Once equipos mexicanos concursaron en la Feria Internacional de Ciencia e Ingeniería de Intel. Sus integrantes podrían ser, mañana, reconocidos científicos. Pero no la tienen fácil. A pesar de sus extraordinarios promedios, las universidades les han cerrado, hoy, las puertas.     Los Ángeles, Califor­nia.- Demetrio conoció a Rocío cuando tenía seis años. Ella era amiga de su familia y con el tiempo cultivaron una cariñosa relación. Pero Rocío sufría cáncer de mama y murió. “A partir de eso empecé a cuestionarme, no lograba entender qué había pasado. Un día, pensando en el efecto que tienen los mosquitos al picar nuestra piel, me pre­gunté si los venenos animales, cualquiera de ellos, podía utilizarse para matar células cancerígenas”, recuerda Demetrio Agustín Rodríguez Fajardo. La pregunta, en aquel entonces, no obtuvo respuesta alguna. Demetrio, cada vez que hablaba con un médico, era objeto de sorna y desprecio. Para Demetrio, en cambio, más que una prema­tura obsesión se trataba de una idea para resolver un mal mortal. “Pensaba: lo voy a hacer por ella. Y es entonces cuando empiezo a leer un poco de química, más de biología y, pasado el tiempo, ya sabiendo más cosas, platico con otros doctores y por fin comienzan a asesorarme.”   Un trago amargo Demetrio tiene hoy 18 años y su investigación lo llevó a Los Ángeles, a la Feria Internacional de Ciencia e Ingeniería que organiza Intel cada año (ISEF, por sus siglas en inglés). Su proyecto se llama Tetebene: Efectos del modelo experimental terapéutico péptido tóxico aislado-profármaco en el tratamiento de sujetos con cáncer de mama con/sin diabetes. Fue uno de los finalistas, igual que más de 1,600 jóvenes de 70 países. De ese total, 94 jóvenes representaban a América Latina en la competencia por más de cinco millones de dólares (mdd) en premios y becas. Brasil, con 19 proyectos, era la nación de América Latina con más presencia, seguida de México, con 11 en la selección. “En Guadalajara gané el proyecto de mi categoría”, recuerda Demetrio, quien me advierte que si escribo algo de la charla que mantenemos, no puede aparecer el nombre de los centros con los que trabaja. Tampoco es posible citar a los médicos que creen en él. Tiene miedo. Habla rápido.  intel_alumnos1 Demetrio Rodríguez Fajardo, al centro. Lo acompañan Juan Carlos García Hernández y Jaqueline Beciez Bedolla.   ─¿Por qué te da miedo hablar de las personas que están involucradas en tu investigación? Por seguridad. En octubre pasó algo muy feo. Resulta que un medio publicó una nota de mi trabajo, y digamos que no trató muy bien la información. Hubo problemas para mi asesor, para mí, para el centro de investigación…   ─¿Por qué? Bueno, nuestra investigación trata sobre muchos venenos animales, la obtención de pequeñas fracciones de ese veneno; analizar esas fracciones del veneno y desarrollar, a partir de eso, compuestos que en combinación con otros fármacos generan sinergias. La nota lo hizo parecer como que era un veneno completo, al que no le habíamos hecho nada, cuando eso es algo que otras personas han estudiado. Entonces había muchas comparaciones, muy feas, muy groseras, que realmente no hablaban de mi proyecto. Eso no fue lo peor. Una vez que salió a la luz la investigación de Demetrio, sufrió el acoso de reporteros, médicos, gente vin­culada a la comunidad científica, tanto en las redes como en su casa y hasta en su es­cuela. Sus asesores también eran acosados. “Por eso, si digo nombres, mucha gente irá a mi escuela a joder.” Platiqué con Demetrio el jueves 15 de mayo en el Centro de Convenciones de Los Ángeles. Dos días antes, el martes 13, estaba sentado en uno de los auditorios durante un panel de discusión en el que al menos cinco premios Nobel hablaban de lo que tu­vieron que enfrentar cuando eran jóvenes y comenzaban a defender sus ideas. Ahí, uno de los consejos que lanzó Fran­ces Arnold, del Instituto de Tecnología de California, era que los jóvenes científicos debían aprender a aceptar las críticas. “Hay que aguantar muchas críticas”, acepta Demetrio. “Es un mundo extraño. Con lo que me pasó hace unos meses, sufrí críticas muy feas. Hubo agresiones.”   ─¿Por qué te agredieron? [Los medios] hicieron ver mi proyecto como algo que no era, me decían que sólo era veneno. Había mucha gente que ya ha­bía usado el veneno. Después entendí que hay gente en la red que se encarga de joder todo el día.   Entonces lo que no te gusta es que te critiquen… No, la forma de las críticas, que consigan tus datos personales para agredirte.   