Hace unas semanas, el presidente López Obrador comentó una frase que, además de lamento, parece ser la justificación de lo que él mismo prevé para el futuro del país y de su administración, cuando dijo “tan bien que íbamos”. Con ello inexorablemente planteó un conjunto de condiciones que serán importantes para el futuro, un futuro que tiene una elección en poco menos de un año, donde puede verse comprometido su proyecto de país de manera importante.

Pues sin una mayoría en la Cámara de Diputados la configuración de acuerdos en el senado sería más difícil de articular, al mismo tiempo que diversos grupos dentro y fuera de Morena, tendrían la posibilidad de incrementar su capacidad de veto con respecto a las decisiones presidenciales, poniendo en riesgo la continuidad hacia 2024.

Es por ello que el discurso presidencial comienza a radicalizarse y, es muy probable, que lo siga haciendo en el futuro, incluyendo y excluyendo de manera deliberada a grupos o personas dependiendo de si son funcionales para la imagen presidencial o no. De esta forma, la pandemia generó un escenario que no se había considerado, pues ante las condiciones de deterioro económico que tendremos en los siguientes meses, al mismo tiempo que la violencia, la corrupción y el crimen siguen manteniendo los niveles de inicios del sexenio, entonces las posibilidades de una elección con mayoría para Morena son menores.

Entonces, el discurso de la división toma sentido, junto con las denuncias recurrentes de complots, amenazas de golpes de Estado que solo ocurren en el imaginario del presidente, acusaciones a grupos diversos de la sociedad civil, la comunidad científica, etc., donde se hacen interpretaciones de la historia de manera caprichosa y errónea, pero que son funcionales al discurso de la división, entre otros aspectos que parecieran anecdóticos, pero que son relevantes como parte de una estrategia que apunta hacia 2021.

Si bien el presidente busca intensificar este discurso para seguir la misma estrategia que instrumentó Trump en su reelección, con el objeto de consolidar la identidad entre sus votantes, que junto con el dinero que distribuye a través de diversos programas públicos, se constituye como parte de la estructura que permitiría movilizar a las y los electores a las urnas para asegurar el triunfo.

Las elecciones de 2021 son legislativas, por lo que normalmente no giran en torno a una imagen o persona, sino a estructuras partidarias o liderazgos más locales, lo que implica un reto importante para Morena, cuyo triunfo en 2018 se basó en estructuras que se desplazaron de otros partidos, pero fundamentalmente en la imagen del ahora presidente López Obrador.

El hecho de que el presidente apueste a estrategias más extremas, puede ser signo de que esté previendo un escenario nada ventajoso para él, marcado por el hecho de que Morena tiene presencia débil y divisiones internas importantes, que las personas se sentirán económicamente vulnerables, a que el dinero que se está distribuyendo no sea suficiente para generar estímulos suficientes para la movilización electoral, que los grupos que reciben el dinero de programas sociales no puedan votar o sea difícil movilizarles o no suficientes para ganar en ciertas áreas, etc.

El panorama es complicado para la posición presidencial en los meses venideros, pues el riesgo de que el presidente se radicalice aún más con consecuencias importantes para la política pública es latente. Por lo pronto, el proceso electoral ya comenzó para él, e indiscutiblemente ha asumido el control de la campaña electoral de Morena y sus aliados. Resulta aún inverosímil que no se articule un oposición institucional importante, en un contexto de debilidad presidencial, lo que es una de las ventajas que el presidente tiene y que puede tener en el futuro de corto y mediano plazos.

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Twitter: @aglopezm

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