La salud de los presidentes es un asunto de Seguridad Nacional. Esto es así, porque la integridad de los mandatarios, colaboradores y familia tiene que ser garantizada en todo momento. 

En el pasado, en nuestro país, existían protocolos bastante exigentes y estos eran supervisados por el Estado Mayor, cuyos elementos se ocupaban de  que existieran las herramientas de atención en todo momento: rutas para acudir a hospitales, avisos tempranos de emergencias, tipos de sangre, ambulancias, entre otros aspectos.

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En la actualidad todo esto se complica y no solo porque el Estado Mayor desapareció, sino porque hay un desprecio por la logística y los  modelos que permiten dotar de seguridad a los funcionarios.

Se considera, de modo erróneo, que aquellas instituciones eran puro oropel, cuando en realidad son necesarias y por ello existen en todo el mundo. 

Cualquiera está expuesto a contagiarse de Covid-19 y por ello es que se toman precauciones, como son el distanciamiento social, el lavado frecuente de manos, el estornudo de etiqueta y el uso del cubrebocas y cuando se pueda, la vacunación.

Apenas este domingo, el presidente Andrés Manuel López Obrador informó que resultó positivo en las pruebas para detectar el virus e inició su tratamiento médico de inmediato. 

Es importante que se recupere y que vuelva a sus actividades pronto, pero ojalá que lo haga bajo otra lógica y con asesores distintos a los que ha tenido a lo largo de la pandemia. 

Es un momento en el que podría impulsar de forma decidida el uso del cubrebocas y advertir de los riesgos de no hacerlo ante una pandemia que está fuera de control y de la que no hemos visto, por desgracia, sus peores momentos. 

También sería oportuno revisar cómo están funcionando las áreas de Seguridad Nacional, para que el propio mandatario esté cobijado por profesionales que lo protejan de la manera adecuada. No puede ser que no tenga a su lado a funcionarios con agallas para hacerle ver las cosas y mostrarle los caminos a seguir. 

Si se ve en perspectiva, el contagio muestra a un entorno presidencial más preocupado por complacerlo que por cuidarlo y ello no deja de ser inquietante y preocupante a la vez. 

Sin duda el presidente López Obrador toma las decisiones y es difícil que cambie de ideas, pero le hicieron falta médicos más comprometidos con sus tareas escenciales que con la política. 

Esta experiencia debiera servir para dejar en claro que hay aspectos en los que la voluntad del servidor público, poderoso que sea,  tiene que dejarse de lado para no vulnerar su propia seguridad, la del país mismo y la gobernabilidad. 

La salud del presidente, insisto, es un tema de las más alta prioridad y ojalá haya quedo muy claro.

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