Por: Catalina Tejero*

La unidad tiempo parece transcurrir a una velocidad distinta en las últimas semanas. Llevamos más de un mes en la intimidad de nuestros domicilios, cual héroes de sofá y “tablet”. Si algo se ha manifestado de manera contundente en las agendas de los ciudadanos tras la irrupción del COVID,, ha sido el repunte en el consumo de artes y cultura, como refugio ante la soledad, el aburrimiento o la incertidumbre. Cuando el ocio ya no pasa por la calle, ni por los encuentros entre amigos, los humanos nos refugiamos en “lo humano” allá dónde se encuentre y por eso volvemos a las humanidades, valga la redundancia. La filosofía, la literatura, la historia, el arte… son el bálsamo reparador de nuestras agitadas cabezas. Pero las artes y las humanidades son más que un simple entretenimiento, son los cimientos de construcción de los seres humanos: como padres, como amigos o como profesionales.

Cuando las herramientas de navegación fallan, cuando no somos capaces de distinguir la verdad de la mentira, cuando repensamos qué significa ser libres, cuando nos enfrentamos a dilemas éticos en nuestra toma de decisiones, buscamos en la filosofía o en la historia, las herramientas críticas de investigación y los precedentes que nos empujan a profundizar en las complejidades de la realidad. Por eso repensamos a Platón en el Gorgias, en Fedón o en la República o releemos la historia según Eric Hobsbawm.

Cuando sufrimos buscamos en la literatura y en las artes nuevos canales, nuevos lenguajes, nuevas voces para expresar, para sentir y para conectar con nuestras emociones y las de otros seres humanos que nunca conoceremos. Nos consolamos en la belleza de una Suite para violonchelo Bach interpretada por Yo-Yo Ma o nos embelesamos observando la Venus de Botticelli: porque son lugares de belleza que reparan el alma, en ocasiones de esperanza, porque cuentan infinitos relatos superación y supervivencia, y a veces de consuelo, porque nos suman a una comunidad de dolor que nos rescata de nuestra soledad.

Cuando nos vemos obligados a repensar nuestros modelos de negocio, sólo una mente en forma y que ha ejercitado su creatividad, encuentra en el reto una oportunidad. Una cabeza que quizá conoce la Teoría de las Cinco Fuerzas de Porter y es capaz de calcular un R.O.I., pero que también es capaz de imaginar, es la que puede crear productos y servicios disruptivos. Ese ingenio necesita práctica, y ésta se ejercita cuando uno ha sido capaz de soñar a través del viaje interior que nos generan experiencias como leer Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez o detenernos ante el Jardín de las Delicias del Bosco.

Gracias a las humanidades somos capaces de recrear nuevos espacios que desborden nuestra realidad inmediata, porque son el acumulado de la experiencia humana milenaria condensada en objetos y en relatos. Por eso las humanidades nos hacen seres humanos completos, compasivos, críticos y con capacidad para argumentar, como hijos, como padres, como amigos, como compañeros de trabajo o como ciudadanos. Nos hacen Personas, con mayúscula. Por eso es tan importante que las instituciones educativas, independientemente del área de formación en la que se especialicen, siembren esa curiosidad, esa afición en sus estudiantes por seguir explorando el gran regalo que las artes y las humanidades les tienen guardados para ellos.

Contacto:

Associate Head of the Arts & Humanities,  IE University

Twitter: @catalinatejer

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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