Por: Gerardo Islas Maldonado*

Peter Drucker, en su libro “La Gerencia en la Sociedad Futura”, señalaba que las características centrales de la sociedad futura, como han sido de las anteriores, serán sus nuevas instituciones, industrias, ideologías, problemas, discusiones y acciones; señalaba también que los cambios en las sociedades derivan de acontecimientos de grandes proporciones.

La revolución de la imprenta cambió por completo la economía, tuvo un efecto psicológico importante en la sociedad de aquella época y marcó el inicio del mundo moderno. 

Las maquinas del hilado de algodón de 1820; la fabricación de cañones, que producían de diez a veinte veces más que antes a un costo más bajo; el surgimiento del ferrocarril que creo una nueva dimensión de movilidad; fueron detonantes históricos de la revolución industrial que cambió para siempre la economía, la política y la sociedad. 

La revolución tecnológica, trajo consigo un cambio sociológico trascendental en la historia de la humanidad, el comercio electrónico y el efecto en la manera en como las nuevas generaciones aprenden y trabajan a través de destrezas tecnológicas constituye un cambio de grandes magnitudes. El comercio electrónico es para la revolución informática lo que el ferrocarril fue para la revolución industrial. 

Estas han sido ejemplo de grandes revoluciones sociológicas que han marcado el rumbo de la historia de la humanidad. Existen también acontecimientos de no tan gran magnitud pero que si tienen impactos significativos y que detonan grandes cambios sociológicos, por ejemplo: un colapso de la industria bancaria; tal como ocurrió en 1929 con el inicio de la gran depresión en EUA. 

En ese orden de ideas, podemos prever que la situación epidemiológica actual, con la llegada del coronavirus al mundo, traerá cambios sustanciales en la economía y en la sociedad, aunque dichos cambios son magnitudes aún desconocidas.  

Dicha coyuntura epidemiológica mundial, nos obligará a cambiar económica, cultural y políticamente. Por ello, hoy es fundamental centrar en la arena de la discusión pública el tipo de sociedad que queremos construir y en las acciones en diversas materias que debemos de emprender para lograrlo. Bien decía Charles Darwin que la especie más fuerte es la que logra adaptarse mejor al cambio y la manera más eficaz de adaptarse el cambio es crearlo.

Para prosperar como nación, debemos identificar tendencias y convertirnos en agentes de cambio innovadores y eficaces. Requerimos de una innovación financiera profunda. Tomemos como ejemplo mundial, las dos décadas que van de 1950 a 1970 que trajeron una innovación tras otra. Apareció la tarjeta de crédito, el eurodólar y el eurobono, así como el primer fondo de pensiones moderno, que inicio una bonanza en fondos corporativos de pensiones.

La discusión pública debe centrarse en los cambios y en las acciones que cada país requiere, en virtud de que cada país vive una realidad muy distinta. Por ello, no sorprende la discusión que ha tomado fuerza en los últimos días en México con respecto al pacto fiscal. Un modelo, para muchos, ya agotado e ineficaz y que bien vale la pena discutir con razonabilidad y sin filas ni fobias partidistas. 

El cambio es posible en virtud de las acciones diarias que emprenda el sector público, privado y social, así como en la capacidad de negociación colectiva que tengamos para construir consensos en beneficio del país. 

Tomemos como ejemplo a Corea, país asiático que en la década de 1950, tenía una población 80% rural y pocos tenían más que una educación secundaria, porque los japoneses que habían dominado al país no permitían otra cosa. Hoy Corea es una potencia industrial, su población urbana es casi del 90%, tienen un alto nivel educación y son considerados como el país que mejor maneja la crisis actual.

Convertirse en potencia moderna es, sin duda, un reto colectivo muy complejo y ante la aparición del virus del Covid-19, el escenario económico en México no podría ser más complicado:

Las evidentes perdidas en los mercados de capitales, la caída del precio del petróleo, la contracción de la demanda de bienes y servicios, las diversas perdidas de fuentes de ingresos, sumado a la baja en la calificación de la deuda de México por parte de la calificadora S&P Global Ratings, la cual bajó  la calificación a “BBB” desde “BBB+” (lo cual significa que el deudor no tiene la capacidad para cumplir con sus compromisos financieros); traerán, inevitablemente, una variación anual del PIB negativa durante más de dos trimestres consecutivos, es decir, una recesión económica. Incluso esta caída de la actividad económica podría derivar en una crisis crediticia y en una depresión. 

Bancos mundiales anticipan que la actividad productiva en México, medida mediante el PIB, llegará a descender posiblemente hasta 4.5% este año. De ser así, México se estaría encaminando a la recesión económica más larga de los últimos 90 años.

Aunado a lo anterior, la Comisión Nacional de Salarios Mínimos (CONASAMI), señaló que solo durante la primera semana del mes de abril se perdieron 148 mil 845 empleos. A ese ritmo, solo este mes en el Estado mexicano podrían perderse más de 750 mil empleos formales.  

Ante este panorama, si queremos convertirnos en una potencia necesitamos de la implementación de una estrategia de reactivación económica innovadora y eficiente, en el cual se proteja a todos los sectores. Es fundamental contar con una política monetaria estratégica y una flexibilidad tributaria, a corto y largo plazo, que cuide los empleos, las industrias, al empleador, y sobre todo, a los comerciantes informales. Millones de mexicanas y mexicanos viven al día en nuestro país, sin acceso a esquemas de seguridad social. 

Nos esperan momentos difíciles, de tensión social y de profunda caída económica. Pero si queremos lograr el reto colectivo histórico de hacer de México una potencia moderna, debemos iniciar por la primera etapa: el debate objetivo y la planeación estratégica. 

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