El autor de este blog trae a la memoria la historia de dos secuestros: el de Brianda Domecq, en 1978, y el de Bárbara Reyes, el 8 de agosto de 2011. Sus desapariciones están marcadas por la corrupción e ineficacia de las autoridades.     Existen recuerdos que no nos pertenecen y que no deberían formar parte de nuestro bagaje y mucho menos permanecer latentes en los recovecos de nuestra memoria. Tales recuerdos son como fotografías que no recordamos haber tomado, que poco o nada tienen que ver con nuestras vidas, pero que, como los restos de un naufragio, un día salen a la superficie. Brianda Domecq es, para mí, uno de esos recuerdos. Hija del empresario español Pedro Domecq, director de lo que alguna vez fue Casa Pedro Domecq (hoy Pernod Ricard), fue secuestrada el 30 de octubre de 1978 en la Ciudad de México. Yo tenía entonces diez años. Brianda Domecq permaneció cautiva once días, al cabo de los cuales un comando de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), una agrupación policial de memoria negra en la historia de México, la liberó sin que la familia Domecq pagase el millón de dólares que los secuestradores exigieron para ello. En las horas posteriores a su rescate, el periodista Juan Ruiz Healy detalló, con imágenes televisivas de por medio, haber estado presente en el momento en que la señora Domecq regresó a su casa. Entera, serena, con una pañoleta en la cabeza y anteojos oscuros, Brianda Domecq daría detalles de su secuestro en entrevistas posteriores. Una de esas la ofrecería al periódico español El País, de la cual aún hoy existe referencia en la hemeroteca digital del diario. Dos de sus declaraciones son asombrosas y no se entienden ni hallan cabida en el contexto histórico actual de México: “(mis secuestradores) Fueron amables conmigo; en ningún momento me hicieron daño; con ellos conversaba sobre temas intrascendentes; sólo en los últimos días comenzaron a estar muy nerviosos y me prohibieron hablar con ellos. Ya sabían que la policía estaba en el asunto. “Tan sólo recibí una amenaza de muerte. Me dijeron que me matarían si, una vez liberada, ayudaba a la policía a la identificación o detención de alguno de ellos”. De acuerdo al diario, la familia Domecq pidió a la policía abstenerse de intervenir, a pesar de lo cual actuaron sin su consentimiento: mediante la intervención de la línea telefónica de la residencia Domecq, consiguieron rastrear una llamada de los secuestradores que a la postre los llevaría al domicilio en el que tenían retenida a Brianda. Con asombro genuino –quién sabe si sarcástico– Fernando Rodríguez Campillo, esposo de la víctima, refirió: “Nunca me había enterado de una operación similar, realizada con tanta eficacia y rapidez”. He de reiterar ahora que este suceso ocurrió en 1978, que el entonces presidente de México era José López Portillo, y que el director de la DFS en aquella época era Miguel Nazar Haro, es decir, el equivalente a Genaro García Luna que dirigió a la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) en tiempos recientes. El recuerdo de Brianda Domecq, quien al día de hoy aún vive en México y tiene 71 años, ha reflotado en mi memoria a partir del secuestro y la muerte de María Bárbara Reyes Muñiz, una chica que no alcanzó a vivir más de 17 años y que fue secuestrada el 8 de agosto del año 2011 en el barrio de Cuautitlán Izcalli, en el Estado de México. Sus captores y asesinos se comunicaron el mismo día de su desaparición con su madre y le exigieron medio millón de pesos. El padre dio aviso a la policía y unas horas más tarde recibió una llamada en que un secuestrador le exigió tener listo el rescate para el día siguiente. Luego de eso no hubo más que silencio. Los padres de Barbie –como la llamaban– pasaron cerca de 18 meses creyendo que su hija aún podía estar con vida. En febrero pasado, empero, su madre, mediante unas fotografías que le fueron mostradas en una morgue cercana a su residencia, descubrió que el cadáver de su hija había ingresado a ese sitio el primer día de octubre de 2011, es decir, poco menos de dos meses después de su desaparición. Sepultada en una fosa común, con los restos de otros cadáveres que no fueron reclamados ni identificados, Barbie contó su historia a través de su ADN y fue así como sus padres, Alejandro Reyes y Lourdes Muñiz, supieron que un cráneo descarnado y separado de su cuerpo, pertenecía a una hermosa chica de 17 años que, alternativamente, pretendía ser modelo, estudiar arquitectura y había sido su hija. A diferencia del secuestro de Brianda Domecq, en el de Bárbara Reyes no hubo una operación “realizada con tanta eficacia y rapidez”. La Policía Federal, a cargo de Genaro García Luna –y dependiente en modo directo de Felipe Calderón–, no pudo, no quiso, no tenía jurisdicción, dar con los secuestradores y asesinos de Barbie, a todas luces unos vecinos o conocidos de ella y de su familia, que al sentirse nerviosos y reconocidos (el idiota criminal que se comunicó con su padre, le dijo: “…vivo demasiado cerca como para no notar que ya hiciste tu desmadre…”), decidieron asesinarla. Escribo esto profundamente afectado por la muerte de Barbie, y también por los execrables atentados terroristas ocurridos en la ciudad de Boston, Massachusetts, en ocasión de la Maratón de esa ciudad. Escribo, también, convencido de que las palabras del Presidente Barack Obama no son retóricas ni están vacías (como las de los políticos mexicanos, sea cual sea el partido que les cobije) cuando afirma: “…no se equivoquen, vamos a llegar al fondo de esto y vamos a determinar quién lo hizo y por qué lo hizo. Cualquier individuo, o individuos responsables, o grupos, van a sentir el peso completo de nuestra justicia”. Y que más tarde o más temprano, sea cuando sea que eso signifique, los responsables del terror en Boston van a responder ante los hombres –y no ante esos dioses de pacotilla que siguen dando muestras irrefutables de no existir– por sus actos. Quisiera decir y pensar y creer en lo mismo cuando pienso en María Bárbara, Barbie, esa chica de 17 años cuya imagen me persiguió durante meses cada vez que abría mi página de Facebook. Pero no estoy seguro… El recuerdo de Brianda Domecq, uno que no me pertenece, reflota en mi memoria ahora que sé que Bárbara Reyes no volverá a casa jamás. Y por ello precisamente, o quizá por la luz vital que Barbie irradiaba en sus fotografías –imágenes a ultranza a las que sus padres tendrán que volver una y otra vez para no hundirse en la oscuridad de un país que no es “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”–, una luz que prometía, auguraba y describía a la esperanza, haré mío su recuerdo a despecho de sus miserables asesinos. Y, aunque no me pertenezca, me quedaré con él para siempre.   Contacto: Twitter: @Andres_M_Tapia Blog: http://asuntospendientesantesdemorir.com/2013/04/17/la-vida-y-la-muerte-de-brianda-y-barbara-2/  

 

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