo generado por esta industria. Sin embrago marcan distintas partes de la ciudad y subculturas y generan grandes economías multiplicadoras. Hay distintas modalidades de tocar en vivo. En la periferia, los conciertos tienden hacia eventos masivos –a los cuales no llegan cientos sino miles de personas–. Un ejemplo son los carteles famosos de Bostik, Textex, Charlie Montana, y muchos de ellos tocan juntos con frecuencia. Mientras, en el centro de la ciudad es más común que las agrupaciones locales toquen para públicos relativamente pequeños. Casi no pasa que lo hagan en la periferia y viceversa; es más fácil para los grupos rolar por los municipios conurbados, Ciudad Nezahualcóyotl, Ecatepec, Tlalnepantla, Atizapán, que tocar en el centro. Uno de los pocos grupos que ha logrado el cross-over es el rock tropical de San Pascualito Rey. Cada segmento de música tiene una economía y geografía distinta. El rock y punk son fuertes en el norte. En Tlalnepantla, el rockero Bostik tradicionalmente da el grito, y la zona donde primero pegó el punk fue la Gustavo A. Madero, por la San Felipe. Peñón de los Baños es conocido como sitio de introducción de la cumbia al país y zona de origen de los sonideros junto con Tepito, ya que era un sitio de contrabandeo de discos que llegaron del extranjero a los mercados cerrados de México. Es imprescindible mencionar la música ranchera y tropical, favorecidas para las fiestas de los pueblos que han sido alcanzados por la ciudad, la música de baile. Éstos, comúnmente, son grupos nacionales contratados directamente por la mayordomía de la fiesta del pueblo o el municipio. Pero Chimalhuacán hasta tiene su propia música de carnaval local que data del siglo XIX. El hecho de que pueblos enteros como Santa Catarina del Monte, por Texcoco, pueden vivir de la formación de músicos en vivo demuestra que es un sector con bastante potencial. Muchos percusionistas afrocubanos se ganan la vida tocando en ceremonias de santeros y están pagados por comunidades religiosas. Subgrupos relativamente pequeños en el tejido urbano son los músicos de rock alternativo, el rock progresivo, clásico, el jazz y la música experimental –que por su naturaleza tienden a ver más hacia países del primer mundo para inspiración–. Cada genero tiene sus inquietudes y marca un territorio cultural más amplio. No hay sector más interesado en la interacción de humanos y la tecnología que músicos/artistas experimentales como Arcángel Constantini y Juan José Rivas. Son importantes reservas de ideas e inquietudes. Pero el número de foros dedicados a cada género es muy reducido, y lugares como el Foro Alicia en la colonia Roma y Jazzorca en la Portales son casi únicos como nodos de potenciación del rock alternativo y freejazz en la ciudad –y su pérdida sería fatal para las aspiraciones de la Ciudad de México de ser una ciudad global. Ser músico performance de tiempo completo es poco común y muchas veces tienen otra fuente de ingresos, desde dar clases de música o ser ingenieros de sonido hasta giros completamente apartados. La profesionalización del medio puede generar grandes economías multiplicadoras por medio de la publicidad, la venta de bebidas y comida, la venta de grabaciones aunque sea por intermediarios piratas, la ambientación de lugares, la compra y reparación de instrumentos y finalmente en proyección internacional. La música es clave para desarrollar estrategias de turismo urbano, como muestran ciudades que viven de sus tradiciones musicales como Nueva Orleáns y Nashville; también aparece en los mitos de ciudades como Nueva York, Londres y París. La Ciudad de México ya generó una época de oro musical. Escenas musicales exitosas pueden ser determinantes no sólo para la imagen internacional sino también para la imagen histórica de una ciudad. Un reto mercadotécnico primordial para la capital del país es recuperar su imagen como metrópolis líder en cultura musical. Ampliar la cantidad de foros y conciertos en las periferias de la zona conurbada sería una de las formas más directas de hacer (en lugar de teorizar sobre una ciudad policéntrica). Attalí diría que si los músicos están viviendo en la precariedad, al resto de la sociedad no le puede ir mucho mejor. Los músicos y los foros deben ser vistos como parte estratégica del sector Pyme de esta megalópolis.     Contacto: Correo: [email protected] Facebook: Feike De Jong     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.