Esta generación, que representa más de 25% de la población mundial, es el próximo target estratégico. ¿Logrará cambiar las reglas del juego en el contexto político, económico y social?   Generación Z es como se denomina a los jóvenes que suceden en el tiempo a los millennials; por eso se les conoce también como generación posmilenio. No hay consenso sobre el año de inicio, pero suele decirse que son los nacidos después de 1995 (es decir, los que hoy tienen menos de 21 años). Ellos son los verdaderos nativos digitales, porque la tecnología está presente en sus vidas desde el mismo nacimiento. Prácticamente no han vivido sin ordenadores, teléfonos inteligentes e internet. Su relación con la tecnología es natural y, por lo tanto, de mayor dependencia que la de los millennials y el resto de sus predecesores. Acostumbrados a vivir conectados y “en tiempo real”, son impacientes y ansiosos, esperan respuestas cada vez más rápidas en todos los ámbitos. Como indica Esteban Maioli, investigador de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), “son curiosos e indagan todo en internet, por lo que no siempre manejan información precisa”. Evidentemente, es la generación con mayor preparación tecnológica y más capaz de adaptarse a las nuevas innovaciones que vayan apareciendo en este ámbito. La Generación Z es la que está logrando entrar, poco a poco, en el mundo laboral. Son o quieren ser emprendedores. Intentan evitar las estructuras jerárquicas y agradecen la flexibilidad. Es la generación de Instagram, del WhatsApp y de los emoticones, y de Snapchat. Debido justamente a la dependencia tecnológica, suele decirse que son individualistas y que tienen deficientes habilidades interpersonales. Son sociales, a su modo, con y a través de las redes. Maite Palomo, profesora de Recursos Humanos del ESIC, señala que «son sociables, pero tienen poca inteligencia social. Son poco empáticos […] están menos adaptados a las situaciones sociales para relacionarse personalmente con otros». Eligen con quien relacionarse en función de sus afinidades, sin importarles la proximidad física o de edad. Los Z tenían un máximo de 6 años cuando cayeron las Torres Gemelas y 13 años cuando se desató la crisis económica más grave de la historia. Son hijos de un mundo en conflicto; de ahí que compartan algunas características con la llamada Generación Silenciosa, aquellos que crecieron entre la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, aunque éstos no son precisamente silenciosos. Son realistas, desconfiados, críticos y cuentan con mayor resistencia al fracaso. Chloe Combi, en su libro Generation Z, los describe como rebeldes: La Generación Z cambiará el mundo (o al menos quiere intentarlo, porque el que hay no les gusta nada). Los miembros de esta generación ya no se conforman con ser sujetos pasivos; quieren ser los protagonistas, prefieren crear sus propios contenidos y no se conforman con poder personalizar sino que quieren participar en los procesos de producción de los productos. La Generación Z no confía en las grandes marcas o corporaciones, algo que empieza a preocupar a las empresas, puesto que el segmento de 18 a 24 años ―el cual está casi íntegramente ocupado por los Z― es, según las teorías del consumo, el más influyente y la referencia estética para menores y mayores. Esta generación marca tendencia, y ahí radica el creciente interés de las empresas por conocerles, entenderles… y seducirles. Tampoco confían en los partidos políticos, menos aún que sus hermanos mayores. Crecieron junto a consignas antipolíticas como «no nos representan» y «que se vayan todos», y muestran, por lo tanto, un alto escepticismo político, aunque sí se preocupan por los problemas sociales y humanitarios. Muchas de las causas de los millennials, como la igualdad de género y el cuidado del medio ambiente, ya son para ellos indiscutibles, por lo que prefieren dejar paso a otras cuestiones como la desigualdad y la cuestión migratoria. Ellos son el próximo target estratégico de interés tanto para el mercado como para la política. Y (¡atención!) representan más del 25% de la población mundial y su poder de influencia es incalculable, como lo demuestra la historia de Robert Nay, quien, a los 14 años, desarrolló el juego que destronó a Angry Birds y se convirtió en el más descargado en Estados Unidos. ¿Lograrán cambiar las reglas de juego en el contexto político, económico y social?   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @antonigr Facebook: Antoni Gutiérrez-Rubí LinkedIn: Antoni Gutierrez-Rubí Página web: Antoni Gutiérrez-Rubí   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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