Por: Eduardo Navarrete*

Un rasgo esencial de nuestra identidad consiste en no temer a la muerte. O por lo menos, gritar al mundo que no le tememos.

Para eso está hecho el desfile del Día de Muertos: para gritar al mundo que la muerte en México es un concepto colorido, festivo e inocuo, casi como lo entendió la producción de James Bond, franquicia que se caracteriza por diseñar villanos que reflejan los miedos de la era.

Lo cierto es que no se teme lo que no se conoce. Para eso está el miedo, su hermano mayor, el responsable en gran medida del sentido de curiosidad, que hace impulsa y aplaude dar un paso en la oscuridad.

Un profesor de Lenguaje de la Imagen se hizo localmente famoso por repetir que era en la oscuridad donde mejor se conocía la esencia humana. Esto lleva a pensar en la introspección como una de las ágoras más eficientes para encontrar lecciones de uno mismo.

Con ese tenor y siguiendo el ocioso ejercicio de transformar la realidad en un listado, es que trato de esquinar una definición del miedo, no solo que haga sentido, sino que no espante al ver de frente.

  • El invitado a la mesa que, por incómodo que se muestre, logra lo que difícilmente otras emociones.
  • Fase inicial de un arrepentimiento en potencia.
  • Ruido mental que se ostenta como compañero de banca: el puntualmente inoportuno.
  • Soportable dosis de adrenalina que te prepara para lo que viene.
  • Patrón habitual inflamado de opiniones.
  • Caja almacenada en el sótano del inconsciente particularmente útil para arruinar momentos importantes.
  • Don que adviene al no saber, para alertar y de algún modo, actuar.

Definir es un acto de valentía: requiere perspectiva, certeza y tino. Claramente no fue mi caso.

Para eso están los clásicos, para rescatar un texto como este cuando requiere una definición que aclare el propósito de seguir leyendo hasta el final.

Y, sí, Platón lo hace una vez más cuando pide disculpar a un niño por temerle a la oscuridad. Lo imperdonable, acusa, es que un adulto tenga miedo a la luz.

¿Qué es dicha luz, si no, capacidad lúcida para discernir? En el caso del Día de Muertos, una conexión con lo desconocido, pero al fin natural; en el de James Bond, un arquetipo de masculinidad, si bien cuestionable, socialmente aplaudido e imitado.

Para el caso de Platón, ver la realidad sin reificación ni proyección es tanto como volar sin alas. De la misma forma con la que uno se sube a un globo aerostático, a un parapente o a un avión: representa cambiar el punto de vista al asomarse desde arriba y cuestionar: ¿con base en qué te relaciones con el mundo? ¿Cómo experimentas eso que designas cuerpo? ¿Ves la realidad independiente al filtro de la percepción? ¿Dónde queda la libertad si somos una máquina de generar conceptos?

El mundo tiene la pegajosa limitación del concepto. Trascender los conceptos no es dejar de pensar, sino dejar de pensar como habitualmente se hace: libre de aferramiento, sin discursividad ni distracción, liberando al juicio por falta de pruebas.

Trascender los conceptos es hacer luz, interiorizar la mirada y, en sentido estricto, no es perder el miedo sino comprender su raíz -uno mismo- para que cuando creas no temer a la muerte, agites y no revuelvas ese martini.

Contacto:

Eduardo Navarrete es administrador de bienes intangibles (periodista, administrador público y fotógrafo). Se especializa en dirección editorial, Innovación y User Experience. Es cabeza de contenido en UX Marketing y cofundador de Mind+, arena de entrenamiento para la atención plena empresarial.*

Twitter: @elnavarrete

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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