Entre todos sus graves efectos, la pandemia nos ha inmerso en una lógica de la excepción, donde de nuevo las demandas de las mujeres se quedan atrás. No es un fenómeno nuevo. Por eso Simone de Beauvoir nos advertía: “No olvides jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Esos derechos nunca estarán asegurados. Deberás permanecer alerta toda tu vida”.

La crisis de salud está reforzando las condiciones estructurales que mantienen la desigualdad entre los géneros, afectando especialmente la autonomía de las mujeres. Vemos con enorme preocupación cómo se borran muchos años de avances en la lucha por la igualdad.

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Las desventajas económicas y sociales que enfrentamos las mujeres nos hacen pagar los costos más altos de la crisis. Somos, por ejemplo, quienes hemos perdido más empleos, obligadas a aceptar reducciones en salario o a transitar a la economía informal, con todas las desventajas que ello implica. En consecuencia, está creciendo el número de mujeres pobres en el país. 

La CEPAL estima que, sin políticas específicas para enfrentar este fenómeno, en América Latina la pandemia dejará 23 millones más de mujeres pobres, acumulándose a las que ya estaban en la pobreza antes de la crisis. 

Adicionalmente, la cultura patriarcal y la concentración del poder dificulta la participación femenina en la toma de decisiones para el diseño de la respuesta ante las crisis de salud y económica, lo que se refleja en una ausencia absoluta de perspectiva de género en las políticas públicas, con lo que se refuerza un terrible círculo vicioso de exclusión. 

Dentro de este difícil entorno, la digitalización acelerada de todo tipo de actividades ha sido una tabla de salvación para personas, empresas y autoridades, pero este recurso no está al alcance de todas. La brecha digital -ese abismo que divide a las personas con acceso a internet de quienes no lo tienen-, se está ampliando y tiene cara de mujer. 

La brecha digital de género, medida solamente en cuanto a la proporción de mujeres y hombres que cuentan con una conexión a internet, en México es relativamente baja. 

Pero cuando se analiza la situación más allá de la superficie, bajo el marco de lo que es el “acceso significativo” -es decir, la capacidad de conectarse, pagar y aprovechar el internet-, la brecha digital de género resulta bastante más preocupante. 

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Los precios del servicio de internet han bajado notablemente durante los últimos años en México, pero los dispositivos siguen estando fuera del alcance de muchas personas; más aún de la población que cada vez es más pobre, esto es, las mujeres.

Resulta entonces que ahora es todavía más difícil que las mujeres puedan comprar un dispositivo móvil, tableta o computadora, para usar internet. La GSMA, asociación que reúne a los operadores móviles del mundo, estima que, en los países de ingresos bajos y medios, la probabilidad de que una mujer posea un teléfono móvil es 20% menor que la de un hombre. 

Por otro lado, aun en los casos donde pueden adquirir un celular, no siempre tienen incidencia en la elección del modelo y muchas veces se ven obligadas a conformarse con un teléfono básico (no inteligente), con el cual se limitan sus posibilidades de aprovechar servicios y aplicaciones digitales.

La propiedad y control de un dispositivo están muy ligados a algunas formas de violencia de género. Cuando se comparte un celular, tableta o computadora, se facilita la vigilancia de las actividades y comunicaciones de las mujeres por lo que, lejos de resultar un medio de empoderamiento, un dispositivo compartido o supervisado se convierte en un instrumento de control. De allí la importancia de asegurar que las mujeres sean propietarias de su propio equipo.

Muchas mujeres y niñas que antes de la pandemia usaban el internet de sitios públicos, con el confinamiento han perdido ese beneficio. Aquí hay que agregar que numerosos puntos públicos de acceso a internet se han desconectado por la cancelación de programas gubernamentales y la reducción de presupuesto para estos propósitos. 

Por otro lado, la violencia en línea contra las mujeres y las niñas es un factor que desalienta su participación plena. Las mujeres conectadas a los espacios digitales generan menos contenidos que los hombres acerca de temas políticos o económicos. Y, cuando lo hacen, se vuelven el blanco de ataques ad feminam.

Como un ejemplo entre tantos del machismo que nos invade y que crea ambientes tóxicos digitales, es el despectivo mote de “nenis” para las pequeñas y medianas emprendedoras que en estos meses han usado el internet para montar sus negocios. Pero esto palidece ante la utilización del internet para ejercer formas extremas de violencia de género como la sexual y la trata de personas.

Nuestro país no tiene una estrategia de digitalización ni, en específico, políticas para facilitar la inclusión digital de las mujeres. Esta grave omisión agrandará la brecha de género en todas sus manifestaciones: económica, educativa, de salud, de acceso a la justicia, de vulnerabilidad a la violencia.

Pretender ser “neutral” no es más que otra forma de apoyar el statu quo:  la desconexión, la marginación, la discriminación y la violencia. La misoginia por omisión.

El desarrollo tecnológico y el ecosistema digital son herramientas poderosas para dar acceso al trabajo, la salud, la educación, la información y la justicia, habilitando una amplia gama de derechos humanos. Pero, por sí mismos, no van a lograr cambios en nuestros modelos desiguales de desarrollo. Si no hay una intervención con el propósito explícito de eliminar los obstáculos estructurales que excluyen a las mujeres de todo tipo de oportunidades, tendremos un país cada vez más dividido e injusto. 

Sigue aquí el avance contra la pandemia en México y el mundo

Necesitamos políticas que financien el internet para las mujeres y las niñas, que les provean sus propios dispositivos, que fortalezcan sus habilidades digitales y que construyan un ciberespacio seguro. También requerimos construir condiciones para que las mismas mujeres desarrollemos y diseñemos aplicaciones, servicios, equipos y sistemas, de forma que resulten relevantes para nuestras necesidades. Todo ello llama a la acción deliberada.

Para que la pobreza, la injusticia y la violencia dejen de tener rostro femenino, las mujeres debemos estar explícitamente al centro de las políticas públicas, como tomadoras de decisiones y como beneficiarias. Cerrar la brecha digital de género es una batalla fundamental.

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Contacto:

**Economista especialista en competencia, regulación, ecosistema digital, liderazgo y género. Directora general del Centro-i para la Sociedad del Futuro. Socia directora de AEQUUM. Presidenta de la red de mujeres CONECTADAS y excomisionada del IFT.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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