Eso es… Si descubres algo importante, igual te criticarán… Pero eso será en su momento. Eso será en su momento. En esta ocasión, antes de montar siquiera sus materiales para exponer en la feria, fue suspendido. Anularon su participación. Cancelaron su oportunidad de obtener parte de los 5 mdd o una beca en alguna institución en el extranjero que ofrezca la carrera en biotec­nología o nanotecnología, lo que él desea estudiar en un futuro. Su oportunidad de brillar a escala global se esfumó. Cuando Demetrio llegó a su zona de exhibición encontró un papel rojo que le indicaba que el Comité de Evaluación quería hablar con él. Sin pausas le dijeron que una de sus reglas más estrictas hace referencia al uso de tejidos y animales; le mencionaron que en una de sus pruebas hubo un sujeto, es decir, una rata, que estuvo sometida a mucho estrés durante los experimentos. Ésa fue la razón de la descalificación. Punto.   Más talento Igual de emocionados estaban Juan Carlos García Hernández y Jaqueline Beciez Bedolla, quienes también fueron descalificados. Su sanción fue no concursar por los millones en premios ni las becas, pero podían exponer. Y vaya que llamaron la atención. “Nuestro prototipo es un brazo neumá­tico que funciona a partir del aire que pro­porciona un compresor. En él encontramos un PLC (programmable logic controller) que nos ayuda a comprender la programación; también tenemos fuentes de voltaje para entender la electrónica y la electricidad”, dice Jaqueline. Su proyecto se llama Módu­lo didáctico para el desarrollo de conoci­mientos múltiples. El objeti­vo que tienen a largo plazo es vender su desarrollo a una fábrica, ya que, según ellos, puede servir para envasar o enseñarle al personal a utilizar brazos robóticos. “Por ejemplo, aprendes a programar los PLC, que son los sistemas que se utilizan para programar las maquinarias”, dice Ja­queline Beciez. “Nuestro prototipo es muy didáctico.” Juan Carlos y Jaqueline, alumnos del Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios 260 de Puebla, quieren estudiar mecatrónica. “Nosotros, aunque somos de bajos recursos, le estamos echando ganas”, dice el primero. Llegaron hasta la final… y fallaron al final. “Sí nos sentimos un poco tristes, porque andamos cargando todo nuestro material, que no es ligero y es muy gran­de”, lamenta Jaqueline. No pue­den pagar una escuela particular para estudiar mecatrónica. Los dos, a sus 18 años, tienen promedio de 9.4; en julio se gradúan y no tienen asegurado su futuro, aunque son finalistas en una de las ferias de ciencia más competidas del mundo.   Otros sueños Ni qué decir de lo que les espera a Margarita, Abigaíl y Karla cuando regresen a Tlalmanalco, en el Estado de México. En uno de los espacios de exhibición de este lugar están sentadas platicando, lucen contentas. Ayer cono­cieron Universal Studios y el viernes irán de shopping. “Ganamos el primer lugar en una feria en el Estado de México, de ciencia e inge­niería”, dice Margarita. Explica que su escuela está en una zona donde llueve mucho. Por eso hicieron un sistema con el que en época de lluvias pueden abastecer la escuela al 100% y anualmente 48%. Con su proyecto, titulado Rainwater harvesting, pueden aumentar el suministro de agua de 7.5 a 10 litros por persona. El sistema ya se comenzó a construir. Tardará en estar listo unos dos meses, dice Karla. Parte del financiamiento viene de la Organización de las Naciones Unidas. El costo total se calcula en 600,000 pesos. “Lo malo es que sólo pudieron pagar dos cisternas; necesitábamos tres. Enton­ces se cumplirán dos terceras partes de nuestro proyecto”, agrega Margarita. Margarita Trinidad Rebollo Castañeda tiene 17 años y 9.6 de promedio. Abigail Monserrat Morales Guerrero tiene 19 años y presume un 9.5. Karla Judith Estrada también tiene 17 años y tiene el mayor promedio: 9.8. Sólo uno de los nueve equipos finalistas de México que participaron en la ISEF fue reconocido. Por el proyecto La materia oscura en el interior de los principios de las galaxias, Ángel Alejandro Martínez Jiménez y Omar Pérez Alvarado, de la preparatoria del Tecnológico de Monterrey campus Guadalajara, recibieron un premio especial de la sociedad de investigación científica Sigma Xi, de 1,000 dólares. Ahí, durante una conferencia, el Nobel de Medicina 2002, Robert Horvitz, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), decía: “No creo que sea más inteli­gente que otras personas, pero sí creo que trabajo más duro”. Pero, los 11 equipos que viajaron desde México saben bien que trabajar más duro que los demás no siempre es suficiente. intel_alumnos2_buena Margarita Rebollo Castañeda, Abigaíl Morales Guerrero y Karla Estrada Hernández.

 

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