Andrés Manuel López Obrador acaricio largamente la presidencia de México, tanto que generó la más absurda obsesión por el poder. Y desde hace dieciocho años, su figura política ha pasado por un sinnúmero de matices.

Es un hecho que la historia no es justa en lo inmediato, y a veces, ni en la posteridad; y, desde el primer momento de su prometida cuarta transformación se mostró anclado en el pasado, con un dejo de rencor y un resabio de amargura. Desde un inicio, sus palabras mostraron la ambición desmedida por la llegada del poder.

A dos años de distancia de aquel breve parteaguas, la silla presidencial está vacía. Y no porque Bolívar no pueda ocupar ya el lugar que le dispusieron en la ceremonia. Sino porque el vacío tan grande que hay de gobernabilidad, de confianza y de certeza en la institución presidencial ha puesto fin a toda oportunidad de concretar las promesas hechas, los proyectos vislumbrados y la transformación anhelada.

Con el ambiente político más tenso que nunca, el gobierno de López Obrador no ha logrado hacer frente a los embates de la recesión económica mundial, ni contenido la emergencia sanitaria, tampoco ha regresado la paz y la seguridad, ni ha concretado un proyecto viable de desarrollo.

Por el contrario, en estos dos años, México ha visto el atropello a sus instituciones, la desaparición de programas y políticas públicas que eran perfectibles pero que habían logrado impactos positivos en diversos sectores.

Hoy, se inicia el rumbo hacia el 2021 con una agenda política nacional tensa. Entre la masacre de Irapuato y la invitación de Trump a AMLO, el gobierno parece suspendido en una retórica permanente.

Como un brutal desacierto, se asoma la eventual visita de López Obrador a Washington; a pesar del ambicioso arranque del T-MEC  y de las expectativas que se tienen en torno al Tratado como detonador de crecimiento económico y comercial para la región, la desaprobación del presidente Trump y el evidente declive en su fuerza política rumbo al Super Tuesday han puesto el encuentro en el ojo de quienes ven con desaprobación la presencia de más de cuatro mil soldados estadounidenses desplegados en la frontera con México.

La falta de señales certeras por parte del gobierno de Trump en materia migratoria que no sólo recuerda los más de 60,000 solicitantes de asilo varados en México sin los protocolos migratorios adecuados (en ningún lado de la frontera) y las incontables violaciones al derecho internacional en el manejo bilateral del problema migratorio (como país expulsor, de tránsito y receptor, respectivamente) sino que también recuerda la tirante relación entre ambos países y la falta de verdadera cooperación de los últimos años. Asimismo, sostener una reunión con el Congreso estadounidense sin sesiones, le agrega claramente un matiz político a la visita de AMLO.

Mientras los congresistas se han desplegado para atender sus distritos y comunidades en el marco de la emergencia sanitaria, el presidente Trump insiste en una visita con tintes partidistas y electorales. Nada bueno ha salido de aquellos capítulos de la historia en los que presidentes como Carlos Salinas de Gortari o Enrique Peña Nieto tuvieron contacto con los procesos electorales estadounidenses, ¿qué podría salir diferente en esta ocasión?

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